Ha sido el propio Foster quien, en su discurso de investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad Autónoma de Madrid, ha hecho referencia a los importantes vínculos que existen entre el pasado y el presente, y en la importancia que tienen para conseguir un futuro. El arquitecto del high-tech, de la innovación técnica, el hacedor de obras imposibles, no se olvida de la tradición. Prueba de ello es que entre sus referentes ha mencionado a un historiador del arte: Vicent Scully, profesor de historia de la arquitectura en Yale. La historia, es cierto, nos provee de arquitectos famosos, desde Vitruvio hasta Le Corbusier, cuyas ejecuciones fueron tentando un poco más a la naturaleza y a las leyes de la física. ¿Acaso no hacen eso los arquitectos? ¿No es lo que hace, particularmente, Norman Foster?
Algún arquitecto que conozco me ha subrayado que en Foster&Partners no hay nada imposible. Llevan la técnica a tal extremo que hacen factible lo que parecía inconstruible. Pensemos en el viaducto de Millau (Aveyron, Francia), suspendido a una considerable altura (343 m en su cota más alta) con una estética tan esbelta y liviana que parece un suspiro del viento. O en la cúpula del Reichtag de Berlín, ejemplo de la semántica que puede expresar un edificio, en este caso como símbolo de reunificación y de futuro, pero que utiliza materiales tan out of context como el acero y el cristal. La innovación de Foster es tal que, como me decía un arquitecto, para la sede de Apple en Cupertino (California) se buscó un trabajo técnico tan extremo que se miraban las intersecciones que hacía la madera en las esquinas, buscando que las vetas encajaran a la perfección.
La Universidad Autónoma de Madrid, donde, por cierto, nunca han existido los estudios de arquitectura, ha querido premiar esta audacia al incorporar a Foster a su claustro de profesores. En su discurso, el nuevo Doctor ha querido homenajear a la universidad como esa institución que puede transformar completamente la vida de una persona. Él, que como nos ha contado, fue el primero de su familia, e incluso de su barrio, en llegar a la universidad, no ha desaprovechado la ocasión para enfatizar la importancia social que tiene esta institución, como academia del conocimiento, pero también como lugar de acción. En tiempos como el nuestro, donde la universidad pública es víctima de frecuentes ninguneos de mano de los distintos gobiernos, las palabras de Foster apuntan directamente a la misión de la universidad. Un propósito que trasciende generaciones y que ha puesto de relieve también la rectora, Amaya Mendikoetxea, al definir la universidad como ese “ascensor social” del que el propio Foster fue beneficiario, primero en Manchester y después en Yale.
Por ello no sorprende que las universidades del mundo le hayan reconocido con cinco doctorados honoris causa, además de haber conseguido todos los premios posibles, entre ellos el Pritzker y el Príncipe de Asturias de las Artes, y sea miembro de las más prestigiosas academias, como la Royal Academy of Arts de Londres. Siendo de este modo el arquitecto más internacional de todos, podría sorprender su presencia en Madrid, donde no solamente tiene sede su estudio, sino que aquí se ha asentado la Norman Foster Foundation, que alberga, entre otros asuntos, el archivo del arquitecto.
De todos sus proyectos en la ciudad, que no son pocos, el que más me impacienta es el de la rehabilitación del Salón de Reinos del antiguo Palacio del Buen Retiro, que se incorporará pronto (¡esperemos!) al espacio expositivo del Museo del Prado. Como historiadora, la recuperación de la fachada original me parece una buena noticia, y más si va acompañada de las innovaciones técnicas a las que nos tiene acostumbrados Foster, donde no faltarán la luz natural y, sobre todo, la coherencia. Posiblemente descubriremos un Madrid transformado, como ha ocurrido en otras ciudades que han sido escenario del genio de Foster.
Volvamos por último al metro de Bilbao y a las impresiones de un niño. ¿Lo ve antiguo o lo ve, sencillamente, perfecto? La obra de Foster genera el mismo asombro que la arquitectura romana, donde es imposible no fijarse en la proeza técnica. Esa misma destreza y osadía que tuvieron los romanos en la construcción de sus edificios y de sus obras de infraestructura, la vemos ahora en la obra de Foster, quien, sin olvidar la tradición, apunta hacia el futuro a través del poder transformador de la arquitectura. Es un orgullo, por todo ello, que a partir de ahora forme parte de nuestro claustro de profesores.