Todo comenzó con un viaje a Nepal. Con 18 años y superada la preocupación materna inicial, decidió marcharse sola al país de los Himalayas e hizo una ruta por el Annapurna de 34 días, la mitad de ellos, en solitario. Esa vivencia le “marcó profundamente”, le “conectó con la naturaleza” y le animó a “abrirse al mundo”.
Su primer gran viaje en bicicleta llegó inspirada por las andanzas del explorador y corresponsal Kazimierz Nowak en el continente africano durante los años 30. “Recorrió 40.000 kilómetros de norte a sur en cinco años, documentando cómo las colonias europeas estaban afectando la manera de vivir de los pueblos locales”, contextualiza. De modo que en verano de 2020, la joven partió de Breda (Países Bajos), donde estudiaba Ciencias Ambientales, y salvó pedaleando los 1.200 kilómetros que la separaban de Pamplona. “Nunca hasta entonces había hecho un viaje de más de 20 kilómetros, pero aquella experiencia me transformó”, recuerda.
La segunda gran ruta transcurrió por Portugal y Galicia: 800 kilómetros entre Lisboa y Santiago de Compostela. Había sentido la llamada de la bicicleta y su forma de ver la vida era otra. “La sensación de libertad, la incertidumbre de no saber qué iba a pasar al día siguiente, la necesidad de valerme por mí misma… Viajar y descubrir nuevas realidades era lo que quería seguir haciendo”, recuerda haber sentido Leticia Sánchez Marco, pamplonesa de 25 años, que ahora está inmersa en su última aventura, Canadá-Guatemala, a la que ha querido dar un fin solidario. Su periplo se puede seguir en la app Polarsteps y redes sociales (@bicicleti_).
4 MESES EN RUTA
Sánchez partió el 8 de septiembre desde Vancouver (Canadá) y espera llegar a medidos de enero a su destino, Panajachel, un pueblo del altiplano guatemalteco a orillas del lago Atitlán. Un total de 8.000 kilómetros siguiendo “más o menos” la ruta Panamericana con un doble objetivo. Por un lado, denunciar “la injusticia climática y alimentaria que enfrentan las comunidades rurales en Guatemala”, el país con mayor tasa de desnutrición crónica de toda Latinoamérica. Por otro, recaudar 8.000 euros, uno por cada kilómetro, para destinarlos a la Escuela de Campo de la ONG Vivamos Mejor, que trabaja desde hace casi cuatro décadas con comunidades rurales en temas de seguridad alimentaria, educación y medio ambiente.
Para la pamplonesa, volver a Guatemala es regresar a casa. Así lo siente después de que en febrero de 2024 aterrizara en el país centroamericano para hacer su proyecto de fin de grado de la mano de Vivamos Mejor. “Realicé un estudio sobre la aplicación de prácticas agroecológicas en huertos familiares”. Cuando lo terminó, se quedó allí trabajando y, en febrero de 2025, regresó gracias a una beca del Gobierno de Navarra de practicas en países extra comunitarios. “Colaboré realizando un plan de manejo de un área de conservación comunitaria de 120 hectáreas. Trabajamos mano a mano con los consejos comunitarios indígenas y autoridades locales para diseñar estrategias de protección del bosque”, desarrolla.
Sus piernas acumulan ya 1.700 kilómetros recorridos, a una media de 70 al día y con una jornada de descanso cada cuatro o cinco. El viernes 17 de octubre llegó a San Francisco, para adentrarse después en Yosemite y en el Parque Nacional de las Secuoyas. Durante el camino ha visitado organizaciones que también trabajan por sistemas alimentarios locales y sostenidos y no descarta detenerse y hacer algún workaway (intercambio de trabajo/voluntariado por alojamiento). No ha tenido contratiempos más allá de tener que empujar la bici por la arena de una playa. “Aquello sí fue duro, pesa un montón de kilos”. Aunque viaja en solitario– “no es fácil que otras personas se adapten a esta vida”- el camino le ha provisto de almas gemelas . “He conocido a una pareja de Suiza y a una familia de Argentina con una niña de 4 años. Van desde Alaska hasta Argentina haciendo la ruta Panamericana. A mí este viaje de cuatro meses ya me parecía enorme, pero no es nada comparado con los dos años que van a estar ellos. Yo también tengo ese gusanillo de las largas distancias, de poder recorrer el mundo en bicicleta”, admite.
NATURALEZA Y RITMOS
Conectar plenamente con la naturaleza. Amanecer y anochecer al ritmo que marca el sol. Comer cuando tienes hambre y descansar cuando el cuerpo lo pide a gritos. Vivir en el presente, concentrada en el ahora, sin pasad os que añorar ni futuros en los que proyectarse. Son algunas de las ventajas de este estilo de vida que, sin embargo, también tiene algunas contrapartidas. “Te aísla un poco, estás como en una burbuja donde lo importante es la carretera y qué va a pasar ese día. Pasas mucho tiempo sola, te pierdes momentos y es difícil asentarse”.
Ella se siente segura en ruta. “Es verdad que una mujer viajando sola causa preocupación, pero una vez que te vas adecuando a diferentes contextos, te das cuenta de que el peligro es relativo. Gente buena y mala hay en todas partes, pero siempre el porcentaje de la buena es mucho mayor. Mis padres ahora ya están más que acostumbrados y me ayudan y me apoyan en todas mis decisiones”.
Cuando llegue a su destino, aspira a permanecer en Guatemala por un tiempo. “Me gustaría seguir con la ONG Vivamos Mejor al menos uno o dos años más”. Después, quién sabe. Quizá regresar a Holanda para hacer una maestría. O quizá, simplemente, continuar viajando por un mundo al que no le ve fronteras subida en su bicicleta.