La casa-galería de Roland Wolff en Múnich, un templo del arte contemporáneo y el diseño
Experimentar continuamente era, sin duda alguna, la actividad favorita de Roland Wolff y su socio y compañero de vida, el interiorista Wolfgang Füssinger. En este apartamento en Múnich, que funciona a partes iguales como espacio personal, sala de exposiciones y campo de pruebas, los dos pasaron horas fraguando planes, dejando que los pensamientos volaran libremente e intercambiando infinitas ideas. Sin embargo, cuando Füssinger falleció hace ahora cuatro años, Wolff se dio cuenta de que, ante la traumática pérdida y la incertidumbre del futuro de su empresa, lo más adecuado era reaccionar tomando algunas medidas drásticas. “Apenas usábamos la cocina, habría que deshacerse de ella”, pensó. Y así fue cómo decidió eliminarla para hacer realidad un proyecto que llevaba tiempo rondándole la mente: “Le pedí a una amiga que hiciera un gran mural en la pared en el tono Ultra Blue de Little Greene. Desde entonces –dice sonriendo– me alegro al verlo cada día. La obra de Katrin Bremermann está llena de vida”.

Sobre la daybed de Nakashima, en el gran salón, cuelga un conjunto de xilografías de Donald Judd (1992). La butaca es de Le Corbusier (o, más bien, de Charlotte Perriand cuando trabajaba para el genio). La mesa de café con tablero de vidrio color óxido es un diseño de Roland Wolff, que Füssinger & Wolff aún produce. La mesa con tablero de travertino a la izquierda, sobre la que descansan jarrones de Pierre Culot (1938-2011), fue diseñada por Eric Schmitt. En la esquina, sobre un taburete, también de Schmitt, la lámpara Masque (1984), de Elizabeth Garouste & Mattia Bonetti. Al fondo, el jarrón amarillo Concetto Spaziale (1952), de Lucio Fontana, junto a Hat (2006), otra lámpara de Schmitt en bronce y cristal.
© Elias HassosUn laboratorio mágico en busca de la “obra total”
Cada rincón de esta vivienda de cuatro habitaciones nos recuerda que la formación estética de Wolff empezó mucho antes de que aprendiera a leer o escribir: “Mi padre era fotógrafo y mi madre toda una apasionada del arte; de niño siempre me llevaban a ver exposiciones”, apunta nuestro anfitrión. Con estos antecedentes no es de extrañar que acabara estudiando Historia del Arte para luego convertirse, “más por casualidad que por otra cosa”, en escenógrafo. Tras viajar por el mundo, se asentó en Múnich y fundó Füssinger & Wolff con su compañero, una mezcla entre estudio de interiorismo, galería y lo que podríamos denominar como una “oficina para mejorar la calidad de vida de manera holística”. Al fin y al cabo, Füssinger, con gran talento para los arreglos florales, dedicaba sus días a crear lo que denominaba la “obra total” junto a Wolff, esa en la que arte contemporáneo, diseño y vida se entrelazan para convertirse en una suerte de Santísima Trinidad.

En un rincón del salón, una lámpara de Sophie Lafont descansa sobre el pedestal del artista francés Christian Astuguevieille. Al lado, encima de la silla de bronce Osselet (1996), diseñada por Eric Schmitt, un dibujo (Sin Título, 2008) de Günther Förg.
© Elias Hassos
En la entrada, que funciona como una pequeña galería de dibujos de Füssinger & Wolff, apreciamos varias obras de Al Taylor, de la galería David Zwirner.
© Elias Hassos. Arte: Cortesía de Al Taylor y David Zwimmer, Nueva York y Hong Kong, cortesía de Füssinger & Wolff, Iskin.
Doblete de la artista Katrin Bremermann: en primer plano, a la izda., Session (2017); en blanco y negro y al fondo, el vibrante mural azul encargado ad hoc para la sala. En la mesa metálica, un cocodrilo de Cristallerie Daum, un jarrón vintage y la obra Cinema (1988), de Joan Brossa. Sobre la puerta, Kinderstern, del artista Imi Knoebel.
© Elias HassosDe Nakashima a Scarpa, pasando por Sophie Lafont
La biografía del propietario se refleja en la elección de cada objeto que vemos. “Las cosas que me rodean tienen que gustarme”, asegura. Otras cuestiones, como la revalorización futura de las piezas, no son importantes para él. Esta es una de las razones por las que colabora desde hace décadas con varios creativos y diseñadores. Bajo su techo (de más de cuatro metros de altura), se ven obras del francés Eric Schmitt, jarrones del belga Pierre Culot, cerámica de la surcoreana Young-Jae Lee, lámparas de André Dubreuil y pedestales de Christian Astuguevieille, sobre los que ha colocado lámparas de Sophie Lafont o esculturas de vidrio que Carlo Scarpa hizo producir para Venini. En el salón acaparan nuestra atención dos daybeds de George Nakashima (1905-1990); de hecho, la pieza más espectacular del genio americano se encuentra en la casa que Wolff posee al sur de Alemania: una mesa de comedor construida con dos grandes discos de madera del mismo tronco. Las tumbonas le sirven como sofás, porque aquí no hay ni uno a la vista. “No me gustan mucho; puede que no sea muy práctico a la hora de recibir clientes, pero aún no he tenido tiempo de encontrar los adecuados”, asegura.