Julia Ducournau es lo más parecido a una estrella del rock. La francesa de 41 años se encuentra sentada cómodamente en una envidiable terraza de un famoso hotel de Madrid, con sus tatuajes y su pelo extremadamente rubio recogido en un moño desmadejado, gafas de sol de Prada, camiseta (de Prada también), botas altas y sosteniendo un cigarro alargado entre los dedos. Está brevemente en la capital con motivo de la presentación de Alpha (en cines este 21 de noviembre), su tercera película tras el éxito de Titane (2021), que le valió la Palma de Oro en Cannes, y Crudo (2016). Parece una estrella del rock porque lo es un poco, al fin y al cabo tiene el título de la primera mujer en ganar en solitario esa Palma de Oro. Eso es algo que no se consigue todos los días.
Alpha, sin embargo, está cosechando opiniones bastante desiguales entre la crítica profesional. La película, más alegórica y menos gore, se aleja bastante de sus títulos anteriores, y toca un tema que ya se ha explorado en el cine anteriormente en multitud de ocasiones, aunque de una manera bastante novedosa. Alpha es el nombre de la joven protagonista (Mélissa Boros), que un día llega a casa de una fiesta con el brazo marcado con un tatuaje, fruto de una aguja que no recuerda. Su madre (la iraní y siempre fantástica Golshifteh Farahani), enfermera de profesión, rememorará entonces la terrible situación que tuvo que vivir con su hermano (un Tahar Rahim en los huesos), adicto durante la epidemia de una enfermedad que (suponemos) es una clara alegoría del sida.
Solo que aquí el sida convierte a las personas en algo parecido a estatuas de mármol, porque por algo estamos hablando de Ducournau. Y el pasado y el presente se entrelazan de una manera tan liosa que a veces es incomprensible. Alpha habla no solo del tabú del sida y la enfermedad, también del trauma generacional y cómo este puede transmitirse de padres a hijos. Porque, ¿realmente puede?
El trauma y el cuerpo
«Absolutamente», afirma la directora francesa. «Para mí, el trauma generacional es casi un tropo social y familiar. El cuerpo, la familia y la sociedad funcionan exactamente igual en lo que respecta al trauma y a su negación. Si algo se deja en el tabú, si no se dice, necesariamente se agrava y se transmite a la siguiente generación. Pondré un ejemplo sencillo: si tienes algo en el cuerpo que no va bien y te dicen que debes tomar antibióticos, pero decides no hacerlo porque crees que estarás bien, estás negando el problema. Sabes que no te va a ir bien, que va a empeorar».
«La familia y la sociedad funcionan igual. Dicho esto, también creo mucho en los ciclos. Están grabados en nosotros de la misma manera que lo están en la naturaleza y en el universo. Es algo biológico. Aunque el ciclo actual que vivimos es probablemente uno de los más oscuros que hemos visto en nuestra vida, creo que después de un ciclo oscuro puede llegar uno virtuoso. Confío en las nuevas generaciones. Creo que encontrarán la fuerza para resistir, rebotar y reinventarse, y reinventar la sociedad. Suena un poco cursi, pero realmente lo creo. No sé si nosotros lo veremos, pero tengo fe en ello. Así que sí, creo que cuando el trauma no se elabora, cuando se deja en el tabú o sin decir, necesariamente se transmite».
Por supuesto, la película también habla del miedo, que para Ducournau es un reflejo humano. «Cuando sucede algo brutal e inesperado, como una pandemia, el miedo es una reacción natural, física, no intelectual. Pero el siguiente reflejo suele ser el rechazo, porque queremos protegernos a nosotros mismos y a los que amamos. Nos aislamos y rechazamos lo que es diferente, ahí es donde creo que debe prevalecer nuestra humanidad y no nuestros reflejos animales. Incluso en una pandemia, tenemos el deber moral de actuar con ética, de luchar contra el miedo para respetar la vida de los demás y cuidar a quienes lo necesitan. Aunque parezca obvio, hoy en día no lo es tanto. Sin embargo, si me preguntas si hoy el miedo se utiliza como herramienta de manipulación, te diré que al 100%».
