La forma de explicar lo de Oier Lazkano habría sido muy diferente hace veinte años

Oier Lazkano ya no corre desde abril. Y, sin embargo, nos enteramos ahora de que algo raro pasaba con su pasaporte biológico.

No “dopaje”, ojo, que esa palabra está casi vetada: hablamos de anomalías en el pasaporte biológico, como bien nos comenta Nacho Labarga en el próximo episodio de El Velódromo, el podcast de Joanseguidor.

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La semántica importa.

Mucho.

Porque el ciclismo ha aprendido, a base de golpes y titulares incendiarios, que entrar a saco solo genera ruido, escándalo y, al final, descrédito.

El caso se comunica meses después, con discreción.

No hay redes ardiendo ni debates eternos.

Solo un dato frío: el ciclista está fuera de competición.

Y la opinión pública apenas pestañea.

Esa estrategia, elegante y fría, es lo que distingue al ciclismo moderno del ciclismo de hace veinte años, cuando cualquier sospecha se convertía en juicio y circo mediático.

Pero no nos confundamos: esto no es un lavado de cara.

Lazkano probablemente afrontará cuatro años de sanción.

La prudencia comunicativa no cambia la sustancia del castigo, solo reduce el ruido.

Y eso es una lección que el ciclismo necesitaba aprender: la forma de comunicar puede salvar reputaciones, pero no cambia los hechos.

El peligro sigue ahí.

Si vuelven los goteos de casos relacionados con dopaje, todo este aparente avance podría desmoronarse.

Recordemos los finales de los 90 y los primeros años del siglo XXI: escándalos diarios, sospechas, incredulidad… pesadillas que marcaron generaciones.

Hoy se gestiona mejor, sí, pero la historia sigue amenazando con repetirse.

En definitiva, el ciclismo ha aprendido a medir, a pausar, a no entrar a saco.

La palabra “dopaje” se evita, los casos se filtran con cuidado, el ruido se contiene.

Pero la lección más importante es otra: no hay comunicación que tape la sustancia.

La carretera sigue siendo la misma, y la confianza de los aficionados sigue siendo frágil.

Lazkano es solo un ejemplo más, pero suficiente para recordarnos que el ciclismo moderno puede controlar el relato, sí, pero no los hechos.

Al final, la pregunta sigue ahí: ¿hemos aprendido realmente o solo hemos aprendido a contar las historias de otra manera?

Imagen: Unipublic/Cxcling/Naike Ereñozaga