Qué importante es el concepto en esto de los toros. Y qué importante es saber cuál es el que encaja en la plaza en la que torea uno. Para que me entiendan. Hay ahora mismo dos matadores en la cima del escalafón: Roca Rey y Morante de la Puebla. No pueden ser más distintos y es cuestión de gustos determinar quién es mejor. El gran público dirá que es Roca el que lleva la emoción a los tendidos. Sin embargo, hay entendidos -y no son pocos- que se atreven a sentenciar que Morante es el mejor matador de la historia.

Puede que el de la Puebla ayer en Herrera no hubiese terminado de calar como lo hubiese hecho el peruano. Es cuestión de transmisión. Ahora vamos a salvar las distancias de estos dos grandes maestros y trasladarlo a lo que vivimos ayer en la final del Circuito de Novilladas de Castilla y León. Julio Norte estuvo arrollador. Apabullante. En la línea del poder, de las formas que gustan ahora al gran público. Pero Eduardo Ruiz de Velasco estuvo torero, derrochando gusto y sabor. Y de haber acertado con la espada hubiese puesto en un compromiso al jurado del certamen.

El burgalés cortó una oreja a su primero tras pincharle en el primer intento. Lo cuajó al natural. Entendió perfectamente al novillo y lo llevó largo. Con la esencia del toreo en las muñecas, con la verdad de la fidelidad a un concepto. La última serie antes de irse a por la espada fue rotunda. De esas que llenan. De las que llegan a brillar como recuerdo una vez ha acabado la tarde. La forma que tiene de echarle los vuelos al hocico al novillo es importante y dibuja el trazo del muletazo como una pincelada que quiere ser.

Luego es cierto que la falta de cuajo y novilladas diluyen algunas buenas maneras y las dejan en simples destellos. Se le intuyen cosas muy buenas al Ruiz de Velasco. En el tercero de haber matado hubiese cortado dos orejas. El pinchazo lo dejó en una. En el sexto dio la vuelta al ruedo después de que el presidente le negara el trofeo pese a la petición mayoritaria. También erró con el acero y echó por tierra otra faena de sentimiento y torería. Con la naturalidad por bandera. Pegó muletazos de mucha categoría, pero fue insuficiente para ganar al ciclón de Julio Norte.

El salmantino es poder, técnica y mando. Es un aspirante a volver locos los tendidos de las plazas de toros. Y loca acabó la plaza cuando dio el golpe de verduguillo a su segundo oponente. Gritos de ‘torero, torero’ y los dos pañuelos del presidente asomando tras una petición unánime. En todo momento le enseñó el camino a un auténtico toro de Antonio Palla, de excelente presentación, y su oponente no tuvo más remedio que entregarse a la imposición de Norte. La estocada cayó un punto desprendida, pero el descabello refrendó su labor. Esa fue la faena que le proclamó triunfador.

Fue esa porque con su primero tuvo pocas opciones. Sin fuerza ni raza era un quiero y no puedo constante. En cuanto el novillero le exigía un poco el animal se caía. Cogido con pinzas en todo momento no dio opción al lucimiento. Pese a eso Norte, que empieza a saber cómo manejar a los animales, fue capaz de mantenerlo en pie y lograr una oreja.

Salvador Herrero tuvo que lidiar con el lote más deslucido del buen encierro de Palla. El primero tenía carbón y complicaciones. Herrero no le terminó de poder y el entendimiento se quedó en una discordia aparente con muletazos sueltos sin lucimiento. Tampoco afiló bien el estoque y en su segundo volvió a fallar con la espada en una labor sin historia.

Por lo tanto el concepto de Julio Norte, poderoso, de cara a la galería y con mucho mando se sobrepuso al sabor y la torería de Eduardo Ruiz de Velasco. En Burgos esperamos a Ruiz de Velasco porque tiene lo importante, el resto es ir aprendiendo cosas que es difícil mostrarlas con únicamente tres novilladas con caballos toreadas.