Entrar al Movistar Arena no suele ser sinónimo de sorpresa. No es de los espacios más versátiles y el límite de espacio hace que muchos artistas internacionales y nacionales elijan un estadio para sus mejores montajes. Pero Katy Perry logró dejar con la boca abierta a cualquiera que entrase al recinto este martes.
Una marabunta de personas decididas a elegir su etapa favorita y mamarracha más divertida de Perry: desde las hamburguesas o tiburones de gomaeva a los trajes de aerobic sesenteros a la nueva imagen de Wonder Woman intergaláctica de los últimos trabajos pasando por la parte más salvaje de éxitos como Roar se quedaba boquiabierta al ver el escenario de la artista. Solo con una treintena de pantallas encendidas ya antes de comenzar el show haciendo un repaso por sus principales videoclips y como una suerte de kiss cam enfocando a los fans, muchos se quedaban impresionados. Y todavía no había comenzado a sacar todo los aparatejos propios de circo que guardaba. Si en los últimos años, se ha divulgado un «menos es más» con grandes escenas que combinaban minimalismo y un golpe de efecto, Perry trae de vuelta la grandilocuencia excesiva de los 90 y los 2000.
En el pop estamos acostumbrados al artificio a que la última voltereta, el último led, laser o el escenario más transformador marquen la vanguardia. De ahí que los sets de Taylor Swift en The Eras Tour donde pasaba del intimismo de la cabaña de folklore y evermore al juego de luces y pantallas de Reputation o Lover coparan titulares. Por no hablar del impresionante despliegue al que nos tiene acostumbrados Beyoncé en sus dos últimos actos y sus correspondientes giras de Renaissance y Cowboy Carter. No obstante, es algo que recae principalmente en ellas mientras que Coldplay siguen manteniendo los leds y los drones de sus últimas tres o cuatro horas o Ed Sheeran le ha cogido cariño al escenario circular.
No es de extrañar que en todo ese artificio del pop se corta el riesgo de pasarse de kitsch, de que se convierta en una amalgama de despliegue especialmente si la evolución musical tampoco ha acompañado y más que acompañar a canciones épicas sirve como entretenimiento de otras que no han tenido apenas acogida. Eso ha pasado con Katy Perry, cuyo último disco Lifetime no ha tenido el beneplácito de la crítica y que nuestra un pop anclado en esos años gloriosos de inicios de los 2000 y 2010, a lo que se sumó la polémica por contar con Dr. Luke tras el juicio por acoso de Kesha. De hecho, lamentablemente Perry ha copado más titulares por su ruptura con Orlando Bloom y posterior relación con Justin Trudeau que por su último disco.
Siete minutos antes de las 21:00h las pantallas comenzaron a resquebrajarse bajo una machacona base House para dar pase a la intro distópica y de estética de videojuego que acompaña a Lifetime. Como si Tom Cruise en Misión Imposible, Perry apareció a mitad de este infinito elevada por una serie de tubos y cuerdas como una armadura que la convertía en especie de Juana de Arco en gravedad cero. Eso sí, esta vez sin viaje de Jefa Bezos para interpretar Artificial, canción que abrió el primero de los cuatro bloques del directo a la que seguiría un Chained to the Rythym hiperestimulado con bailarines vestidos como rastreadores intergalácticos o un Teary eyes, que como todo su reciente disco haría las delicias de una clase de spinning.
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Katy Perry en su concierto en el Movistar Arena.Mariano Regidor
Sin embargo, la complicidad del público probablemente al borde del colapso entre luces, bailes, pantallas y estímulos llegaba con clásicos como Dark Horse a doble de bpms que puso a botar al Movistar Arena y con el que dieron paso al siguiente bloque tras una serie de gráficos y pantallas de videojuegos, que poco amenizaban el espectáculo.
Women’s World, primer single de este último disco, donde el público estuvo mucho más entregado debido a sus hits y para el que los bailarines montaron una estructura andamiada. Sí, una más para hacer unas coreografías propias del Circo del Sol y llegar a cantar bocabajo versos de California Gurls, Teenage Dream haciendo el pino, pero sin evitar tener que parar en una de estas acrobacias.
