La admisión oficial del descontrol de las arbovirosis en Cuba podría ser el primer paso hacia nuevas restricciones de movimiento o confinamientos parciales, aunque el régimen evite llamarlas por su nombre.
La reunión encabezada este martes por Miguel Díaz-Canel en los salones de Palacio dejó entrever, en su retórica burocrática, los signos de un escenario que el gobierno intenta maquillar bajo el lenguaje de la “disciplina sanitaria”.
“Vamos a trabajar esta epidemia como mismo se trabajó la COVID-19”, dijo el mandatario, en una frase que muchos cubanos perciben como una advertencia velada.
Aquella fórmula —aplicada entre 2020 y 2021— significó toques de queda, cercos epidemiológicos y militarización de comunidades enteras bajo el pretexto del control viral. Hoy, la historia podría repetirse, con el dengue, el chikungunya y el Oropouche como nuevas excusas.
El artículo oficial del sitio de la Presidencia describió una estrategia centrada en “lograr el ingreso de todos los pacientes febriles”, incluso “en la vivienda”, mediante “aislamiento domiciliario” y “seguimiento por equipos básicos de salud y estudiantes de Medicina”.
Detrás de ese lenguaje técnico se oculta una política conocida: control poblacional disimulado como protocolo sanitario.
En Cuba, los términos “disciplina”, “aislamiento” y “seguimiento” han servido históricamente para justificar limitaciones de movilidad y vigilancia vecinal. Las “visitas médicas” y los “ingresos domiciliarios” podrían convertirse, como en los días más duros de la pandemia, en confinamientos obligatorios vigilados por los órganos represivos del ministerio del Interior.
Mientras el gobierno invoca la “experiencia de la COVID-19” y convoca reuniones semanales con expertos, evita publicar datos actualizados sobre mortalidad, brotes o cobertura hospitalaria. La opacidad y la propaganda reemplazan, una vez más, la información veraz.
La doctora Yagen Pomares, directora de Atención Primaria, reconoció que lograr la “disciplina de los pacientes” en el aislamiento es “complicado”, una frase que revela tanto la intención coercitiva del plan como su ineficacia estructural. A falta de recursos, el régimen vuelve a apelar al control social y al miedo como herramientas de gestión sanitaria.
Si algo sugiere el discurso oficial, es que Cuba podría regresar a una versión silenciosa del confinamiento, sin decretos públicos ni estadísticas, pero con el mismo guion de siempre: la propaganda del sacrificio colectivo, la vigilancia vecinal y la negación sistemática de la verdad.