Nos ha magnetizado. Existe una sobreexplicación de todo lo que hace Rosalía, lo que puede convertirse en un efecto boomerang para su éxito. Aunque qué más da: entre tanta pompa quedará la emoción de su música. Pero hasta la emoción se fabrica. Más aún en la época de la sociedad hiperconectada donde todo pasa y poco queda.
Para trascender, los pasos que está dando Rosalía para promocionar Lux están siendo precisos. Correteando por Gran Vía azuzó la expectativa de su nuevo disco, después convocó a influyentes de la sociedad para un recital privado en el que se sintieran protagonistas de un hecho histórico y que, de esta forma, fueran ellos los que marcaran el relato de «obra maestra» antes de que nadie de la calle hubiera podido escuchar el disco. Y ya, como remate, cuando Lux estaba publicado, acudió a La Revuelta, donde la conchabanza de la reunión de amigos adelanta al interrogatorio de la entrevista. Así la audiencia conoció su espontaneidad más relajada. La intensidad de Lux, tras tanto sobreanálisis, se tradujo en naturalidad. Todos queremos ser amigos de Rosalía y que nos haga bizcochos nevados con bien de azúcar glass.
Sin embargo, faltaba poner en escena su trabajo: la música. Y Rosalía se lo ha reservado para The Tonight Show de Jimmy Fallon. En los históricos estudios de Rockefeller Center, en el meollo de Nueva York, se lleva setenta años creando actuaciones en donde no solo se canta, sobre todo se cuenta a través de la imagen. Un plató pequeño pero que se saca partido con la potencia de la calidez de la buena luz. Ahí, en el mismo set donde Shakira cantó a su desamor, Rosalía ha hecho lo propio cantando La Perla en español. La NBC pone subtítulos en inglés para que el espectador norteamericano se enterara de la miga.
Pero no bastaba con actuar, hay que narrar una historia con su inicio, clímax y desenlace. Así Rosalía aparece en una cama que, a priori, da la sensación de normal. Relax. Ella y el público a solas. El juego de seducción introduce en una canción que quiere ser himno. De repente, el plano se abre y descubrimos que Rosalía, en realidad, está en un torreón de colchones, como princesa encerrada en una colmena de telas y relámpagos. Con el suspense como motor, la realización va mostrando poco a poco el escenario para que no se haga monótona una puesta en escena «estática» de colchones. Y, a los pies de la torre, que también podría ser una tarta nupcial a punto de desmoronarse, un ejército de músicos la está liberando. Rosalía salta con ellos.
La realización de Tonight Show no ha cambiado demasiado desde los años de Johnny Carson, el maestro de la comedia en la tele norteamericana. La coreografía de planos de cámara, iluminación y la interpretación de los artistas suelen estar calculados. Todos juntos van hacia el mismo lugar con una limpieza visual que recuerda la fuerza de la televisión en tiempos de tantas grabaciones sucias con nuestros teléfonos móviles.
La elaboración creativa que propicia una experiencia audiovisual es el plus que debe continuar aportando la tele. Rosalía lo ha aprovechado para que la puesta de largo de La Perla traspasara la pantalla en estos tres actos a remarcar: el suspense a contraluz de su aparición tirada en la cama de noventa, la aparición de la iconografía en forma de rascacielos de colchones y, de repente, el silencio… donde siempre toma impulso la sensibilidad.
Ya con los pies en el suelo del estudio de la NBC, Rosalía encuentra una perla tirada (más iconografía) y comienza el colofón de la canción listo para dejarnos con ganas de más. Entonces, hay una cámara que empieza a danzar muy cerca de ella. Y ella no deja de mirarla con actitud escénica. Como las folclóricas españolas que iban en los años sesenta a actuar a la tele norteamericana. Mujeres que habían aprendido del cine y la revista musical que en la vida hay que saber cuándo romper la cuarta pared para conversar de tú a tú con la gente, con tu gente. Rosalía lo ha logrado. No ha enviado sus ojos al vacío como los que se hacen los interesantes y sobreactúan. Rosalía nos ha cantado a nosotros en primera persona. Porque, al final, entre todas las cosas, el arte de Rosalía es el arte de cantar. Y cómo canta.