Entre el aluvión de exposiciones temporales (y permanentes) de Pablo Ruiz Picasso es interesante que haya quien intente ir algo más allá de lo obvio. Eso sucede con Picasso Memoria y Deseo, comisariada por Eugenio Carmona, catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Málaga y, probablemente, uno de los mayores expertos del malagueño en todo el mundo. Tras más de veinte años de trabajo —“hay proyectos que exigen tiempo”— acaba de inaugurar en el Museo Picasso de Málaga una muestra conceptual, de peso intelectual y psicológico, pero que nos contextualiza muy bien a un Picasso en un tiempo —”los no tan felices años veinte”— y en una edad —tenía 45 años— “que le obligó completamente a redefinirse, a cambiar”, ha señalado el propio Carmona. En 1925 empezaría a surgir el Picasso que intuía que algo en el mundo iba a colapsar. Y él mismo, en esa medianía de los 40 “que entonces era alguien ya mayor”, también se iba a tener que transformar.

Todo comenzaría con el lienzo Estudio con cabeza de yeso (1925) en el que, a partir de la evocación de su padre José Ruiz Blasco —es el busto— quien fuera profesor de Dibujo, y la superposición de las sombras expone varias cuestiones que estaban cada vez más presentes en aquel momento. Fue en el verano de 1925, una época en la que también volcaría su trabajo en el famoso Cuaderno 31 (del que aquí se pueden ver muestras).

Los autoritarismos están al alza, también el expansionismo; y a la vez la liberalización de la mujer y las manifestaciones anticoloniales

“Por aquel entonces nos encontramos con un mundo en el que los autoritarismos están al alza y también es el momento de esplendor del expansionismo europeo; pero al mismo tiempo se están dando movimientos de liberalización de la mujer, se están produciendo las primeras manifestaciones anticoloniales, que Picasso apoyaba con su defensa de la negritud, es el estallido del art déco… Empieza a cambiar el concepto del tiempo, que deja de ser lineal y pasado, presente y futuro se superponen. Y nosotros seguimos estando ahí”, ha explicado el comisario. Y todo esto afecta, obviamente, a los sujetos. Hay un continuo análisis del “uno mismo” —los tiempos dorados del psicoanálisis freudiano—, hay un deseo de redefinición. Lo que existía hasta ahora no bastaba. “Y ahí estaba él, que acababa de cumplir 45 años, y su pintura se vuelve más desasosegante, convulsiva. El busto se convierte en su emblema y el deseo es la pulsión por la vida. Transformarse es seguir adelante”, ha añadido Carmona.

Un Picasso en transformación

Porque el Picasso de 1925, casado y con una hija, tiene poco que ver con aquel de principios del siglo XX que se pudo ver, por ejemplo, en la exposición Picasso 1906 en el Museo Reina Sofía (1923) que también comisarió Carmona y donde se veía al Picasso más joven a punto de estallar como artista y donde cambió por completo el arte moderno (otra exposición que también se salía de lo habitual). Pero en 1925 “es un superviviente, ya que ha conseguido que la generación más joven, los surrealistas, le consideren un referente. Pero para seguir estando ahí —Matisse, por ejemplo, ya no está— tiene que cambiar, tiene que reciclarse. Y lo tiene que hacer en la relación con las mujeres, porque ahora ya se relaciona con mujeres artistas, intelectuales… Y también desde un punto de vista político, porque el mundo está cambiando… Y empieza a reflexionar sobre qué es el arte y se da cuenta de que la obra de arte es la voluntad de vivir, la pulsión por la vida”, ha subrayado para definir toda la muestra en lo que es un titular redondo: “Lo que tenemos aquí es un Picasso demasiado humano” que se da cuenta de que lo que viene va a arrasar con todo. Por eso solo hay una salida: seguir viviendo.

Hasta aquí la teoría. Luego viene la práctica y cómo el discurso se ha llevado a escena. Y se ha hecho con 112 obras en las que hay Picasso, pero también Dalí, Lorca —que se entusiasmaron con este Estudio con cabeza de yeso y lo resignificaron siendo unos veinteañeros—, De Chirico, Léger, Magritte, fotografías de Man Ray y Dora Maar, Cocteau, Brassai y hasta las películas de Georges Méliès. Porque era todo ese mundo en el que estaba en plena transformación en los años veinte. Estaba todo muy loco, sí, pero algo latía que decía que no iba a acabar del todo bien.