El sobre estímulo continuaba con este medley de éxitos reducidos con Last Friday Night, igual demasiado pronto el quemar buena parte de esos greatest hits que mantenían al público encendido antes de llegar al ecuador del show. Tras tanto estímulo, Perry frenó su ritmo para interactuar con sus fans buscando un club gay, tirarle piropos a Madrid y chapurrear un «estúpido», «chicos» y «chicas» en español antes de acabar con un apoteósico I kissed a girl de lo más contorsionista: con acrobacias de ella y sus bailarines en una esfera metálica sostenida en el aire, de la que se bajó para recoger una bandera LGTBIQ+.
Con Nirvana, el tercer acto, se esperaba una aparente tranquilidad. O, al menos, eso predica la filosofía budisra. Pero una puesta en escena nunca es tranquila para Katy Perry y flores enormes que servirían para las acrobacias de sus bailarines en Crush llenaron el escenario en una transición, de nuevo, quizás demasiado larga sobre la que ella volaba de nuevo sobre una tirolina hasta lanzarse literalmente al público.
Siguieron otras de esta nueva etapa como la coreada I’m His, He’s Mine y un aclamado Wide Awake con toques más techno que resucitó al público de nuevo y que se vieron más estimulados por esa interacción que les permitía elegir una canción de Prism en versión acústica con un look entre prehistórico y hawaiano. Un pequeño descanso con By the grace of God entre tanto estímulo donde, sin embargo, luchó con algunos fallos e imprecisiones vocales.
Haciendo gala de la vis cómica y mamarracha que le caracteriza subió a cinco fans al escenario entre los que repartió pizza, llamó a sus madres e incorporó para interpretar junto a ella The one that got away. Pero también para corear y bailar el «guapa y reina» del público, que se ha convertido ya en un clásico en toda diva pop que se precie
Lejos de sonrojarse ante los piropos del público Perry, que se vanaglorió a ella misma «a los 41 y fabulosa» y cargó contra las críticas «me dijeron que no podría que no llegaría y aquí estoy, llevamos 83 shows y este en Madrid es el ultimo en Europa». De hecho, hasta se tomó con humor la energía que pone en los directos y se acordó del momento en el que perdió el control de un párpado en directo. «Si me veis que se me cae el ojo y seme queda la boca colgando, estaré bien, lo solucionaré», bromeó.
El quinto y penúltimo acto llegó con sus bailarines ataviados como guerreros robots a los que Perry trataba de batir como una jedi con sable láaer durante E.T. en una mezcla entre Star Wars y Matrix, pero también con el gusano gigante de Dune. Para pasar a una suerte de gladiadores en Part of Me, donde por si faltaba show se puso correr a pleno sprint y no perder el aliento y retomar la letra tras un interludio techno, que culminó en una épica Rise con la que vence al final boss. Y sí, por fin, pirotecnia que era un elemento que faltaba en todo el listado de cosas que podrían aparecer en un concierto y que, por supuesto, lo hacen en uno de la estadounidense.
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Katy Perry y sus bailarines en Madrid.Mariano Regidor
Antes del acto final, Perry se desprendió de todo atrezzo y elementos en una soplo de genuina simplicidad para interpretar su nueva canción Bandaids con vaqueros y camiseta blanca y dando el protagonismo a la banda como tenían en los éxitos de los 2000.
Después de un último interludio en el que este supuesto videojuego finalizaba con Perry como ganadora ante un ente del mal que tenía todo el poder, pero ningún amor y tras lo que consigue liberar todas las mariposas ante el júbilo de personas de todo el mundo generadas por IA, el último acto Perry sacó a relucir su predileccion por los animatrones como ha demostró en shows como el de la Superbowl al subirse en una mariposa en Roar.
A ella, siguieron unas coloridas Daisies y Lifetimes con los coloridos bailarines como protagonistas y una Perry con un top y bikini cargado de grandes pedrerías. Sin embargo, si alguien esperaba que con todo este artificio por el artificio, el atrezzo por el atrezzo, Fireworks hiciera honor a su nombre con una pirotecnia colorida estaba equivocado.
Nada más allá de confeti en forma de mariposa que voló por los cañones del Movistar Arena concluyendo esta gira europea de The Lifetimes Tour que, sin embargo, volverá a pisar Madrid en julio con su versión festivalera en el Río Babel.