Eva Rementeria tiene 68 años y reside en Deba. Desde hace casi tres décadas convive con un cáncer de mama que en los últimos … años se le ha diseminado a los huesos. Pero ahí sigue, con la misma vitalidad que una adolescente. Porque la enfermedad no le ha impedido estos últimos años seguir quedando para tomar el café por la tarde con sus amigas a pesar de sus viajes semanales a Donostia para recibir puntualmente su sesión de quimioterapia en Onkologikoa, donde «soy ya una fija y me trataban muy bien», apuntilla.
En enero, poco después de las fiestas de navidades, Carmen comenzó a sentirse mal, con fuertes dolores de cabeza. Llamó a su médico y la ingresaron en el centro oncológico de la capital guipuzcoano. Tenía una meningitis provocada por alguna bacteria que llevaba días atacando las membranas que rodean el cerebro y la médula espinal. Estuvo ingresada allí algo más de dos meses, tiempo en el cual los facultativos le realizaron «ni sé cuántas pruebas» para descartar que la infección no fuera a más al tratarse de una paciente vulnerable por su situación.
Pasado ese episodio, los oncólogos que la atendían consideraron que su situación clínica era favorable y procedieron a darle el alta. Pero vive sola y en la tercera planta de un bloque de pisos que no cuenta con ascensor. «Después de este último ingreso he perdido mucha estabilidad y no puedo defenderme por mí sola ni hacer nada en casa», explica.
Rehabilitación
«Tres veces a la semana hago gimnasia con un fisio, lo que peor llevo es meterme en el aro y estar estable, me mareo»
El caso de Eva no es una excepción. Es una de las más de 300 guipuzcoanas que cada año se ven de repente en esta situación. Personas que reciben el alta médica tras un ingreso hospitalario pero están tan delicadas que necesitan alguien que les atienda y ayude prácticamente las 24 horas del día. En ocasiones por no tener familia o no poder hacerse cargo de ellos. «Mi marido ya murió y mis hijos uno vive en Azpeitia y el otro en Deba, pero cada uno tiene ya su vida hecha y no quiero darles mas guerra».
Esta combativa mujer ingresó a comienzos de abril en la unidad residencial sociosanitaria Torrekua de Eibar. Durante este tiempo, tres veces a la semana realiza intensas sesiones de rehabilitación con un fisioterapeuta del centro para recuperar la estabilidad motriz perdida. «Hacemos ejercicios de pesas, cintas, conos… Lo que peor llevo es meterme en los aros y estar estable. Termino un poco mareada», resume. Por las tardes o los días que no le toca gimnasia «salgo con la compañera de habitación a dar un paseíto a la calle o tomar un café abajo», siempre acompañada de su inseparable tacataca,
El objetivo con pacientes como Eva es que «ganen autonomía. Siempre que hay un margen de mejora se quedan con nosotras», explica Izaskun Arrese, trabajadora social del centro sociosanitario, que cuenta con un total de 48 camas. «Normalmente, nosotros estamos aquí siempre a tope, al 100%. Hay siempre mucho movimiento, según se libra una plaza casi en caliente llega ya otra persona. Esto es un espacio de transición y normalmente es gente que ha perdido su autonomía por los motivos que sean, o que necesitan de una silla de ruedas y están adecuando su casa…».