mapa star wars imperio galáctico vía lácteaMapa de la galaxia de Star Wars, clica aquí para ampliar.

Cuando George Lucas publicó el primer mapa de la galaxia Star Wars en 1998 dispuso sus mundos como en el mapa de cualquier país terráqueo, distribuidos más o menos uniformemente en su centro, con abundancia de ellos en uno de sus lados y escasez en el otro. Incluso tomó de referencia una galaxia espiral con brazos, como la Vía Láctea. Cualquier distribución hubiera sido válida para un mundo de fantasía, y en general ese ha sido el criterio seguido por la ciencia ficción, no explicar en absoluto cómo estaban repartidos sus mundos, o inventarse mapas que, dada nuestra ignorancia sobre el particular, podrían ser perfectamente posibles. Isaac Asimov imaginó un sistema solar habitado uniformemente, y en su saga Fundación hay un aparente paralelismo con el universo Lucas, como si la existencia de vida tendiese a ocupar un lado galáctico ignorando el otro. Otros autores no dejan tantas pistas, es muy difícil imaginar dónde estuvieron los Heeche imaginados por Frederic Pohl en Pórtico, y las reconstrucciones del imperio de Dune hechas por los fans de la saga apuntan a un sistema estelar, no a uno galáctico. A todos estos autores imaginativos tenemos que sumar los científicos, algunos de los cuales intentan responder de forma realista a si existe o no vida inteligente aparte de nosotros. Tratando de resolver la paradoja de Fermi: en un universo tan antiguo y extenso, ¿dónde está todo el mundo? Por pura estadística deberíamos haber encontrado alguna evidencia de civilizaciones inteligentes en el universo observable, pero contra toda lógica parece no haber nadie ahí fuera. Ahora una nueva interpretación de los datos propone que podríamos tener a los extraterrestres muy cerca, en el centro mismo de la Vía Láctea, y que hay una muy buena razón para que no los detectemos.

Aquí es donde Liu Cixin, autor de El problema de los tres cuerpos, tendría algo que recordarnos: la hipótesis del bosque oscuro, que además es una de las posibles soluciones a la paradoja de Fermi. Lo que propone esta solución es que sí existen civilizaciones avanzadas, pero procuran guardar silencio sobre su existencia, siguiendo el principio de que cualquier forma de vida avanzada es una amenaza. Nuestra propia historia humana es un buen ejemplo de ello, los imperios con superior tecnología han tendido a esclavizar y destruir a las comunidades primitivas al expandirse. De poder elegir, tal vez los nativos de América hubieran preferido no ser descubiertos. Nosotros, que a nivel tecnológico somos esos mismos nativos, actuamos justo al contrario, empeñados en anunciar a la galaxia que habitamos la Tierra. El propio Carl Sagan tuvo la idea de incluir en la Voyager un mapa del sistema solar con nuestra ubicación y aspecto físico, y ahora esa sonda está en el espacio interestelar rumbo a anunciarnos a vete a saber qué civilización alienígena.

También los proyectos SETI han estado buscando evidencias de vida extraterrestre y de posibles visitas a nuestro planeta, sin encontrar nada aparte de la señal Wow!, una posible transmisión de radio extraterrestre. Poco probable en realidad, su descubridor cree que fue una onda transmitida desde nuestro planeta que rebotó en un pedazo de basura espacial, siendo así detectada por un radiotelescopio. Ahora tenemos otra candidata, encontrada por los SETI, la BLC1 llegada de la estrella Próxima Centauri. Solo la hemos recibido una vez, si regresara idéntica varias veces significaría que es artificial, emitida por una civilización tecnológica. Pero no nos estamos limitando a observar, los SETI envían también señales al universo anunciando nuestra presencia, como se hizo en las sondas Voyager y Pioneer, pero sin la limitación física de estar incorporadas a un objeto espacial. A muchos les parece una mala idea hacer saber que estamos aquí, y el último gran físico en recordarnos por qué fue Stephen Hawking en 2015: «Una civilización que lea uno de nuestros mensajes podría estar miles de millones de años por delante de nosotros. Si es así, serán mucho más poderosos y es posible que no nos concedan más valor que el que nosotros asignamos a las bacterias». Confiemos en que nos consideren patógenos inocuos, entonces, y pasen de venir a fumigarnos.

Hay otras soluciones posibles a la paradoja de Fermi, como que realmente no haya nadie porque es muy difícil que las civilizaciones tecnológicas podamos detectarnos unas a otras debido a la propia expansión del universo, a su tamaño, y a las consecuencias de la teoría de la relatividad. O lo que es lo mismo, cuando la señal extraterrestre llega a un planeta habitado la especie que lo habitaba ya se ha extinguido, o mudado a otro sistema solar. Es posible también que los humanos hayamos aparecido demasiado pronto, sin que otras civilizaciones extraterrestres hayan tenido tiempo de desarrollarse a nuestro nivel. O demasiado tarde, cuando ya toda la vida avanzada está extinta. Tenemos además la conjetura de Hart-Tipler, según la cual deberíamos detectar sondas Berseker, naves espaciales autorreplicantes que se copian a sí mismas, espían, y se comunican con su base. Aparatos de exploración e investigación de civilizaciones extremadamente avanzadas. Y que si llevan el nombre de un guerrero de la mitología escandinava que combatía en un estado de furia incontrolable es por algo. Vikingos espaciales. Como no hemos encontrado esas naves, concluye la conjetura, no hay vida inteligente fuera del sistema solar. Menos mal.

