Los maillots que vistieron nuestros mejores recuerdos de ciclismo

Ahí está Perico, con el inolvidable Francis Lafargue y es que en la memoria de ciclismo, los maillots son mucho más que tela y publicidad.

Son piel, historia y símbolo.

Cada generación guarda el suyo, ese que, al verlo, despierta el ruido de una fuga o el eco de una meta en alto.

CCMM Valenciana
Aquí va mi lista, tan subjetiva como sentimental

Como digo el Reynolds de Perico ocupa el primer lugar.

Ese degradado de azules, limpio y elegante, fue la bandera de un ciclismo español que soñaba a lo grande.

Lo ves y hueles a los Alpes, a Delgado escapando con Rooks camino de Alpe d’Huez.

Luego llegó Banesto, sí, pero el encanto de aquel Reynolds era puro y sincero.

Por detrás, el Z de Lemond, ese cómic convertido en maillot.

Azul degradado, la Z gigante y una modernidad que anticipó los noventa.

Lemond lo llevaba con una elegancia natural que hacía parecer que el ciclismo era, también, cuestión de estilo.

Y hablando de arte, el La Vie Claire de Tapie, Hinault y Lemond sigue siendo el cuadro más famoso sobre ruedas.

Mondrian reinterpretado en lycra, geometría pura que hizo del ciclismo un lienzo en movimiento.

Más atrás en la lista, el ONCE de 1990, amarillo y verde, fue un rayo de optimismo español en tiempos de Lemond y Bugno.

Diseñado con Etxe Ondo, nació para brillar… y lo hizo hasta en Japón.

El azzurri de la nazionale italiana no necesita explicación: cada puntada lleva un pedazo de orgullo patrio. Lo han vestido Bugno, Bettini, Nibali… cuando aparece esa maglia, sabes que la carrera se pone seria.

El Leopard de Andy Schleck y Cancellara es la elegancia moderna: limpio, blanco, negro, sin estridencias.

Minimalismo puro en tiempos de saturación publicitaria que creo marcó la tendencia.

El Molteni de Merckx es historia viva.

Marrón, sobrio, con una franja oscura: el ciclismo en su forma más pura.

Detrás, el olor a grasa, a salami y a gloria.

El campeón belga, en cualquier espalda, es poesía sobre dos ruedas.

Cuando Wellens gana en el Tour, se celebra por partida doble, por el ciclista y por esas franjas negro-amarillo-rojo nunca fallan, y cuando Bélgica se viste de celeste, roza la perfección.

Vamos con Castorama, el maillot-mono de Fignon y Guimard fue locura francesa, humor gráfico y talento.

Y el Team GB del Mundial de Cavendish, con su Union Jack estilizado, marcó la era moderna del ciclismo británico.

Son solo maillots, dicen. Pero cada uno es un pedazo de nuestra memoria ciclista.