En los últimos años, la construcción de nuevos bloques de viviendas, centros comerciales y educativos privados ha colapsado la madrileña calle Costa Brava. Sus vecinos, que han pagado el precio del m2 equivalente al de un exclusivo barrio, viven una realidad muy distinta a la de la colonia original de Mirasierra

En Madrid, dicen, hay barrios de clase obrera y barrios bien. Según por dónde entres, Mirasierra no es un barrio bien, son dos barrios bien pegados con dos realidades bien distintas.

La primera Mirasierra: el jardín acorazado

Si uno entra por la parte vieja, por la antigua carretera de la playa, lo primero que se encontrará son muros altos, setos bien podados y el silencio que solo puede comprar el dinero. Aquí las casas se asientan en parcelas del tamaño de un campo de fútbol. Es la geografía de la baja densidad y la alta seguridad. El viejo lujo, el de la tierra.

En esta colonia viven empresarios, altos directivos y diplomáticos. También lo hacían los jugadores del Real Madrid cuando la Ciudad Deportiva estaba en la Castellana. Clases altas que han comprado un pedazo de terreno a veinte minutos del centro.

Pero no toda Mirasierra es la misma. A pocos metros de allí, justo en el lado opuesto, hace tiempo que una calle tumbó alguno de estos viejos chalés aburridos y levantó bloques. No son edificios de protección oficial, sino moles verticales cerradas con portero 24 horas y piscina. Lo que ha supuesto que donde antes vivían cuatro, ahora lo hagan 40. En el número 13 sin ir más lejos, donde hasta hace poco había unas oficinas de la familia Banús, alma mater de Mirasierra, ahora hay otra nueva promoción de viviendas.

No es lo único que ha proliferado en Costa Brava en los últimos años. También se han edificado centros educativos privados que están atrayendo a estudiantes y familias de otros barrios. A los que ya existían como El Prado, Montealto, Virgen de Mirasierra, Vedruna o Villanueva —todos ellos católicos o del Opus Dei—, se ha sumado el Richmond Park School y más recientemente Esade.

Como se podrán imaginar, todo esto ha afectado a la densidad poblacional de la calle y, por descontado, al tráfico rodado.

La segunda Mirasierra: el triángulo de la tristeza

Y aquí viene la primera queja de los vecinos de este excelso barrio: la falta de una carretera que soporte el incremento del número de coches y un entorno urbano en condiciones, como por ejemplo mejores aceras. «Mirasierra se ha convertido en un embudo. A las ocho de la mañana sacar el coche a la M-40 es como participar en un reality show de esos que salen en la tele. Y lo mismo ocurre a las cinco de la tarde,» me cuenta una mujer al mismo tiempo que intenta meter dos niños vestidos de uniforme en un coche de gama alta.

Compraron la comodidad de un barrio exclusivo con la estación de Metro Paco de Lucía a dos pasos, pero ahora, la nueva densidad les ha traído la venganza: el tráfico. Lo que nos lleva a la segunda queja de lo que me empieza a recordar a la película de El triángulo de la tristeza. El metro pasa por debajo y el tren ligero por un costado emitiendo un sonido chirriante y seco como el de una trilladora. Probablemente sea el único sitio donde una infraestructura pública se atreva a arruinar la siesta al dinero. Es un drama de lujo. Lloran porque la Comunidad de Madrid no ha insonorizado bien el túnel. Lloran porque sus ensoñadoras tardes se ven empañadas por la vibración que les recuerda que hay vida pública debajo de sus urbanizaciones. Quieren el silencio que tienen los de la colonia, pero claro, Costa Brava no es Mirasierra, por mucho que les hayan vendido la burra.

El centro comercial en la calle costa brava 36, cuando aún no estaba construido. Foto: Ten Brinke / tenbrinke.com

El tráfico está colapsado porque lo que antes era una calle exclusiva ahora es un enjambre de vecinos que tienen que sacar a sus hijos del colegio en el mismo sitio y a la misma hora. Es una carretera diseñada para el tráfico de los años setenta que ahora traga el de siete centros educativos privados y cientos de nuevos pisos. Ironías de la vida, los viejos ricos de la vieja colonia también se quejan de que los nuevos ricos traen tráfico y ruido, formando un triángulo de la queja perfecto.

En el fondo, todo es lo mismo: el crecimiento mal gestionado. Si se están preguntando por el Ayuntamiento o la Comunidad, supongo que se estarán frotando las manos. El urbanismo del lujo da licencias y las licencias dan dinero. Pero nadie se preocupa de insonorizar un túnel o de adaptar las vías de entrada y salida al barrio para afrontar la avalancha de nuevos vecinos. En Mirasierra, si vives en un chalé, compras silencio. Pero si lo haces en un piso, compras atascos. En ambos casos, pagas una fortuna por quejarte. Es un cabreo del primer mundo, pero, créanme, es un verdadero cabreo.