«El miedo hoy se utiliza como herramienta de manipulación. Vivimos uno de los momentos más oscuros que hemos visto en nuestra vida»
Ducournau se ha coronado en los últimos tiempos como la reina del body horror junto a la también francesa Coralie Fargeat (La sustancia). Pero no cree que últimamente las mujeres estén copando este tipo de cine porque tengan una preocupación especial por el cuerpo, frente a los hombres. Se ríe con esa cuestión: «Más bien es porque desde el inicio de la humanidad, el cuerpo femenino ha sido objeto de la mirada masculina, lo que significa que las historias sobre el cuerpo de las mujeres se contaban desde esa mirada. Eran fantasías, herramientas de sumisión y vergüenza. Por eso, afortunadamente —y en parte gracias al movimiento Me Too—, hemos reclamado el derecho a contar nuestras propias historias, a exponer el cuerpo desde dentro, desde nosotras mismas, guste o no. No creo que las mujeres tengamos un relato distinto sobre el cuerpo en sí, pero sí que, tras siglos de manipulación y fantasía ajena, ahora surge una narrativa distinta».
«El cuerpo es un tabú social: hablar de su mutación, de enfermedades, de fragilidad, está mal visto. Se considera sucio, privado. Yo creo lo contrario: hablar de nuestra vulnerabilidad es hablar de empatía y amor. Debería ser una herramienta para amarnos más, porque compartimos esa vulnerabilidad. Si eliminamos el secretismo y las fantasías, podemos comunicarnos de verdad, en igualdad. Para mí, el cuerpo es un lugar de comunión. Por eso lo coloco en el centro de mis películas».
Como Carla Simón —a la que, de hecho, nombra durante la entrevista—, Ducournau ha decidido retratar la epidemia del sida, aunque en realidad podría ser cualquier otra epidemia, hasta la del COVID. El estigma de los enfermos, sin embargo, recuerda más al de aquellos que tuvieron que sufrir la pandemia del VIH en los 80. «Nadie reconoció el abuso y el maltrato que el mundo entero infligió a quienes estaban infectados y a sus familias. Se les avergonzó, se les aisló y se les culpó por su “estilo de vida”, fue una herida enorme que la sociedad decidió esconder bajo la alfombra, como si fuera una época especial. Creo que el estigma y la vergüenza siguen ahí. Pero aquel comportamiento hacia una población que solo necesitaba cuidado y ayuda nos traumatizó a todos, nos cambió profundamente».
«Aunque hoy existan medicamentos que permiten vivir plenamente, el estigma y la vergüenza siguen ahí. Lo que se hizo en los 90 estuvo mal, que fue inhumano. Siempre dicen que mis personajes son marginales, pero no lo son: es la sociedad la que actúa de manera marginal, porque los excluye de la humanidad, por eso muchos creadores, como Carla Simón o Christophe Honoré, están recuperando la memoria de aquella generación sacrificada en el altar del SIDA y del miedo. Hubo un silencio de 30 o 40 años. Es ensordecedor. Ni siquiera después del COVID hubo una reflexión real sobre cómo se trató a los enfermos entonces y nadie pidió perdón».
«Ni siquiera después del COVID hubo una reflexión real sobre cómo se trató a los enfermos entonces y nadie pidió perdón»
La directora confiesa que no le preocupa que su película pueda resultar confusa. «Nunca le doy todo masticado al espectador», señala. «He elegido que el pasado y el presente se entrelacen porque el tiempo cuando hay un trauma no es lineal. El presente está perforado por resurgimientos del pasado y alimentado por la anticipación de que volverá a suceder. Por eso el tiempo del trauma es circular, como un triángulo infinito que pasa del pasado al presente y al futuro sin fin. Es algo alienante, y mi narrativa refleja eso».
Cromáticamente, el pasado tiene un tono amarillento y el presente es más grisáceo. «Usé diferentes gradaciones cromáticas para mostrar cómo la sociedad cambia entre ambos tiempos: en el pasado, cuando el virus apenas empezaba a conocerse, la sociedad aún era unificada, homogénea, cálida. Diez años después, en el presente del film, el miedo lo ha fragmentado todo. La imagen es fría, metálica, casi en blanco y negro, como si el color hubiese sido devorado. Quería expresar ese tránsito: de una sociedad unida a una completamente fragmentada por el miedo».