Las epifanías no avisan con dos semanas de antelación ni carta certificada. El historiador inglés James Holland admite a ABC que la suya sobrevino mientras viajaba por las playas de Normandía en 2004, durante el 60º aniversario del Día D: «Fue en un … lugar llamado ‘Punto 102’, donde los miembros de los Sherwood Rangers, un regimiento acorazado británico, tuvieron una acción muy comprometida contra los defensores alemanes». La mirada del presentador estrella de documentales históricos -cuenta ya siete temporadas de ‘Megaestructuras nazis‘ a sus espaldas- se pierde en la nada. «Cuando llegamos allí cerré los ojos… Sentía los tanques Sherman avanzando, con los camiones detrás y la infantería al lado. Y también los muertos. Era algo tan vívido que casi podía verlo, palparlo. A partir de entonces me identifiqué con esta unidad y supe que debía escribir sus proezas».
Vaya si cumplió su palabra. Durante 15 años entrevistó a veteranos, pasó cientos de horas en los archivos y recorrió todos los campos de batalla europeos en los que los Sherwood Rangers habían destilado gasolina y sangre durante la Segunda Guerra Mundial. Y no se queja ni un poco de ello; cada minuto, admite, ha merecido la pena: «En principio, me atrajo saber que fue el regimiento acorazado del ejército británico que combatió en más batallas: 36 durante todo el conflicto, 16 de ellas entre el Día D, el 6 de junio de 1944, y 1945». Luego, explica, se sintió cautivado por las historias personales de sus miembros. «Eran chicos jóvenes, de veinte años, que luchaban y malvivían dentro de un tanque, sin higiene. Les gustaba beber, hacer el amor y quejarse, pero nunca, a pesar de lo que sufrieron, perdieron la humanidad», sentencia.
Hoy, después de desentrañar las penurias de los tanquistas más famosos de la guerra, y lo sentimos por Brad Pitt y ‘Fury’, Holland presenta en España la investigación definitiva sobre los Sherwood Rangers: ‘Hermanos de armas’ (Ático de los libros). Casi 700 páginas que dan para mucho: desde un análisis bélico de las unidades acorazadas inglesas, hasta las secuelas psicológicas que arrastraban los soldados que pasaron el conflicto confinados en aquellos ataúdes de acero. «Es un mito que luchar en un tanque fuese seguro. Las cifras nos dicen que, en proporción, era más peligroso que estar en las trincheras de Verdún, del Somme y de Passchendaele, el epítome de la masacre en la Primera Guerra Mundial». Y va un ejemplo: «El regimiento estaba dirigido por 36 oficiales. Entre el 6 de junio y el 21 de agosto de 1944, las bajas de estos, contando los relevos, fueron 44».
Jinetes de acero
Muy británico, sí, aunque Holland pide un café americano para despertar los sentidos a primera hora de la mañana. Pero que nadie dude de su amor por la patria, porque no tarda en sacar pecho de un regimiento por el que dice sentir pasión. «Ninguno de mis abuelos estuvo directamente involucrado en la contienda: uno se alistó en las tropas auxiliares de la isla durante el ‘Blitz‘, los bombardeos alemanes sobre Gran Bretaña, y el otro estaba en los bomberos de Birmingham.

La infantería avanza al abrigo de un tanque
Ático de los libros
Se podrá decir que he adoptado a los Sherwood Rangers como parientes en este sentido… ¡O que ellos me han adoptado a mí!», bromea. Los siente parte de su familia, son sus hermanos, y de ahí el título del ensayo. Aunque tampoco niega que es un guiño a la mítica ‘Hermanos de sangre’, la serie de Spielberg sobre la 101ª División Aerotransportada que marcó una era.
Desde luego que tienen miga sus hermanos de armas. En 1939, los Sherwood Rangers todavía combatían a caballo en los desiertos de Palestina enfrentándose a los rebeldes árabes sable en mano. Fue tres años después cuando cambiaron sus jamelgos por carros de combate Sherman, la columna vertebral de las divisiones acorazadas aliadas en la guerra. Un vehículo despreciado por muchos historiadores y que sufría para acabar con sus homólogos alemanes, pero que Holland define como «el mejor tanque de su era». Así, sin remilgos. «No todo consistía en tener el cañón más potente o el chasis más grande. Hay que pensar en el ‘pack’ completo. El Sherman era muy fiable a nivel mecánico y muy fácil de reparar y manejar en el campo de batalla. Además, había un montón de ellos, 36 por cada temible Tiger alemán, y disparaba a una velocidad mucho mayor», suscribe.

