A orillas del Manzanares, una voz resuena cada día en el Puente de Toledo. Es la de Agustín Vega, de 39 años y madrileño de adopción, aunque argentino de origen. Guitarra en mano, el cantante ha convertido este rincón entre Carabanchel y Arganzuela en su escenario. «Canto desde muy chiquito«, explica Agustín. «Siempre fui el cantante de los actos del colegio, el actor… toda mi vida transcurrió con la música al 50%». Estos seis años desde que se mudó desde Buenos Aires compaginó esa pasión con trabajos más convencionales. Fue empleado en un estudio de abogados y llegó a dirigir una inmobiliaria en Madrid. Pero la idea de poder dedicarse a la música nunca desapareció del todo de su mente.

Fue un despido lo que marcó el punto de inflexión. «Me di cuenta de que estaba haciendo cosas que no quería, solo para subsistir. Tenía cierta edad y pensé: ‘Es ahora o nunca’. Y decidí dedicarme de lleno a la música». La elección de la ubicación fue casual. De hecho, fue una sugerencia de su exsuegra: «¿Por qué no vas a cantar al puente?», le dijo. Hace ya cuatro años que Agustín canta en el Puente de Toledo. «El entorno es espectacular. Me dio momentos únicos. La gente que se detiene, sonríe, se emociona. Hay muchos niños, porque hay dos colegios cerca. El barrio me abraza con cariño», continúa.

Pero, desde verano, su relación musical con el espacio se ha complicado. En febrero de este año, por primera vez desde que empezó, la Policía se acercó para multarle. «Parece que a alguien le molestaba», cuenta con resignación. «Desde entonces vinieron varias veces más. Yo me moví, bajé el volumen, me alejé de las viviendas. No quiero problemas, solo quiero cantar». Fue entonces cuando una vecina mayor, a la que describe como una de esas «fans» que lo han «visto crecer», le dio la idea: «Me vio con la policía y me dijo: ¿Dónde hay que firmar?». Así nació una recogida de firmas en Change.org que ya acumula más de mil apoyos.

Horarios y condiciones acordadas entre artistas locales

En ella, Agustín propone revitalizar el Puente de Toledo como un espacio cultural vivo, un lugar donde artistas locales puedan expresarse dentro de unos horarios y condiciones acordadas con las autoridades. «La música puede ser un puente entre el arte, la identidad y la convivencia«, defiende Agustín. Pero, confiesa, que principalmente la llevó a cabo para poder seguir cantando en paz, con respeto y con orden: «Quiero una regulación razonable que permita a los músicos actuar sin molestar a los vecinos ni enfrentarse a sanciones».

Sin embargo, asegura que su iniciativa va más allá de un caso personal y que gana fuerza cuando se habla de Carabanchel, un barrio que está sufriendo una transformación hacia la deriva artística que podría beneficiarse de su iniciativa.  «La música en vivo no solo alegra los paseos, crea identidad», dice. Mientras tanto, Agustín sigue cantando varias veces por semana —»dos, tres, cuatro veces, según el tiempo y el cuerpo»— durante cinco o seis horas al día, como «cualquier jornada laboral»: «Es un trabajo duro, sí. Pero el cariño de la gente me impulsa. Me levanto sabiendo que ese rato en el puente puede hacer sonreír a alguien».

Ese cariño se ha convertido en su mayor motor. No hay escaparate, ni aplauso de gran teatro que compita con la conexión diaria con sus vecinos. «Las abuelas, las madres, los chavales… todos me animan. Para mí, cantar no es solo un trabajo: es mi forma de conectar con la gente«, explica. Su repertorio está pensado para el lugar y para el público. «No puedo ir a hacer un rock pesado o un metal, porque no tiene nada que ver con el ambiente. Trato de ser educado, no molesto, limpio el sitio cuando me voy. Cuido el puente, la gente y el barrio».