Cuando Xabi vio venir a Vinicius durante cincuenta metros, recorriéndose todo el ancho del Bernabéu, en mitad de un clásico que aún estaba por ganar, y montó el numerito que montó, Alonso no se imaginaba que aquellos aspavientos y amenazas iban a ser lo menos dañino … de los días venideros. Del pico emocional de volver a ganar al Barça, tras los cuatro manotazos de la pasada temporada, a la sima de confianza de sus escasos cinco meses como entrenador del Madrid. Xabi tiene un problema, o varios, y no son de fácil solución.

El principal es que su idea de fútbol, su libro de estilo, no casa con una parte de los jugadores, algunos de ellos muy importantes. A Alonso se le fichó para que la última temporada de Ancelotti no se repitiera. Jugadores desganados y desmotivados, sin muchas ganas de correr ni de defender, y un equipo poco trabajado, sin sinergias y sin la actitud que demanda una entidad como el Madrid. Hacía falta cierta mano dura, en lo disciplinario, en lo táctico, en lo físico y en lo mental. Por eso se produjo el relevo.

Xabi implementó buena parte de sus ideas en el Mundial de Clubes, un torneo del que ahora reniega cuando los periodistas le preguntamos por él, en un ejercicio de incomprensible amnesia que le hace bastante daño. El Madrid de Xabi que más se ha parecido al Leverkusen de Xabi se vio en Estados Unidos, a pesar de que allí había un buen número de jugadores ausentes. Por lesión, como Mbappé, Militao o Carvajal; por baja forma, como Vini, Bellingham, Rodrygo o Trent; o por incorporación tardía, como Mastantuono y Carreras. Más de la mitad de su habitual once titular no compareció en el Mundial, y aún así se vio a un Madrid renovado e ilusionante.

Presión alta, línea muy adelantada, cambios de sistema, solidaridad y compromiso colectivo, irrupción de la cantera y un bloque compacto que aún en estado embrionario, y pese al revolcón en semifinales contra el PSG, dejó un buen sabor de boca al madridismo. Esa semilla siguió creciendo en los primeros partidos de esta temporada, pero poco a poco, y en silencio, el Madrid de Xabi ha ido recuperando esos viejos vicios que acabaron con Ancelotti. Una parte del vestuario no acaba de digerir sus exigencias ni su método, y el caso Vinicius ha sido la excusa perfecta para que la plantilla vuelva a hacerse fuerte y recuerde que en el Madrid ellos siempre mandan más que el entrenador. En la primera gran polémica, la planta noble ha elegido bando y se ha puesto claramente del lado del brasileño, que se permitió el lujo de nos disculparse públicamente con su entrenador, con el consiguiente descrédito para Alonso. El mensaje es transparente.

A este lío interno se le suma que desde el 5-2 del derbi, el Madrid de Xabi ya no ha sido el que fue. El clásico emerge como un asterisco en una dinámica sobradamente conocida. Equipo en bloque medio y bloque bajo, presión a cuentagotas y mal ejecutada, línea defensiva desajustada, equipo partido, poco fútbol en la zona de creación, poca actitud y compromiso, cambios políticos y cantera invisible. Los buenos resultados, unido al mal inicio de temporada de Barça y Atlético, han tapado todos estos problemas, pero Anfield y Vallecas han desnudado una peligrosa inercia que deja a Alonso un tanto tocado.

Hay un dato que engloba este bajonazo. En la última jornada de Champions, el Madrid fue el tercer equipo que menos corrió de los 36 participantes. Y ante el Rayo, y pese a tener solo 67 horas de descanso, el equipo de Íñigo corrió 8 kilómetros más que el Madrid. Son solo cifras, pero dejan en muy mal lugar el rock&roll que prometió que sería su Madrid, y que él ahora intenta tapar en una últimas comparecencias en las que cada vez es más seco, cortante y distante. Otra señal defensiva de que vive su momento más delicado como técnico blanco.