En una casa de Caracas donde el arte era el aire que se respiraba, a la niña Siudy Garrido se le fue tejiendo el flamenco en el alma. «Mi madre me enseñó a amarlo y a cuidarlo», recuerda. Su infancia transcurrió entre tablas, trajes de volantes y giras por todo el país.

Su progenitora, productora y coreógrafa, dirigía una de las escuelas de baile más importantes del país. Allí fue donde se convirtió en un pequeño torbellino que lo absorbía todo.

«Había ballet, danza moderna, jazz, pero mi constante era el flamenco. Era lo que me gustaba, lo que me movía», cuenta al otro lado de la pantalla con una sonrisa enorme. «Mis papás me tuvieron mayores, con más de 40 años, así que yo era un poco la mascota de la compañía, siempre rodeada de adultos y aprendiendo de todos», comenta.

De pequeña quería ser médica, luego empezó Derecho y acabó estudiando Periodismo.

A los 15 años protagonizó por primera vez un espectáculo en el Teatro Teresa Carreño, el templo cultural venezolano. Aquella experiencia marcó un antes y un después. «Compartí escena con grandes artistas y por primera vez vi a un bailaor español joven dedicado por completo a esta disciplina. En ese momento supe que eso era lo que quería hacer con mi vida», confiesa.

Desde entonces, su destino apuntó a un lugar concreto. A los 16 dejó su país para estudiar en Madrid. «No sabía ni cómo era España. Recuerdo que me preguntaba si habría McDonald’s. Era otro mundo», ríe.

Llegó directa al estudio Amor de Dios, catedral de esta disciplina. «Ese era, y es, mi hogar. Allí me formé, crecí y me convertí en bailaora. Yo abría el estudio a las once y lo cerraba a las ocho de la noche; siempre estaba allí la primera», recuerda.

La joven venezolana de larga melena rubia se convirtió pronto en una presencia habitual de aquel hervidero artístico. «Tuve la suerte de trabajar con Adrián Galia y de hacer mi primera suplencia en la compañía de Antonio Canales. De él aprendí tanto que hoy lo considero un maestro y un amigo», comenta.

Primer plano de la artista.

Primer plano de la artista.

Esteban Palazuelos

Madrid fue también su bautismo en un tablao. «La primera vez que bailé en la capital fue gracias al maestro El Güito. Me llevó al Candela y le dijo a los dueños: ‘La niña tiene que presentarse aquí como figura‘», recuerda con emoción.

Una emoción que, recién llegada a la capital española y en la primera entrevista que concede en nuestro país, reconoce que lleva sintiendo desde que supo que viajaría de vuelta a esta, su otra casa. «No sé cómo explicar cuánto amo a España. Para mí, este país es el flamenco en toda su pureza. Y siempre me han cuidado y tratado tan bien aquí», afirma esta mujer carismática y alegre.

Su luz traspasa la pantalla. Cuando se lo menciono, suelta una carcajada. «Pues hoy estoy bien cansada», dice, «eso sí, las venezolanas nunca salimos a la calle sin arreglar«.

En su debut en un tablao, los músicos y los cantaores no creían que aquella mujer alta y tan segura de sí misma fuera una adolescente. «Cuando me presentaron en Casa Patas diciendo que tenía 16 años, todos se quedaron mudos. No daban crédito«, recuerda.

Cuando la vieron bailar, arrasaron jaleándola. En aquel escenario, nació la bailaora que años después recorrería el mundo con su propio nombre.

Entonces, su estancia aquí duró tres años, hasta los 19. «Me sentía en casa, el mundo del flamenco me adoptó. Pero mis papás tiraban mucho para que regresara, les preocupaba que me enamorara de un español y me quedara», comenta medio en broma.

Al regresar a Venezuela fundó su propia compañía y empezó a crear espectáculos que colocaban su disciplina en el mapa latinoamericano. «Siempre soñé con que tuviera el lugar que merece junto a la ópera o la música clásica. Luché por llevarlo a los grandes escenarios de América«, afirma.

Pero la crisis en su nación obligó a Siudy a trasladar su compañía a Miami. «Fue muy duro. Pero tuve que desistir. Nos cancelaban los vuelos cada dos por tres, aquello era inviable económicamente. Con todo el dolor de mi corazón tuve que renunciar«, dice.

Recuerda con emoción su regreso al Teatro Teresa Carreño tras 10 años de ausencia. «Agotamos todas las entradas. El público se puso en pie cuatro veces. Yo lloraba en el escenario y Antonio Canales también. Fue algo indescriptible», recuerda.

Desde entonces no ha vuelto. «La situación sigue complicada. Pero creo que lo que podemos hacer los venezolanos es dejar nuestro país en alto. Para eso lo importante es hacer las cosas bien cada día», señala.

En su voz no hay nostalgia, sino impulso. «Siempre trato de ver el lado positivo. En Estados Unidos el arte se mide por el dinero, pero aprendí a navegarlo», comenta.

La bailaora posando ante las cámaras de esta publicación.

La bailaora posando ante las cámaras de esta publicación.

Esteban Palazuelos

Su tono se ilumina al hablar de su compañía, de las jóvenes bailarinas que la acompañan con las que siente que «somos una familia. Y cada espectáculo es una puerta que se abre para los que vienen detrás».

