En un tiempo en que los modelos de familia se transforman y las distancias emocionales y físicas se amplían, la arquitectura se convierte en un lenguaje de cuidado. Las viviendas ya no son solo refugio: son el reflejo de cómo entendemos el paso del tiempo y la compañía. Marc Trepat, fundador del estudio BTA Arquitectura, lleva más de tres décadas explorando esa frontera entre espacio, bienestar y envejecimiento. Su enfoque parte de una idea tan simple como revolucionaria: “La arquitectura es aquella disciplina que se encarga del diseño del entorno de las personas, con el objetivo de mejorar su calidad de vida”.
Desde hace más de una década, Trepat y su equipo investigan cómo el diseño puede dignificar la vejez. Frente a los modelos institucionales de residencia, su propuesta se inspira en las unidades de convivencia del norte de Europa: espacios más humanos, más pequeños, más reales. Viviendas donde la vida se reorganiza con suavidad.
Arquitectura para una sociedad que cambia
“Las formas de las familias son diferentes a las de hace 40 años”, explica Trepat en una entrevista para Interempresas. “Antes convivían tres generaciones bajo un mismo techo. Ahora hay personas solas, parejas sin hijos, hijos que viven lejos…”. Este cambio ha modificado el papel de los hogares y de los cuidados. Lo que antes era tarea de la familia hoy exige una red social y arquitectónica más sofisticada.
Para Trepat, la arquitectura no puede permanecer ajena. “Estos cambios sociales implican modificar la arquitectura para estas personas”, sostiene. Diseñar un edificio ya no es levantar muros, sino crear entornos que acompañen las nuevas formas de vivir, en especial las de una población que envejece y que no quiere renunciar a su autonomía.
Noticia relacionada
El Roig Arena, hogar del Valencia Basket, mezcla tecnología con artesanía local
Las unidades de convivencia: el hogar que vuelve a ser hogar
En los proyectos de BTA Arquitectura, las residencias se dividen en pequeñas comunidades: grupos de entre diez y veinte personas mayores que comparten espacios como si fueran grandes pisos. Cocinan juntos, conversan, reciben cuidados, pero lo hacen en un entorno que se siente doméstico. “Se trata de que puedan vivir la vejez de la forma más autónoma posible, con libertad y tranquilidad”, apunta Trepat.
El diseño es cálido, sin la frialdad casi institucional de las residencias tradicionales. La escala se reduce, los estímulos se controlan y la sensación de hogar vuelve a aparecer. Este cambio no es solo estético: tiene efectos medibles. En centros donde se ha implantado este modelo, los residentes con problemas cognitivos han reducido medicaciones y mejorado su estado emocional. La calma vuelve a ser parte de la rutina.
Más allá del cuidado: dignidad y bienestar compartido
Noticia relacionada
Qué es el coliving senior: así son las viviendas colaborativas para mayores
“Reducir los estímulos negativos permite que las personas mejoren de forma significativa su calidad de vida”, explica Trepat. Pero el impacto va más allá de los residentes: el personal asistencial también trabaja mejor, sin estrés, en espacios donde la convivencia se vuelve más humana. En definitiva, todos ganan.
El caso de éxito de la Residencia Barcelona, en Sant Adrià del Besòs, lo demuestra. Allí, un residente con fuertes alteraciones cognitivas logró estabilizarse y reducir su medicación tras el traslado al nuevo centro diseñado por BTA. “Fue la prueba de que todo el esfuerzo había valido la pena”, recuerda Trepat. La pandemia solo aceleró esta transformación. Lo que comenzó como una alternativa hoy se vislumbra como el futuro del hábitat sénior. “El modelo ya no se discute”, afirma. “Hay un antes y un después de la pandemia”.