Todas estas hipótesis, y unas cuantas más sobre los alienígenas, que a un lego pueden parecerle puras fantasías de ciencia ficción, tienen detrás sesudos modelos matemáticos y físicos relacionados con la teoría de la relatividad y firmados por científicos cuyas contribuciones nos han llevado a la sociedad tecnológica de la que disfrutamos hoy. Como Von Neumann, padre de la arquitectura de los ordenadores, la teoría de juegos, las redes neuronales de la inteligencia artificial, e inspirador de las sondas descritas en la conjetura de Hart-Tipler. Esto quiere decir que las teorías sobre la vida extraterrestre son perfectamente válidas, y solo necesitan una evidencia, una señal Wow o una BLC1 repetida para demostrarse. Ahora viene a sumarse a todas ellas, con los mismos principios matemáticos y físicos, la hipótesis de que una civilización tan avanzada como la de Star Wars se halla en el centro de nuestra misma Vía Láctea. A la investigación, reflejada en un paper en abierto y descargable, la han denominado Civilizaciones con desplazamiento al rojo, imperios galácticos y la paradoja de Fermi. Sus directores son Chris Reiss, investigador independiente, y Justin C. Feng, investigador postdoctoral en el Instituto Centroeuropeo de Cosmología y Física Fundamental.

Lo interesante de su tesis es que no necesita recurrir a una física exótica o novedosa para explicar cómo una civilización podría superar dos limitaciones universales propias de la vida tal como la conocemos. Primero, la extinción de las especies, que es rápida e impide detectar y ser detectados por otros, o coincidir en el mismo momento temporal. Y segundo, el límite de la velocidad de la luz como velocidad de desplazamiento. Como el universo continúa su expansión, tendríamos que viajar más rápido que la luz para llegar a muchos de sus rincones, y si los extraterrestres están allí, nunca sabremos que existen. El Imperio Galáctico Central, vamos a llamarlo así, ha superado estos problemas yéndose a vivir junto a Sagitario A, el agujero negro supermasivo que hay en el centro de la Vía Láctea. Esta es la propuesta de los autores de esta investigación teórica.

Hay un par de motivos para mudarse junto a un agujero negro, explican. El primero es haber alcanzado el grado de civilización tipo II o III según la escala de Kardashev. Es decir, poder aprovechar toda la energía de una estrella. Los humanos somos una civilización en grado 0.73, y necesitaríamos unos miles de años para llegar al tipo II, si es que antes no nos autodestruimos. El Imperio Galáctico ya está en esos grados avanzados, y ha podido obtener la inmensa energía que mana del agujero negro, bien aprovechando la radiación de Hawking, bien por su energía rotacional, la que produce al girar. Pero si se han mudado allí ha sido sobre todo por el segundo motivo, experimentar el tiempo de manera mucho más lenta.

Esto es lo que sucede en Interstellar de Christopher Nolan cuando sus protagonistas se acercan a Gargantúa. Si no has visto la película, o no lo recuerdas, una nave espera en órbita en torno al agujero negro y otra desciende a la superficie del planeta próximo a él. El problema es que cuando ha pasado una hora para los astronautas en superficie, para la nave orbital han transcurrido varios años. Al Imperio Galáctico junto a Sagitario A le ocurre lo mismo, un año de los suyos es casi un siglo de los nuestros, así que tiene mucho más tiempo para desarrollarse, y para observar y localizar vida extraterrestre inteligente desde su posición. Los autores suponen además que han podido trasladar esta ventaja a su nave espacial, y viajar con ella, desplazándose a velocidad relativista, de la teoría de la relatividad. Eso les permite abarcar cien años luz de distancia en unos pocos años de tiempo de su nave, y explorar alrededor de un millón de estrellas de la Vía Láctea. Aunque no el Sol, que todavía se encuentra demasiado lejos, la Tierra habita uno de los brazos espirales, en las afueras, por decirlo así.

Demasiado lejos, a menos que el Imperio Central continúe avanzando en la escala de Kardashiev. Se supone que una civilización tipo II puede alcanzar estrellas situadas a diez mil años luz en unos pocos años, y las de tipo III distancias aún mayores, lo que ya pondría nuestro planeta a su alcance. Eso traslada hasta nosotros un problema que Ciu Lixin expuso magistralmente en su saga, el del bosque oscuro. Si el Imperio Central ha estado observando el desarrollo de la especie humana de los últimos diez mil años años, que junto a Sagitario A habrán sido solo doce meses, podrían haber llegado a la conclusión de que hemos avanzado demasiado rápido, y que en un año más de los suyos seremos una seria amenaza a la que conviene destruir antes de que se desarrolle.

La otra alternativa que proponen estos investigadores relativa al bosque oscuro y el Imperio Central es que esos seres hayan decidido mantenerse en silencio, y usar todos sus avances tecnológicos para que no los encontremos nunca. Parecemos peligrosos, no hay más que mirarnos, y eso nos condena a estar eternamente solos. Porque si alguien llega a saber que estamos aquí, y mira cómo hemos ido evolucionando, seguramente preferirá que no les visitemos nunca. Mejor así, porque la otra alternativa es dejarse ver para exterminarnos.

Recordemos que desde el arranque de este texto no hemos abandonado el terreno de las teorías científicas, usando solo el de la fantasía de la ciencia ficción para ilustrarlas. En todo lo que toca a vida inteligente, hemos avanzado mucho más con la imaginación que con el método científico, como si tuviéramos a Fox Mudler susurrándonos en un oído «I want to believe» y a Dana Scully respondiendo «buscar posibilidades extremas te ciega sobre la explicación más probable, que tienes justo delante». De momento, y que sepamos, junto a Sagitario A solo hay un agujero negro. Quizá sea lo mejor, no añadir más problemas a los que ya tenemos en casa.