Pocas cineastas tan precedidas por un debate ruidoso como Julia Ducournau, que ya en su debut con Crudo removió bastante las aguas. Con Titane, poco después, volvió a la carga alzándose con la Palma de Oro en Cannes y ahora le toca el turno a Alpha, su propuesta más dramática hasta la fecha, que fue escogida para inaugurar la 58ª edición del Festival de Cine de Sitges.
En esta ocasión se apoya en un reparto que se deja la piel en una potente metáfora visual para hablar del estigma del SIDA en los años 80. Para ello, como es habitual, muestra pocos reparos a la hora de transformar con extrema crudeza el cuerpo de sus protagonistas, lo que la convierte en una candidata idónea para convertirse en un nuevo referente de body horror como ya sucediera con sus dos cintas precedentes.
La influencia del cine de David Cronenberg y Gaspar Noé es más clara que nunca, pero ella tiene su propia personalidad y sus inquietudes formales y argumentales definitorias.
Alpha es una película que tiene su enjundia y una enorme carga dramática pero que, sobre todo, supone una experiencia visual desoladora que explora cierto misticismo a la hora de hablar de las relaciones entre los personajes; la doble condena que supone el contagio, física y social y valores como la empatía, la solidaridad o el amor.
El frío y la petrificación de los enfermos desahuciados
Alpha es una adolescente en pleno proceso de cambio que empieza a experimentar nuevas sensaciones. Entre ellas, está la de hacerse un tosco tatuaje en el brazo con la inicial de su nombre en una fiesta en la que pierde el control. El problema es la dudosa higiene de la aguja con la que se lo han hecho, lo que hace saltar las alarmas de su madre, una doctora acostumbrada a lidiar con enfermos de SIDA en plena epidemia.
Las cosas se complicarán aún más cuando aparezca su tío toxicómano, del que no tiene ni un lejano recuerdo, infectado desde hace años pero incapaz de dejar de drogarse.
Alpha se pone en riesgo constantemente y sufre ataques de ansiedad mientras espera los resultados del test que, de ser positivo, sentenciará el destino de la familia mientras ve cómo el estado de salud de Amin se deteriora rápidamente en un proceso que se manifiesta petrificando su cuerpo y helando su sangre.
Alpha es una película complicada y muy física. Difícil de tolerar para quienes tengan aprensión por las agujas o la sangre porque está constantemente buscando el límite de lo tolerable. Tiene todo el sentido del mundo y está justificado, pero llega a ser muy desagradable.
Entre los temas en los que bucea está el despertar sexual de la adolescencia que también fue objeto de la fascinación de Ducournau en Crudo, la integración de las costumbres de heredadas de las comunidades de origen norteafricano (escuchamos amazigh), la estigmatización de la homosexualidad o el desconocimiento de una enfermedad que llevó a una enorme incomprensión social. Hay una voluntad de denuncia pero sobre todo un drama metafórico mostrado con una potencia visual arrolladora y unos efectos especiales que llegan a ser muy realistas.
Pero la baza más fuerte de Alpha son las interpretaciones, empezando por la joven Mélissa Boros en el segundo papel de su incipiente carrera como actriz y siguiendo por los excepcionales Golshifteh Farahani y Tahar Rahim cuya capacidad para comunicar emociones es trascendental para la construcción y evolución de sus personajes. Éste último no dudó en perder 20 kilos para ajustarse a las exigencias de su papel y pone los pelos de punta con su extrema delgadez.
También veréis en la cinta a Emma Mackey en un rol secundario que sirve para apuntalar la subtrama relacionada con la magnitud del problema y cómo escala en el día a día del hospital en el que trabaja la madre de Alpha.
En suma, es una película difícil pero también un alegato a favor de la comprensión, la convivencia y la tolerancia que se ponen especialmente a prueba cuando afloran problemas tan terribles como una nueva enfermedad.
Valoración
Nota 70
La cineasta nos ofrece un retrato tan devastador como conmovedor de la percepción social de una de las mayores epidemias del mundo contada desde el prisma de una adolescente que empieza a abrirse a nuevas experiencias. Demoledora y punzante.
Lo mejor
La calidad de las interpretaciones, la potencia de la metáfora visual para hablar del SIDA y los efectos especiales.
Lo peor
Da bastantes vueltas sobre los mismos conceptos resultando agotadora en su tramo central.