Las paredes de la exposición, que ocupa dos salas —una muy grande y otra más pequeña— se han pintado de un color azul noche “que evoca esa convulsión”, ha apostillado Carmona. Nada más entrar por la puerta se ve de enfrente el Estudio con cabeza de yeso —que se ha traído del MoMA— al que le rodean fotografías del padre de Picasso (esa es la memoria, el recuerdo de lo pasado y es su padre dando clases con los bustos de yeso. Porque cuando está más clara la pulsión por vivir, por salir adelante, lo que surge es el recuerdo de nuestro pasado, de nuestra infancia, de nuestros padres, ha explicado el comisario. También hay algún primer lienzo del malagueño de bustos clásicos completamente figurativos. Le siguen otros cuadros en los que Picasso juguetea con la idea del busto, la cabeza hasta que esta, en 1938 en el lienzo Bodegón con minotauro y paleta, se transforma en un toro. “Es su muestra trágica de que la República está perdiendo la guerra tras perder en la Batalla del Ebro”, ha apuntado Carmona.

La interpretación que hizo Dalí de la obra de Picasso. (Europa Press/Álex Zea)

Los pintores más jóvenes comenzarían también a utilizar el busto escindido, las sombras. Estudio con cabeza de yeso no era una obra más, sino que había sido reproducida en numerosas revistas de arte. Todos los interesados la conocían. Y a muchos les impactó. Les pareció algo nuevo, diferente. Dalí haría su propia interpretación en 1926 evocando un martirologio cristiano con una cabeza cortada en Naturaleza muerta al claro de luna malva (1926). Tenía 22 años, pero ya estaba en ese mundo onírico y de tantos pesares judeocristianos. Lorca, por su parte, se llevaría su interpretación —el desdoblamiento del rostro, la sombra— a sus inquietudes amorosas en obras como El beso (1927). El “yo” había estallado en múltiples formas. Es una de esas exposiciones en las que puedes pensar que muchos conflictos que están ahora sobre la mesa… (desde un punto de vista cultural) también lo estaban hace cien años. No somos modernos.

Se invirtieron, por ejemplo, los roles de género, como se puede ver en las obras de Eileen Agar y Claude Cahun. Agar, en diálogo con la naturaleza y con un busto clásico de figura masculina contemporánea, invirtió los roles asignados a las mujeres en el surrealismo, transformándolas en agentes activas de la mirada. Cahun, junto a Marcel Moore, realizó un “doble busto” que se ha convertido en un referente pionero del arte transgénero, en una reflexión sobre la identidad. Pero todo después se puede echar sin complejos a la mochila de lo “woke” (aunque sean obras de los años veinte del siglo XX).

La instalación a partir de Obra maestra desconocida de Balzac. (EFE/Jorge Zapata)

La última parte de la exposición muestra los aguafuertes dedicados a la ilustración de La obra maestra desconocida, de Honoré Balzac, que se había publicado en 1831 dentro de La comedia humana, pero que en esa época tenía a los artistas obsesionados. Porque habla de un artista que va en busca de su gran obra maestra, pero cuando él cree que la ha conseguido, nadie la entiende ni la admira, por lo que la quema. Picasso hizo estos dibujos en 1924 mientras también trabajaba en el proyecto de Estudio con cabeza con yeso.

Por tanto, al final, como ha indicado Carmona, todo queda unido. Esta obra de 1925 que ahora es la pieza angular de esta exposición tampoco es tan conocida, no está muy difundida (seguramente la mayoría de los visitantes la desconozcan), pero sirve para hablar de un gran tiempo de cambio, del deseo de la proyección hacia el futuro, pero también una vuelta a la memoria, al pasado. Nos suena. “Y los tiempos que vivimos ahora hacen que este tema sea necesario”, ha zanjado Carmona, que ha llevado a Málaga una exposición sobre Picasso adulta.

Entre el aluvión de exposiciones temporales (y permanentes) de Pablo Ruiz Picasso es interesante que haya quien intente ir algo más allá de lo obvio. Eso sucede con Picasso Memoria y Deseo, comisariada por Eugenio Carmona, catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Málaga y, probablemente, uno de los mayores expertos del malagueño en todo el mundo. Tras más de veinte años de trabajo —“hay proyectos que exigen tiempo”— acaba de inaugurar en el Museo Picasso de Málaga una muestra conceptual, de peso intelectual y psicológico, pero que nos contextualiza muy bien a un Picasso en un tiempo —”los no tan felices años veinte”— y en una edad —tenía 45 años— “que le obligó completamente a redefinirse, a cambiar”, ha señalado el propio Carmona. En 1925 empezaría a surgir el Picasso que intuía que algo en el mundo iba a colapsar. Y él mismo, en esa medianía de los 40 “que entonces era alguien ya mayor”, también se iba a tener que transformar.