
Crédito editorial: Madrid Film Office
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En el imaginario colectivo de Madrid, la figura del arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oíza está íntimamente ligada a la arquitectura más singular y, a veces, polémica de la ciudad, con la icónica Torres Blancas como principal exponente. Sin embargo, su obra en la capital se extiende más allá de ese hito, incluyendo otro complejo residencial que también levantó un fuerte debate por su diseño y su impacto social.
Este otro proyecto, el complejo de viviendas sociales conocido popularmente como El Ruedo de la M-30, supuso un desafío arquitectónico y social que ha quedado recogido incluso en documentos de la Hemeroteca española.
La otra obra polémica de Sáenz de Oíza: El Ruedo de la M-30
El complejo de viviendas El Ruedo de la M-30 se construyó en el barrio de Moratalaz entre 1986 y 1990. El arquitecto, Francisco Javier Sáenz de Oíza, diseñó el edificio con un planteamiento original que pretendía, en sus palabras, «romper la ciudad» como concepto filosófico. Esta idea se materializó en una estructura inconfundible, cuya fachada curva exterior, con ventanas pequeñas, y la cara interior con balcones y motivos decorativos, evoca la imagen de una plaza de toros.
El proyecto, que debía alojar a más de 300 familias, se llevó a cabo con importantes limitaciones. La propuesta le llegó al arquitecto con restricciones ya impuestas por las normas de un concurso de la Consejería de Ordenación del Territorio, que se asumía que no contaba con un presupuesto abundante.
Una de las principales polémicas del diseño se centró en la funcionalidad de las viviendas. Se trataba de apartamentos tipo dúplex de muy pocos metros cuadrados para la cantidad de habitaciones que presentaban. Las habitaciones eran tan pequeñas que, según se constató, no permitían acomodar ni siquiera una cama de 1,35 metros.
El conflicto social del diseño 
El complejo estaba destinado a acoger a familias reubicadas de poblados chabolistas como el del Pozo del Huevo en Vallecas. Para estas familias, muchas de ellas numerosas, la teoría filosófica sobre «romper la ciudad» era irrelevante; lo que les afectaba era la práctica y la vida diaria.
En una visita del arquitecto al complejo, las familias expresaron su descontento, señalando que las viviendas no se ajustaban a las necesidades del día a día, con problemas como la falta de espacio para los hijos o la imposibilidad de cocinar cómodamente. El arquitecto fue confrontado directamente sobre si había diseñado apartamentos en lugar de viviendas familiares.
En resumen, las familias reubicadas, a quienes se esperaba que este diseño sirviera, manifestaron que el proyecto, a pesar de su vanguardismo, no se adaptaba a sus necesidades básicas, llegando a preferir sus casas anteriores, las que habían sido demolidas.