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El trabajo de un crítico es fácil. Arriesgamos poco y tenemos poder sobre aquellos que exponen su trabajo y a sí mismos a nuestro juicio. Nos regodeamos en las críticas negativas porque son divertidas de escribir y de leer, pero el hecho más amargo que debemos afrontar los periodistas es que, a la hora de la verdad, cualquier producto mediocre tiene probablemente más sentido que la reseña en que lo tachamos de basura”. Siempre que veo películas como ‘Aullar’ pienso en el discurso de Anton Ego al final de ‘Ratatouille’. Me pregunto qué hubiera matizado su personaje de haber pertenecido a la era de la publicidad y las redes sociales. Coincido en que estas opiniones diarias que os traemos hay que cogerlas con pinzas (sobre todo cuando vienen acompañadas de una o cinco estrellitas), pero discrepo en la aparente sencillez de prender fuego a un proyecto cuando el kilómetro emocional es prácticamente inexistente. El caso es que esta semana llega a los cines ‘Aullar’ y, en vez de recrearnos en la experiencia, preferimos recordar que a veces hay que dar un paso hacia atrás antes de saltar hacia delante.

‘Aullar’ cuenta la historia de Mamen, una loba solitaria, una jovencísima madre soltera que hace todo lo que puede para sobrevivir y cuidar de su hijo en un barrio a las afueras de Málaga. Lo último que imaginaba de adolescente era que acabaría trabajando de bailarina en un antro de mala muerte y empalmando su turno de noche con una pescadería. Sus sueños de futuro se esfumaron cuando una enfermedad se llevó por delante a su madre y su padre se entregó por completo al alcohol. Un padre que, como si no fuera ya bastante difícil la vida de Mamen, reaparece borracho en su puerta tras haber sido expulsado del hogar familiar por unos okupas. Si quiere perderlo de vista, la pobre Mamen tendrá que lidiar con el clan de gitanos que le ha dado la patada. Y si lo acepta en casa, deberá hacer algo más difícil todavía: aprender a perdonar. Necesitará sanar una relación destrozada con la persona que ahora se hace pasar por el abuelo del año.

La película supone el debut en la gran pantalla de Sergio Siruela, cineasta español que viene de hacer carrera en México, donde ha participado en más de una docena de series como director y primer ayudante. Hasta estuvo nominado a un Emmy internacional a mejor comedia por ‘Promesas de campaña’ (2020). El marbellí vuelve a su tierra con un guion de Ezekiel Montes, a quien también hemos visto dirigir cintas como ‘Hombre muerto no sabe vivir’ (2021) y ‘Akemarropa’ (2009). La pluma no es lo único que toma Siruela de su compatriota, sino también sus colaboradores habituales: Elena Martínez (‘Este amor es de otro planeta, 2019) y el mítico Antonio Dechent (rostro habitual de las televisiones españolas que llegó a estar nominado al Goya y se ha llevado un par de premios en Málaga por ’Smoking Room’ y ‘A puerta fría’ ). Los secundarios que les escoltan tampoco están mal: Paco Tous y Adelfa Calvo. Dan forma a una mezcolanza de promesas y veteranos que aportan lo mejor de la película, su acento andaluz.

Crítica de ‘Aullar’, cine de barrio con demasiados problemas

Estamos ante una película de barrio, cine social sobre los estragos del alcohol en las relaciones y los sacrificios que hace la gente no ya para vivir, sino para malvivir. Es una pena que una historia tan real parezca tan impostada. Todo el metraje se antoja un ensayo fallido, una concatenación de tomas de prueba en la que sus actores juegan a exagerar el tono y hacer los gestos a medias. Sirva de ejemplo cierta discusión en la que Mamen quiere tirar un microondas contra el suelo y Elena Martínez se sale por completo del personaje para dejarlo caer con cuidado, no vaya a ser que los de atrezo se lo cobren. Se escucha a los actores contando mentalmente hasta tres antes de echar a andar. Se les ve cenar no con su plato delante, sino hacia un lado. Da igual que les sea incómodo pinchar con el tenedor la comida mientras se vea bien en cámara. Todo está planificado, atenta contra el naturalismo que demanda el género.

Los personajes no se empujan al empujarse. No se caen al caerse. No se agarran de verdad, no se besan, no fingen bailar como quien finge bailar. Se ve la actuación, no la historia. Si a eso le acompaña una dramatización extrema, el resultado es extenuante. Cuesta creer que cada diálogo suponga una discusión con silencios y miradas intensas tras cada frase. Los protagonistas se ladran más veces de las que se hablan. Mamen pareciera tener un hermano, no un hijo. Algún rayo de luz tendrá que haber para que empaticemos y nos aferremos a él, y no, meter una carrera por la playa a cámara lenta no cuenta a estas alturas. Es imposible dejarse mecer por la emoción cuando le pillas todos los trucos al mago.

Resulta curioso que haya tantas discusiones, pero tan poco conflicto en su guion. Porque si Mamen quiere trabajar de otra cosa, le basta con pedírselo a su jefe. Si necesita librarse de los okupas, parece tan sencillo como hablar con sus padres. No necesita sacrificar nada a cambio. Si su padre reincide, un encogimiento de hombros y listo. Se antoja inexplicable su situación cuando siempre hace lo que quiere y el mundo sonríe y asiente. El guion hasta le ofrece solución al amigo que tiene en la friendzone. ¿Le incomoda la situación? Pues no se menciona más. Rehuye cualquier charco. La forma de abordar temas como el alcoholismo y la okupación no es menos burda y hasta resulta un tanto indignante.

Crítica de ‘Aullar’, cine de barrio con demasiados problemasValoración final

Decía Stephen King en ‘Mientras escribo’ que todos los libros enseñan algo, incluso los malos. De hecho, el escritor confesaba que a menudo eran precisamente estos últimos los que más lecciones escondían. “La buena literatura enseña cuestiones de estilo, agilidad narrativa, estructura, verosimilitud y sinceridad creativa. Sin embargo, es leyendo prosa de la mala como mejor se aprende a evitar ciertas cosas”. Con eso en mente, solo hay dos motivos por los que podamos aconsejar ir a ver ‘Aullar’. El primero, celebrar el cine español. Levantar una película en este país es poco menos que un milagro y, haya salido como haya salido, su equipo merece ese reconocimiento. El segundo motivo sería tomar nota de una gran lección.

Crítica de ‘Aullar’, cine de barrio con demasiados problemas

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