¿Cómo se llaman los personajes que acompañan a este texto en la imagen destacada? Seguro que, si sois medianamente fans de la obra de Tolkien y de la adaptación de Peter Jackson, la respuesta es obvia: Pippin, Frodo, Merry y Sam. Puede sonar a sacrilegio para cualquier seguidor de El Señor de los Anillos, pero es verdad y tiene una explicación muy sencilla, al menos sobre el papel: Tolkien no escribió la epopeya de fantasía de Sauron, Gandalf, Aragorn y compañía, sino que la encontró y la tradujo al inglés. De ahí que nosotros tengamos tan interiorizado el nombre «falso» de sus personajes, pero no el real.

La historia de El Señor de los Anillos es una historia olvidada de nuestro mundo

Para entender esta locura tolkieniana, hay que tener en cuenta una máxima: el mundo creado por Tolkien —es decir, todo lo que acontece en Arda desde su comienzo hasta su final— es la historia de nuestro planeta. Sí, suena a locura, pero ya veréis que tiene lógica. El autor británico no entendía El Señor de los Anillos, El Silmarillion o cualquiera de sus escritos de fantasía como eso mismo, un universo paralelo nacido en la mente de un señor inglés a mediados del siglo pasado. En su visión, la historia de El Señor de los Anillos es anterior a la historia de nuestro mundo, a las Guerras Mundiales, a la caída del Imperio Romano… y él conoció ese pasado gracias a El Libro Rojo de la Frontera del Oeste.

El Senor De Los Anillos 2

El Libro Rojo de la Frontera del Oeste

Este libro, que vemos en varias ocasiones tanto en las adaptaciones de El Hobbit como de El Señor de los Anillos, fue escrito por los propios hobbits tras la Guerra del Anillo. Bilbo habría comenzado el relato con El Hobbit, Frodo lo continuó con su viaje a Mordor y su regreso a casa, y Sam añadió las últimas páginas cuando volvió a la Comarca. Tolkien, en su papel de académico moderno, habría encontrado una copia muy posterior de ese texto y lo habría traducido del oestron —la «lengua común» de la Tierra Media— al inglés moderno. Así justificaba por qué todos los personajes parecen hablar un inglés claro y natural: en realidad, todos hablaban otra lengua, y él tradujo todo lo que encontró.

El oestron, la lengua de la Tierra Media que da una perspectiva nueva de Tolkien

Dicho esto, toca hablar del oestron o «lengua común», el idioma más hablado de la Tierra Media en la Tercera Edad. Derivado del adûnaic de los Hombres de Númenor, se había extendido por todo el continente tras la caída de esa mítica isla. El oestron, en sí mismo, no era un idioma tan elaborado como el quenya o el sindarin, las lenguas élficas. Era más bien un «idioma puente», una lengua común que se hablaba en casi toda la Tierra Media.

El Senor De Los Anillos

Tolkien la usó como base para explicar por qué todos sus personajes —de Gondor a la Comarca— podían entenderse sin dificultad. Pero, al mismo tiempo, le sirvió para justificar su propio papel como traductor y para hacer creer que su obra tenía raíces históricas y lingüísticas reales. Además, jugueteó con sus propios límites y deformó el oestron para que los hobbits hablasen una versión rural de él, con expresiones y giros propios que Tolkien reflejó mediante un inglés campestre y familiar.

El cuarteto de hobbits se llamaban Maura Labingi, Banazîr Galbasi, Kalimac Brandagamba y Razanur Tûk

Y aquí viene la parte divertida. En esos textos originales, los hobbits más queridos por los fans no se llamaban Frodo, Sam, Merry ni Pippin, sino Maura Labingi, Banazîr Galbasi, Kalimac Brandagamba y Razanur Tûk, respectivamente. Tolkien decidió traducir esos nombres para que mantuvieran su sentido etimológico y su «tono familiar» al oído inglés, pero lo hizo con el mismo rigor que un filólogo aplicaría a una obra medieval traducida al inglés contemporáneo. Sobre el papel, es como la adaptación lingüística de Cristoffa Corombo en genovés a Christopher Columbus o Cristóbal Colón.

El Senor De Los Anillos 1

Así, Maura, el nombre original de Frodo, significa «sabio» o «prudente», lo mismo que Frodo, que proviene del inglés antiguo fród. Banazîr, el nombre de Sam, significa algo así como «sencillo pero sensato«, equivalente a Samwise —aunque en castellano lo traducimos como «Samsagaz»—. Lo mismo ocurre con Kalimac y Razanur, que se transformaron en Meriadoc y Peregrin para mantener su sonoridad y sentido. Incluso los apellidos tienen su propia etimología: Labingi proviene de labin, «bolsa», que Tolkien tradujo como Baggins, el famoso apellido de los hobbits de Bolsón Cerrado. En este caso, y al igual que con Samsagaz, en nuestro idioma se tradujo como «Bolsón», aunque aquí hablamos de su traducción más inmediata al inglés.

Tolkien era un mago de las palabras y un maestro vendiendo su obra

Lo mejor es que este juego de traducción no era un simple capricho literario. Tolkien era filólogo, profesor de Oxford y especialista en lenguas antiguas, pero, sobre todo, lo que hoy llamaríamos un nerd de otra época. Sabía perfectamente cómo los traductores reconstruyen civilizaciones a partir de viejos textos, y lo que hizo fue aplicar esa misma lógica a un mundo inventado. En lugar de escribir una fantasía, simuló descubrirla: El Señor de los Anillos no sería una invención, sino la versión moderna de una crónica real transmitida a lo largo de los siglos. Su obra se convirtió así en una especie de arqueología lingüística imaginaria. Por ello, es mágico afirmar que Tolkien, como maestro de la fantasía, escribió una docena de lenguas (el oestron, el sindarin, el quenya…), creó todo un universo basado en ellas, reinterpretó esa historia al inglés y la presentó como un descubrimiento histórico.


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El resultado es una ilusión perfecta. De hecho, entendiendo este marco «traductológico», no leemos la historia de Frodo contada por Tolkien, sino la crónica de Maura Labingi traducida siglos después. El Señor de los Anillos se lee como un mito recuperado, una crónica transmitida a través de siglos y lenguas. Pero lo más importante es que saberlo no cambia la historia, aunque sí la hace más fascinante: detrás de cada nombre hay siglos de historia inventada y un autor que entendía que las palabras son, literalmente, el alma de los mundos. Al final, Tolkien veía a los hobbits como nuestros antepasados culturales tanto como los héroes de Beowulf o El Cantar de Roldán.

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