Crear en el país norteamericano significó aprender a solicitar ayudas y a planificar giras con dos años de antelación. Era otro idioma, otro sistema. Hoy su compañía funciona como una organización sin ánimo de lucro que recibe apoyo estatal para promover el intercambio cultural.

«Gracias a eso hemos podido regresar ahora a España. Pero en este momento, con el nuevo Gobierno, todo anda patas arriba. Ya nos han cancelado varias subvenciones», apunta.

La actriz, en una foto de archivo.

Su regreso a nuestro país es por todo lo alto. El 17 de noviembre, Día del Flamenco, Siudy Garrido estrenará en Madrid, en Warner Music The Music Station, su espectáculo Bailaora. Mis pies son mi voz. «No podía haber fecha más simbólica. Es una celebración de la universalidad de este baile. En mi compañía hay venezolanas, mexicanas, ecuatorianas y españolas. Es una belleza», indica.

El montaje, con música original de Juan Parrilla, se mueve entre la raíz y la evolución. Habla de esa mujer que se siente orgullosa de ser latinoamericana y flamenca a la vez.

Ama el arte de raíz, pero también se alimenta del mundo actual, del jazz, de la música latina, de América. Habla de la pureza y de la verdad artística.

En el escenario, las guitarras eléctricas se mezclan con flautas y percusión con las mismas referencias. «La música es poesía. Y las coreografías también lo son, solo que en movimiento», apunta Siudy.

Su regreso a los teatros españoles supone también un reencuentro con su historia personal. «Vuelvo con gratitud. No es fácil venir desde tan lejos con una compañía completa. Pero siento que estoy en una de las mejores etapas de mi vida«, comenta.

Conversa con serenidad, consciente de que el tiempo le ha enseñado a disfrutar del proceso. «De joven era perfeccionista hasta la frustración. Hoy disfruto del camino. He aprendido a hacer una crítica constructiva y a crecer en el proceso», reconoce.

En el arte y en la vida, confiesa, el mejor consejo lo recibió de su madre. «Siempre me dijo que escuchara mi corazón, que ahí estaban todas las respuestas. Y las veces que me he equivocado ha sido por oír el ruido de afuera», confiesa.

Imagen en blanco y negro de la artista.

Imagen en blanco y negro de la artista.

Esteban Palazuelos

Quizás por eso, cuando se le pregunta por el secreto de su estabilidad personal, responde con convicción: «Llevo 21 años con mi esposo. El secreto es la admiración mutua y la libertad. Estar ahí porque quieres estar, no porque tienes que estar.»

Su marido, Pablo Croce, director de cine, ha filmado los dos documentales que recogen la historia de su compañía. Uno de ellos —sobre el espectáculo que presenta en España— le valió dos nominaciones a los Latin Grammy.

«Ha sido increíble, nominados junto a Rosalía, Romeo Santos, Natalia Lafourcade. Un proyecto independiente de danza, al lado de esos nombres. No lo podía creer», dice. Más allá del reconocimiento, ve en el gesto una apertura que muestra «que un proyecto que nace de una bailaora puede tener voz, que el arte no necesita etiquetas».

Repite la palabra arte con reverencia a lo largo de la charla. «Porque acaba con las fronteras y los géneros, eso me parece muy importante», dice.

Cita a Rosalía con admiración: «Es tan bello su nuevo disco… Se percibe su profunda formación. Cada tema, cada movimiento, tiene una razón de ser. Ella es un ejemplo de que la excelencia necesita tiempo, curaduría, esfuerzo».

Para ella, el vínculo entre su país de origen y el nuestro es inseparable. «La mitad de los españoles que se fueron cuando Franco, emigraron a Venezuela, tenemos sangre española, una conexión que se siente. Creo que por eso el flamenco nos resulta tan familiar», reflexiona.

También hay pasión para los suyos. Habla con ternura de sus hijastros, hoy adultos: «Los conocí con seis y ocho años. Ella trabaja en una discográfica, él hace animación de dibujos animados en Los Ángeles. Son la luz de mis ojos».

Cuenta una anécdota que resume su relación: «Cuando era niña, mi hijastra decía: ‘Ella es mi madrastra’. Y mi mamá respondía: ‘Eso suena feo, dile mejor la esposa de tu papi’. Y ella prosiguió: ‘No, porque si la llamo así es algo de mi padre, y ella es mía‘. Yo me derretí», dice con los ojos brillantes.

La cantante, rodeada de fans.

En su casa, como en su vida, el arte sigue marcando el ritmo. «Es un profundo nexo de unión entre mi esposo y yo, nos vuelve locos. Todos los años tenemos un nuevo proyecto. Creo que en parte eso nos mantiene siempre tan unidos», analiza.

Desde el documental hasta las giras, su universo se mueve en torno a la creación. Pero, aunque rodeada siempre de mucha gente, Siudy subraya que «uno debe escuchar a los demás, pero las decisiones importantes hay que tomarlas en silencio, escuchando a tu voz interior».

Al final, es lo mismo que la llevó a dejar Caracas con una maleta de sueños y a regresar ahora, décadas después, al país donde el flamenco nació, ilusionada como aquella adolescente.

«Volver a España es cerrar un círculo. Es traer de vuelta lo que he aprendido y agradecerle a esta disciplina todo lo que me ha dado. Esto es lo que soy y espero de corazón que os guste», concluye.