Después de quince años de carrera y cuarenta y cuatro victorias por todo el mundo (con cinco grandes incluidos), cuesta trabajo encontrar una motivación para seguir adelante. Pero para el norirlandés Rory McIlroy (36) los retos se convierten pronto en objetivos. Así, este … año acabó con una sequía de una década sin ganar un ‘major’ cuando se adjudicó el Masters de Augusta. Y, de rebote, se convirtió en el primer golfista europeo en amasar el Grand Slam.

De manera que, con los cuatro salmones necesarios ya en su vitrina, tuvo que buscar otras piezas en su punto de mira. Como firme valedor del golf del viejo continente, sabía que ganar la Ryder Cup en territorio americano le iba a saber doblemente dulce. De ahí que disfrutara como pocos de la victoria septembrina de Nueva York, que le compensó las lágrimas derramadas en Whistling Straits cuatro años atrás.

Después de eso, con la temporada más que hecha (además de la chaqueta verde triunfó en The Players y en Irlanda), decidió concluirla con una gira asiática en la que siguió sumando puntos de cara a llevarse su séptimo Orden de Mérito; esto es, ser coronado como el mejor golfista continental a pesar de disputar la tercera parte de torneos que quienes compiten habitualmente en este circuito.

Pero había que contar de nuevo con la ilusión que despierta ir superando barreras en el de Hollywood. Y como la siguiente que se le presentaba tenía el nombre de su ídolo, Seve Ballesteros, le faltó tiempo para ponerse las pilas y recuperar toda la energía que había gastado en la Ryder de Bethpage un mes antes. El cántabro había sumado seis lideratos del ranking en su brillante palmarés y con un postrero esfuerzo podría superarlo. De manera que, tras un titubeante retorno en la India (26º), acabó tercero en Abu Dabi la semana pasada y ayer firmó un segundo puesto en Dubái que le aseguró su séptimo Orden de Mérito.

«Vi por el campo antes de la última ronda a Carmen Botín y me dijo que Seve se habría sentido muy orgulloso de que yo le superara en la tabla», comentó emocionado el norirlandés al terminar, ya con el premio en su poder. Y es que nunca ha querido esconder su admiración por el genio cántabro, por lo que el hecho de mejorar esa prestación histórica le llenaba de satisfacción. «Igualar sus seis galardones el año pasado ya fue increíble por lo que superarlo ahora es todavía más especial. Mi padre se enamoró de este deporte gracias a él y luego me transmitió esa pasión. Es mi guía y estoy muy orgulloso de ello», recalcó.

Estas buenas sensaciones globales le paliaron el desencanto de haber caído en el desempate de esta última cita del calendario ante Matt Fitzpatrick. Después de hacer lo más difícil (un ‘eagle’ en el 18 de Jumeirah para acceder al hoyo extra ante el inglés), una mala salida posterior le impidió alcanzar su vigesimosegunda victoria en el European Tour.

Los españoles, sin brillo

Aunque 2025 comenzó con muchas expectativas para la Armada (en marzo ya se sumaban dos títulos), luego estas se fueron diluyendo a medida que pasaban los meses. Los éxitos de Alejandro del Rey y Eugenio Chacarra no tuvieron continuidad y las vistas comenzaron a centrarse en mantener los derechos de juego para 2026 más que en levantar trofeos. Once de los catorce golfistas lo lograron y, lo que es también destacable, con cuatro clasificados para la final de Dubái.

El mejor, como era previsible, fue Ángel Ayora. El malagueño, de 21 años, se ha revelado como uno de los debutantes más destacados (con su octava plaza en el emirato ha sumado diez top 10 en el curso) y al final ha sido el más destacado de todos los españoles en la clasificación anual. El circuito americano es su destino natural.