Hay conciertos que son engranajes tan calculados que no dejan apenas hueco para la espontaneidad. Los artistas casi ni cuentan con margen para interactuar con el público. Y para alguno mejor, pues así evitan caer en el síndrome del viajero atrapado en hoteles clónicos que, al final, termina confundiendo México con Madrid en pleno recital.
No es el caso de Katy Perry, que ha concluido su gira europea en España conquistando al público por su música, por la artillería escénica que viste el show y, también, por su capacidad para jugar con la audiencia. Crea un diálogo de tú a tú con sus seguidores. Aunque, sin traducción simultánea, no se entere de demasiado. A las divas de hoy se les pide ser showomans todoterreno. No basta con cantar, deben bailar, deben realizar piruetas colgadas de un cable y deben hacer cabaret, con sus fans e incluso con sus madres a través de videollamada.
Sin embargo, entre tanto engranaje y efecto especial, uno de los momentos más especiales del final de la tournée de Katy Perry no lo trajo ensayado de casa: fue su cara de flipe cuando todo el Movistar Arena empezó a corear en bucle: “y guapa, y guapa, y guapa, y guapa, y guapa, y reina, y reina, y reina, y reina y reina”.
La comunicación no verbal era aplastante. Katy estaba viviendo la misma sensación inaudita que ya habían experimentado Lady Gaga, Emilia, Sabrina Carpenter, Dua Lipa, Billie Eilish o Tate McRae en sus respectivos conciertos en nuestro país. Un cántico que representa el éxtasis de la admiración y se popularizó por una grabación convertida en meme de la Semana Santa sevillana.
El vídeo primigenio se viralizó con ayuda de esa risita homófoba que llevamos bien adentro y que escondía mofa a la pluma de los devotos de la virgen. Pero la alegría de la diversidad social lo ha terminado resignificando hasta convertirlo en un himno festivo que nos muestra únicos. Himno que ha acabado representando la celebración de la admiración frente a la contención de los prejuicios.
Los susceptibles pueden sentir que el uso en conciertos del “reina y reina, guapa y guapa” es una banalización de las creencias religiosas. Aunque, en realidad, las liturgias de la fe siempre han ido acompañándonos por su habilidad de adaptarse a los tiempos. Así que tampoco es demasiado extraño que se haya convertido en un símbolo de acogida un cántico en el que nos fijamos por la perplejidad despertada por los fervores más radicales.
La tradición sobreviviendo, una vez mas, gracias a la alegría, que siempre es un síntoma de modernidad. Porque la alegría nos cobija, nos da una ilusión, nos da un respiro. Incluso nos permite sorprender al mundo con la perspicacia de esta cultura nuestra que nos hace tan especiales cuando somos tan libres. Que se lo digan a Katy Perry.
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