Yves Klein, monochromo California IKB 71 (1961), vendido por 18,4 millones de euros
El azul apenas existió en la historia temprana del arte occidental. Para los griegos el mar de la Odisea no era azul, era púrpura. En Egipto desarrollaron un pigmento conocido como “azul de Egipto”, utilizando azurita, un mineral de cobre de un color azul intenso. En la Edad Media se utilizaron pigmentos azules extraídos de la molienda del lapislázuli. El día que visité la Capilla de los Scrovegni en Padua, estuve absorto observando el cielo estrellado de la bóveda, obra en la que Giotto, generador del Renacimiento italiano, utilizó un azul ultramarino extraído del lapislázuli, una piedra proveniente de Afganistán.
En 1951, Yves Klein (1928-1962) escribió en su diario: “Para luchar contra todo en la vida, creo que el único medio es tomar un poco de infinito y utilizarlo”. Sus primeros experimentos pictóricos fueron pequeños monocromos sobre cartón que, con el tiempo, se convirtieron en objetos de culto. La búsqueda espiritual de este multifacético artista se confunde en el camino con su idea del arte: “Pinto el momento pictórico que nace de una iluminación”.
Ludwig Wittgenstein, en su libro Remarks on colour (British Library, 1950), expresaba su duda sobre la existencia del color puro. “Los colores no están, simplemente, a nuestra disposición, como lo están las palabras de un diccionario para nuestra consulta. Sus propiedades son huidizas o mixtas, puesto que los efectos psicológicos en los que vienen envueltos dificultan el esclarecimiento final de sus nociones”. Sin embargo, Yves Klein, inspirado por el cielo de Niza, su ciudad natal, inició una búsqueda mística, dedicándose a pintar fragmentos de azul infinito, “el mundo del color puro”; “el azul no tiene dimensiones, está más allá de las dimensiones”, expresaba. En enero de 1957, en la galería Apollinaire de Milán, Yves Klein exhibió once paneles idénticos con su famoso “Azul” (uno de ellos se exhibe en el MoMA), culminando así la evolución de su búsqueda monocromática. El “periodo Azul”, fue el resultado de un proceso de investigación sobre el azul, que lo llevó a desarrollar un fijador por medio de una resina sintética llamada Rhodopas, que se retrae en el secado, revelando así el pigmento en su pureza original conservando el aspecto luminoso del azul ultramarino. Desde ese momento, en el mundo del arte se conoce dicho color como International Klein Blue (IKB) o Azul Klein, es una tonalidad profunda de color azul concebida y patentada por el artista. El impacto visual del IKB se debe a su fuerte relación con el azul ultramar, así como a los espesores y texturas de esta pintura que Klein solía aplicar sobre sus lienzos y objetos tridimensionales.
El pasado mes de octubre en una subasta organizada por Christie’s en París, un monochromo de Yves Klein fue vendido por 18,4 millones de euros. El cuadro de 4 x 2 m, llamado California IKB 71 (1961), batió un récord en Francia.
Yves Klein (1928-1962)
Un artista multifacético
Al explorar diversos medios para expresar sus ideas, en 1958 inaugura una exposición titulada The Void, que consistía en una galería vacía que atrajo a miles de personas y agrias críticas. Otro performance fue su «Salto al vacío» (1960), en el que Klein se lanza desde la ventana de un edificio (la lona que sostuvo la caída estaba oculta al público), inmortalizando su salto en una célebre fotografía —Le saut dans le vide— que más que una provocación artística, es una metáfora del abandono místico, de un acto de fe. El artista se lanza confiando en lo invisible, como el místico que se entrega al Absoluto. Klein escribió: “Yo salto al vacío para volver a encontrarme en el corazón del espacio libre, sin límites, en la inmensidad infinita de mi sensibilidad.” Ese salto no es hacia la muerte, sino hacia la unión con lo invisible. Es el gesto del iniciado que traspasa el velo del mundo material.
Tal vez su performance más notorio tuvo lugar en marzo de 1960, en la inauguración de su exposición Antropometrías de la Época Azul en París. En esa ocasión Klein apareció ante el público vestido con un frac blanco, dirigiendo a tres modelos desnudas que se cubrían con una pintura azul pegajosa. Mientras tanto, nueve músicos tocaban su Sinfonía monótona-silencio, que consistía en una sola nota interpretada durante 20 minutos, seguida por otros 20 minutos de silencio. Los cuerpos de las modelos pintadas eran impresos en un lienzo blanco, lo que Klein describió como «pinceles vivientes».
Salto al vacío (Le saut dans le vide), performance (1960)
Para Yves Klein, el arte no era una práctica estética, sino un camino hacia la trascendencia. Desde joven estuvo fascinado por la idea de lo inmaterial, buscando liberar la pintura del peso de la materia y del objeto. Su famosa afirmación —“La pintura es el espacio”— expresa su intento de disolver la frontera entre el arte y lo absoluto, entre el color y el espíritu.
Klein se consideraba parte de una tradición hermética de artistas que buscaban la revelación espiritual a través de la materia. De hecho, sus “Antropometrías” (huellas corporales de mujeres impregnadas en azul) tienen un sentido ritual: el cuerpo como instrumento de una energía espiritual.
El azul ultramarino profundo, que patentó como International Klein Blue, no fue una simple elección cromática, fue un símbolo de lo infinito, del espacio espiritual sin límites. Klein decía que el azul es el “color del cielo y del espíritu puro”, el único que puede sugerir lo inmaterial. En el contexto del budismo y el cristianismo místico, el azul representa la trascendencia de la forma. Para Klein, el azul era una puerta a la contemplación, una epifanía cromática. En sus monocromos, la ausencia de figura no es vacío estéril, sino un vacío pleno de presencia —como el śūnyatā budista o el “vacío divino” de los místicos.
Reseña del Salto al vacío en el diario Le Journal du dimanche (27/11/1960)
En la historia del arte moderno, Yves Klein ocupa una posición singular, la de un artista que concibe la creación no como representación, sino como manifestación del ser. Su obra emerge en el contexto de la posguerra, cuando la desintegración de los sistemas simbólicos tradicionales abre espacio para una espiritualidad sin dogma, donde el arte puede volver a ser un camino hacia lo trascendente. “Lo visible no existe verdaderamente. Sólo lo invisible es real” (Le vrai devient réel, 1959), afirmaba Klein.
La invención del International Klein Blue (IKB) en 1957, constituye el núcleo simbólico de su misticismo. Klein concibe el color azul como un agente de lo absoluto, un medio de comunión entre el espectador y lo infinito. El azul, escribe, “sugiere el más allá de lo visible, el espacio puro donde el espíritu puede expandirse” (Klein, Le dépassement de la problématique de l’art, 1959). En su pureza monocromática, el color abandona toda función representativa y se convierte en presencia espiritual. El espectador no contempla una superficie, sino que es absorbido por ella, como en la experiencia contemplativa de los místicos y santos.