Isidre Nonell (1872-1911), pintor y dibujante, murió a los 38 años de fiebres tifoideas. De familia acomodada prefería la compañía de personajes marginales y su amante era la gitana Consuelo a la que retrató en numerosas ocasiones. Un amor que se truncó violentamente cuando ella falleció con 17 años al desplomarse su chabola.
Miembro del grupo pictórico Els Quatre Gats junto a Pablo Picasso y Santiago Rusiñol, la pintura de Nonell se adscribe a la estética de “La España negra” y transmite la expresividad de los desarraigados que retrató hasta el final de su vida.
Su relación con Picasso fue cercana, llegaron a compartir estudio en París y el malagueño tenía varios cuadros del catalán en su colección personal y valoraba su obra cuyo eco se puede percibir en la época azul picassiana, no solo por el color sino también por los personajes y la tristeza.
‘Melancolía’, Isidre Nonell. Colección Casacuberta Marsans
En la exposición Isidre Nonell mirando a Goya, doce obras del pintor catalán se exhiben junto a los goyas del Museo Lázaro Galdiano, gracias a la colaboración de la Colección Casacuberta Marsans. Los lienzos y dibujos de Nonell ocupan el espacio vacío de varias pinturas del aragonés prestadas al Palais Bozar de Bruselas y conviven con El Aquelarre y El conjuro.
La comisaria y directora del MLG, Begoña Torres, señala el pequeño formato de la muestra, tan delicioso y delicado como «una cajita de bombones» que puede verse desde el 18 de noviembre hasta el 18 de enero, con la entrada incluida en la visita general del Museo.
Los siete óleos y los cinco dibujos de Nonell son piezas significativas que representan el momento más valiente e intimista del autor y que la colección privada barcelonesa muestra por primera vez en Madrid. Unos cuadros que la prensa de la época ya comparó con Goya para mal. El gusto burgués imperante tildó una de sus exposiciones como «la gitanada de Nonell» por la etnia predominante en sus modelos.
‘Gitano’, 1901, Isidre Nonell. Colección Casacuberta Marsans
En particular, el Busto de gitano presentado en la Sala Parés de Barcelona en 1902 “ofrecía una visión alejada del exotismo, genuina y moderna, que fue reconocida por una pequeña parte de la crítica, quien afirmó que si no fuera porque tiene toques de Goya y pinceladas a lo Rubens, lo señalaríamos como el mejor de todos”, apunta Nadia Hernández Henche, conservadora de la Colección Casacuberta Marsans.
Cretinos y fritos
En el verano de 1896, Nonell –que había estudiado en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona hasta 1895, y posteriormente en el taller del pintor Lluís Graner– dibujó a los habitantes del valle de Boí afectados de cretinismo, abandonando el paisaje y centrándose en la figura humana, sobre todo en la de los más desfavorecidos.
Observar a una comunidad marcada por la endogamia y las enfermedades hereditarias «le impactó de una forma como para marcar su trayectoria artística y sacar de ahí un modelo a partir de de lo grotesco, de la fealdad», indica Hernández.
Algunos de esos dibujos, como Velatorio o Capilla ardiente de un cretino, junto con Mendigos (1897), Mujer sentada y Personajes (1898) combinan carboncillo o pastel con vaporizaciones de tinta, por lo que recuerdan las estampas japonesas del Ukiyo-e, además de un acabado oleoso: una capa de goma laca (coccus laca), que da un aspecto de pintura envejecida y un color como fregit (frito). No es cierto que vertía aceite a modo de recubrimiento final, ni los freía en una sartén.
‘Mendigos’, Isidre Nonell. Colección Casacuberta Marsans
Completan la muestra Gitana y Angustias (1907), que corresponden a un momento de transición en el que el pintor comenzó a representar también mujeres de tez blanca en composiciones inundadas de color y una luminosidad que modela las imágenes. Una claridad que se debe a la influencia del Noucentisme que dominaba entonces la escena cultural.
En 1910, las Galeries Laietanes del Faianç Català realizaron una muestra retrospectiva con más de 130 óleos, además de varios dibujos. El éxito fue rotundo, pero el artista no pudo disfrutarlo mucho tiempo ya que falleció al año siguiente.
Sufrimiento visible
Audaz observador de la realidad e innovador, Nonell transgredió las convenciones y, a veces, pagó un alto precio emocional por seguir su camino: “Yo pinto y basta”, decía.
Isidre Nonell mirando a Goya refleja que “ambos artistas poseen una concepción moral y ética del arte basada en la idea de que la misión de la pintura no es únicamente la de embellecer la realidad, sino la de dar forma visible al sufrimiento humano”, reflexiona Torres.
Nonell y Goya «entienden la pintura como una forma de resistencia estética frente a la indiferencia, y por eso ese vínculo es un reflejo de lo que podemos resumir como la voluntad de representar aquello que los otros no se atreven o no quieren ver”, concluye la directora del Museo Lázaro Galdiano.