Su obra oscila entre la ciencia y la poesía; entre el objeto arqueológico y la creación especulativa con mármoles, metales fundidos y madera; carcasas que transmiten lo que fueron y lo que serán: piedras marcadas y fósiles que reflejan en cada uno de sus pliegues su historia pese a su quietud. Es un escultor que trabaja en soledad. Siempre quiso trotar por el mundo con sus esculturas a cuestas, que más bien son obras narrativas visuales que trascienden en el tiempo. Un escultor enorme, además de alto e ingenioso. Dice que la piedra es el material que mejor se adapta a su lenguaje expresivo y a su trabajo físico y mental.
Carlos Lorenzo Hidalgo (Alicante, 1984) siempre sintió pasión por el arte. Creció a las afueras de San Vicente del Raspeig y pronto conoció la artesanía en la ebanistería de su padre, Jesús, llegado de Almoradí, en jornadas de estío en un laberinto de labores, como limpiar con una escoba el suelo del taller, lijar y ordenar tablones y clavos en un menudo almacén de la serrería. Estudió en los colegios San Raimundo de Peñafort y Bec de l’Àguila. Tiene un hermano, Raúl, arquitecto técnico de profesión. Su madre se llama Dolores y nació en Alpera (Albacete). Poco más tarde, Carlos fue alumno del instituto Haygón, donde siempre cosechó notas de color rojo. Cambió de centro. Optó por cursar un bachillerato idóneo para desarrollar sus inquietudes artistas en el Instituto Virgen del Remedio. Y consiguió el diploma. Los suspensos se transformaron en óptimas calificaciones.
Sabía lo que quería. Estudió Bellas Artes en la facultad con sede en Altea de la Universidad Miguel Hernández y un curso estuvo en Varsovia como “erasmus” entre pinceles, colores y grabados. Finalizados los estudios realizó decenas de viajes por el mundo para conocer los entresijos de un oficio que disfrutó junto a su padre desde niño en la carpintería emplazada en el barrio alicantino de Rabasa. En ese espacio repleto de tablones, serruchos, virutas y espinas despertó su interés por el trabajo manual entre ebanistas y expertos tallistas de palos y leños. Dice su padre de él que “jamás me pidió dinero durante la carrera”. El muchacho trabajó muchos veranos y tantos otoños en vendimias de cepas francesas y de la vieja Castilla. También recolectó fresas en cultivos de Países Bajos o demás allá. Y también operó como aprendiz de carpintero con su padre. De tal palo tal astilla.
Antes de finalizar los estudios colaboró con empresas dedicadas a temáticas artísticas, donde contribuyó con sus manos y mucha paciencia a la creación de ambientes para diversos espectáculos y la decoración de todo aquello que cuesta imaginar en la escena. Siempre centrado en la escultura y la tematización, ha participado en producciones cinematográficas, empresas diversas y clientes de casi todos los continentes, especialmente en países de Europa a los que viaja con asiduidad para desarrollar proyectos como director de escultores antes de que se alcen los telones en escenarios de gran formato cargados de fantasía.
Cinceles, martillos, escarpes y radiales con discos de diamante y muchísima creatividad, calma y oficio, son parte de las herramientas que utiliza Carlos para esculpir sus enormes obras en piedra, su especialidad, como el trabajo “Bocas que vuelan”, una obra de mármol y bronce de más de cuatro metros de altura y 25 toneladas de peso, que realizó junto a la también escultora y amiga Natalia Ferro, que mira al cielo cerquita del Hospital General de Alicante en recuerdo a las víctimas del maldito coronavirus. Por su dedicación y talento ha ideado importantes proyectos para parques temáticos como Disneyland, Legoland, Puy du fou, Dreamworks, Ferraryland, Europa Park o Asterix Park o Tomorrowland.
Tiene más de una decena de grandes monumentos plantados por el mundo. Desde pueblos de España hasta rincones o plazas de Turquía, Bolivia, Méjico, Cuba y Eslovenia. Uno de ellos: las ciudades de Verín, en Ourense, y Chaves, en Portugal, situadas a 30 kilómetros de distancia en un entorno de manantiales termales, están unidas y hermanadas por un monumento de Carlos Lorenzo que da la bienvenida y despide a vecinos y visitantes de ambos municipios.
Trabaja la piedra como material principal de sus obras, esculturas que evocan criaturas marinas entre fósiles, caparazones y arquitecturas biológicas naturales o imaginarias trazadas al ritmo de organismos del fondo de los mares. Carlos dice que la piedra otorga simbolismo a sus trabajos tanto en el aspecto físico como en el temporal. “Intentó convertir mis esculturas en fósiles contemporáneos: no representan animales reales, sino huellas de conchas y corazas de animales que sobreviven en el tiempo cuando los fluidos han migrado al olvido”, asegura este creativo.
Le encanta la soledad; se considera un ermitaño entre bocetos y garabatos que luego se transforman en obeliscos. Considera que su vida como artista es bonita, amable. Le encanta trabajar con materias primas locales, como pedruscos de color crema marfil y del rojo Alicante; piedras de una calidad excepcional extraídas de diversas canteras, como la que explota a cielo abierto la empresa Levantina, en el monte Coto, en el término municipal de Novelda.
Carlos Lorenzo Hidalgo, a sus 41 años bien aprovechados, tiene el privilegio de trabajar con sus sentimientos y fuera de ellos a través de enormes estatuas que parece idear entre sueños. Un artista sencillo, grande, enorme. Un trotamundos. Cree que una escultura no sólo es una imagen: es una colección de ideas y sensaciones. Nada es arte si no proviene de la naturaleza. Tiene como referentes de inspiración trabajos realizados por Jago, escultor italiano de reconocimiento internacional, al catalán Jaume Plensa y a un carpintero amable y generoso, su padre, Jesús.
Mañana inicia un nuevo viaje.
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