Si uno da un vistazo rápido al catálogo de Netflix y sus licencias internacionales, se dará cuenta de que la relación de la compañía de la N roja con Japón pasa, necesariamente, por el anime. Los rotundos exitazos globales de series como Guardianes de la noche, Spy X Family, Cyberpunk: Edgerunners, Dan Da Dan, Frieren: Tras finalizar el viaje o Tragones y mazmorras eclipsan todo lo demás.

Pero, ¿qué pasa con las series de acción real? Pues que no se prodigan tanto como pareciera, en un mar de la atención y miradas internacionales en el que los K-Dramas están sabiendo pescar con producciones muy, pero que muy, baratas y números astronómicos de visualizaciones y fidelización

Frente a la competición coreana, Japón está optando por los live action tanto de animes como de mangas como Alice in Borderland o Yu Yu Hakusho, por dramas de época como las series de Hirokazu Koreeda –Asura y Makanai: La cocinera de las maiko–, y por series de acción como El aprendiz de sumo o Estafadores de Tokio.

En este último nicho de Netflix quiso sorprender el actor, productor y especialista de acción Junichi Okada en 2022 con una peliculita de lo más resultona llamada Hell Dogs, con bien de yakuzas, tríadas y giros de guion. Pues bien: desde entonces, Okada lleva trabajando para el gigante del streaming desarrollando una serie que produce, coreografía y protagoniza. Hablamos de El último samurái en pie, estrenada el pasado 13 de noviembre internacionalmente.

Los tempos de la plataforma —a excepción de Stranger Things— no suelen contemplar tres años de trabajo de un gigantesco grupo de personas para que una miniserie de seis episodios pase desapercibida. Y eso es lo primero que llama la atención de El último samurái en pie: sus valores de producción, sus decorados y factura, así como la ingente cantidad de extras que maneja en algunas escenas —de verdad, que hay mucha gente a veces—, son las de una superproducción en toda regla. Y el mimo se nota y se agradece, pues El último samurái en pie es una de esas sorpresas que a veces nos brinda Netflix.

Un Battle Royale en la era Meiji

El último samurái en pie nos traslada a un Japón de contrastes que enfrenta su tradición a la modernización occidental propia de la era Meiji, de finales del XIX. Los samuráis, antaño guerreros socialmente respetados, son hoy repudiados por las autoridades. El gobierno ha prohibido que blandan su espada y se ganen la vida manchándola de sangre, así que muchos guerreros se han convertido en trotamundos, mendigos y parias.

Un día, las poblaciones rurales de Japón amanecen llenas de octavillas que anuncian un concurso en el que el ganador se puede llevar 100.000 yenes. Solo tienen que presentarse en un santuario de Kioto para que le expliquen las reglas.

En este contexto conocemos a Shujiro Saga —interpretado por el gran valedor de esta serie, Junichi Okada—, un exsamurái que vive en la pobreza y es incapaz de mantener a su familia. Cuando su hija, enferma de cólera, fallezca sin haberle podido pagar un tratamiento y unos medicamentos dignos, Saga decidirá presentarse al misterioso concurso, que no es otra cosa que una auténtica carnicería.

En el santuario de Kioto se reúnen 292 parias, todos armados hasta los dientes. A cada uno se le entrega una ficha de madera con un número grabado. Y allí un despiadado coronel les explica que han de recorrer los más de 400 kilómetros que les separan de Tokio, con determinadas paradas en capitales de provincia. En cada parada deberán tener ganadas varias fichas para continuar el viaje, que solo podrán obtener de sus competidores. Y, de hecho, para participar tienen que salir del santuario con un mínimo de dos fichas.

Evidentemente, el concurso aquí llamado Kodoku, está planteado como unos juegos del hambre del Japón del XIX: las fichas solo se ganan si se asesina a otros participantes. Es más, pronto descubrimos que las élites económicas del país observan, apuestan y se divierten con la batalla. Y de paso eliminan a sangre fría a un montón de sujetos ‘peligrosos’ no aptos para la economía de libre mercado a la que Japón ansía pertenecer.

Aunque la prensa norteamericana la ha descrito como un cruce entre El juego del calamar y Shôgun, sería más preciso definir El último samurái en pie como un gran —y endiabladamente entretenido— Battle Royale. No hay varias pruebas diferentes como en la serie coreana, y se ambienta casi tres siglos después de la exitosa serie de Disney+.

Pero sí tenemos otra cosa que los gamers conocen bien: lo que se persigue es compartir una arena en la que los jugadores administran sus armas y recursos para acabar con otros jugadores. El último superviviente es el vencedor.

Espadas afiladas y coreografías de altura

Tras la batalla campal del primer capítulo, El último samurái en pie refina su apuesta por los duelos de espadas. La acción, aunque sin grandes hallazgos, está estupendamente rodada y hace especial hincapié en ser espectacular a la par que creíble.

Una voluntad que se acentúa por una ambientación muy viva —muchas batallas están ambientadas en lugares atestados de gente—, con algunas ideas aplaudibles, como un duelo en un depósito de fuegos artificiales que es eso: puro artificio celebrador del género.

La serie que produce, coreografía y protagoniza Junichi Okada acierta cuando se ve a sí misma como una aventura de espadazos con algún momento ligeramente más gore. De hecho se asemeja, por momentos, a algunos live-action también disponibles en Netflix como son la serie y el largometraje de Golden Kamuy, o la disfrutona saga de cinco películas de Kenshin, el guerrero samurái.

En cambio, no brilla tanto cuando gana terreno dramático la intriga política —quién organiza el Kodoku, quién lo financia—, y la crítica hacia una clase dirigente despiadada que se entretiene viendo cómo los pobres se matan entre ellos por la mera idea de poder acariciar el bienestar económico. En estos derroteros narrativos, El último samurái en pie es simplemente funcional.

Sin embargo, el cóctel de peleas rodadas al detalle, espadazos en cuidada ambientación y el impulso narrativo constante de las reglas del concurso y la acumulación de fichas de madera, convierten El último samurái en pie en un entretenimiento más que digno. Seis trepidantes episodios que se ven de una sentada —el binge-watching se creó para series como esta—.

Si acaso cabe decir que el final de la serie deja con ganas de más. El gigante del streaming no ha anunciado una segunda temporada, pero los protagonistas aún no han llegado a Tokio. Y estamos seguros de que nos podría deparar muchas buenas escenas de acción y samuráis enfurecidos. Qué más se puede pedir.