Reconozco que el título de esta película, o documental, o como cada espectador quiera definirla, es evocador y poético. Muy turbador lo de Ciudad sin sueño. También me abruman las referencias críticas sobre su belleza y su autenticidad. No dudo de lo segundo. Creo que lo que veo y escucho es de verdad, no hay manipulación del espectador, se trata de una ficción, o de un documental, o de ambas cosas a la vez. Pero eso no implica que me apasione o me conmueva el material que ha creado el director Guillermo Galoe. No dudo de la veracidad de la comunidad gitana, y también aparece al principio una familia musulmana, habitantes todos ellos de la Cañada Real, un asentamiento irregular cercano a Madrid que carece de variadas cosas elementales para sobrevivir dignamente, como la luz y el agua natural. Nunca he visitado lugar tan duro, pero sí conozco a gente que ha pasado por allí buscando alimento para sus maltrechas venas. O sea, droga dura. Y también por circunstancias de su trabajo. Y cuentan que el panorama es sombrío.

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Aquí el guion o la realidad (no tengo muy claro lo que ya estaba escrito y lo improvisado) se centra en el traslado que va a realizar una familia nacida y crecida en la Cañada Real a una casa de protección oficial. Se han dedicado siempre al comercio de chatarra y se supone que van a trasladarse a un lugar más habitable. Pero para algunos de ellos eso supone un desgarro emocional. Creen que les van a faltar muchas cosas imprescindibles. El adolescente que la protagoniza cree que al largarse de allí se le extinguirá el aire puro, no habrá sitio para sus amados perros, ama el lugar donde ha sobrevivido. O vivido. Ama el mundo en el que ha crecido. Y su abuelo, testarudo y legendario chatarrero, tampoco acepta el traslado.

Jesús Fernández Silva (a la izquierda) y Antonio Fernández Gabarre (derecha), en ‘Ciudad sin sueño’.

Y también aparece el lado más sórdido de ese lugar. Casas protegidas de asaltos y donde se almacena el caballo, el crack, esas cosas que tanto bienestar y ruina provocan. Y aparecen zombis en contacto con la aguja y de expresión muy tirada. Y ancianas de la tribu que narran antiguas leyendas a sus familias y a los que quieran escucharlas. También una niña inquietante, más lista que el hambre. Es mi personaje favorito. Y el director aprovecha los elementos de los que dispone y crea una determinada atmósfera.

Mi problema es que necesito algo más que eso. Y no lo consigo. Mi estado de ánimo no se altera durante la proyección. Entro igual que salgo. Nada que me conmueva especialmente. Que todo parezca o sea de verdad, que estén filmando un trozo de realidad, no lo considero el valor esencial del cine. Estoy dispuesto a creerme mentiras si logro implicarme en lo que me están narrando.

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Entiendo que los valores sociológicos que exaltan algunos documentales y películas sean fundamentales para ciertos espectadores. Y que causen conmoción en territorios tan adecuados como los festivales de cine. Yo me siento distante y nada apasionado con este testimonio tan veraz. Será que lo que me gusta en el cine es que me hipnotice, no mirar en ningún momento el reloj, sentirme dentro de lo que me están contando. En cualquier caso, prefiero el cine a la vida real. Y aquí no me seduce ni lo uno ni lo otro.

Ciudad sin sueño

Dirección: Guillermo Galoe.

Intérpretes: Antonio Fernández Gabarre, Bilal Sedraoui, Jesús Fernández Silva, Luis Bértolo.

Género: drama. España, 2025.

Duración: 97 minutos.

Estreno: 21 de noviembre.