Dos tanquistas preparan la comida frente a un carro de combate
ÁTICO DE LOS LIBROS
Sobre estas monturas de acero combatieron en Alam el Halfa (África) en el verano de 1942 y desembarcaron en las playas de Normandía el 6 de junio de 1944. Su destino: el sector de Gold. «Aquello fue un infierno: todos los blindados del regimiento que participaron recibieron, al menos, un impacto durante la operación. Que sus tripulaciones sobrevivieran o no era cuestión de suerte», explica. A partir de ahí, Holland recorre a través de las páginas los diferentes teatros de operaciones en los que lucharon los Sherwood Rangers. De Bélgica hasta Bremen pasando por el cruce del Rin. Y eso, con el miedo de saberse blancos claros -y prioritarios- para el enemigo. Porque, como admite el autor, el Sherman era un carro de combate con una altura por encima de lo normal; una perfecta diana móvil a la que la infantería no quería ni acercarse.
Historias personales
Pero no todo son grandes operaciones para Holland. En sus páginas, el británico recoge las pequeñas historias de los miembros más destacados de los Sherwood Rangers. Muchas de ellas, más que estrafalarias. El conductor de un Sherman, por ejemplo, se hizo popular entre sus colegas por llevar a su lado una enorme muñeca de rizos rubios vestida con un «vaporoso traje de crinolina». La llamaron Marguerite y acompañó a la unidad durante todo el conflicto. Era una forma peculiar de animar a sus colegas. Peter Selerie prefería hacerlo recitando versos de Shakespeare a través del intercomunicador cuando llovían las bombas. Mientras, Micky Gold sacaba una sonrisa a sus compañeros cuando les ofrecía uno de los pocos libros que había llevado a la guerra: un ajado ejemplar de ‘Winnie the Pooh’.
Holland tiene a sus personajes favoritos dentro de los Sherwood Rangers. John Semken es uno de ellos, «Mantuve una conversación con él cuando tenía 90 años que se me ha quedado grabada. Fue casi luminosa», explica. El entonces capitán se había hecho famoso por rendir un tanque pesado alemán a base de insistencia. «Se topó con un Tiger y le disparó diez veces antes de que le pudieran devolver el fuego», señala. Al final, la tripulación enemiga se rindió a pesar de que su vehículo era mucho más pesado. «Su servicio fue muy duro. Cuando no había cumplido los 21 años, el blindado de su mejor amigo explotó delante de él. A pesar de ello, jamás perdió su cercanía ni su sentido del humor absurdo», señala. Hasta le contó que «había dormido 14 horas bajo las bombas después de semanas sin pegar ojo.

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Editorial
Ático de los libros
Keith Douglas es otro de sus elegidos. Este capitán, poeta y escritor en su tiempo libre, murió el 9 de junio de 1944, cuando salió de su carro de combate para explorar el terreno y evitar una emboscada germana. «Siempre que vuelvo a Normandía voy al cementerio de Tilly-sur-Seulles, donde está su tumba, y le saludo. Sus poemas eran brillantes. Me siento orgulloso porque encontré el punto exacto en el que le mataron gracias a una investigación realizada a través de fotografías aéreas», explica Holland a ABC. Cuando llegó al lugar, se sintió estremecido. «Era una tarde preciosa de mayo, los pájaros cantaban… Saber que fue allí me hizo sentir un escalofrío», sentencia.
-¿Cuál es la historia del regimiento que más le ha enternecido?
-Durante las Navidades de 1944, los Sherwood Rangers estaban estacionados en un pueblo holandés, cerca de la frontera alemana. Aquel día, un soldado se vistió de Papá Noel y otro de elfo, se subieron a un trineo arrastrado por un tanque y repartieron entre los niños decenas de chocolatinas que guardaban desde hacía días. ¿Cómo no vas a querer a estos tipos? ¡Es imposible!

Planos de un carro de combate Sherman
ÁTICO DE LOS LIBROS
Tras repasar las proezas de los Sherwood Rangers, que vaya si fueron, Holland recuerda que los tanques no han perdido su valor ni su razón de ser aunque la guerra haya cambiado y los drones hayan tomado los cielos: «Desde que los carros de combate se inventaron se han desarrollado los medios para destruirlos, no hay nada nuevo en este sentido. Al final, trabajan en conjunto con la infantería y son necesarios para ofrecerles apoyo».
El historiador recuerda que, de los 14 tanques que el gobierno británico entregó al ejército ucranian, tan solo dos han quedado fuera de servicio. «No habrá que esperar mucho tiempo antes de que se mejoren los sistemas anti dron», sentencia. Su conclusión es que, por muchos años que pasen, el carro de combate será siendo una pieza clave, igual que lo fue en la Segunda Guerra Mundial.