Si tomamos como referencia el tono y tinte de algunos de los discos publicados por las bandas nóveles más destacadas, en calidad de termómetro emocional de nuestra juventud, descubrimos un veredicto claro: la pena nos domina. Pisos compartidos, domingos de resaca, pluriempleo esclavo y una esperanza que nunca llega son los pilares de esta suerte de “elige tu propia aventura” depresiva y generacional que marca el nuevo indie. Podríamos ponernos políticos y protestones para dar con la génesis de esta deriva, pero el esperado debut de Pálida Tez, “Un extraño estado de ánimo” (25), nos conmina, más bien, a dar con esas respuestas en nuestro propio fuero interno y a explorar los porqués de esta realidad entre nociones más profanas.

El cuarteto albaceteño afronta su aterrizaje oficial como si de un tránsito sonoro se tratara, con el curso académico en los albores y comprendiendo a paso lento lo que supone crecer. Nadie nos facilita un manual de instrucciones para ello y aprendemos a base de ensayo-error, de ahí que, al igual que ellos, también tengamos la constante sensación de que “Ser adulta es un disfraz”. Y además, uno de lo que nos va grande.

Adolecen de una vulnerabilidad pareja los versos de “Último partido”, oda al indeterminado día en el que dejamos la infancia atrás para ser niños que comen en la mesa de los mayores. Otro testimonio más de la inteligencia con la que la banda traza analogías dolorosas en sus letras y exalta esa juventud que se evapora entre responsabilidades y desencanto. “Mejor al revés” y “La dispersión”, por el contrario, nos sumergen en la parte más atmosférica del álbum, donde las seis cuerdas se disuelven y la distorsión lenta y lisérgica se convierte en un bálsamo (“¡Que viva la dispersión!”).

Efectivamente, hablamos de lugares comunes que ya hemos visto anteriormente en otras escenas independientes, como la donostiarra, y a las que innegablemente este cuarteto les debe su lacerante languidez y sello identitario. Los guiños a Le Mans, La Buena Vida o Pauline en la Playa son abrazados sin pudor, asentando con ello un credo en el que las guitarras rugen sin rabia, los bajos se contonean con melancolía, la batería permanece contenida y las voces conviven con el ruido. María y Samuel alternan líneas vocales que, en su fragilidad, terminan resultando demoledoras y encontrando su particular sitio entre la ironía noise (“Dibujo animado”) y la luminosidad onírica (“Wong Kar-Wai”). Lo que la banda parece querer decirnos con este, su primer larga duración, es que, en medio del desconcierto y el agotamiento cotidiano, todavía hay sitio para la belleza (“Mejor al revés”). En sus manos, la tristeza se convierte en un estado fértil del que brotan acordes contra el silencio y la resignación. Un refugio de ruido amable que absuelve nuestras culpas y nos recuerda que ya bastante hacemos con lo que tenemos encima.

Si no vemos aquí grandes metáforas ni paralelismos enrevesados es precisamente porque el disco busca describir el servilismo precario de nuestro tiempo con total literalidad (“Y pagar el alquiler, que hay que ver cómo se pasan”). Por ello, tampoco tendremos la sensación de que inventen nada nuevo, pero sí de que tengan méritos de sobra para recordarnos, con tanta ternura como acidez, las puñaladas que nos pega la vida.

Un extraño estado de ánimo de Pálida Tez