El 2 de octubre de 2020, con Madrid a punto de declarar el estado de alarma por el Covid, la Cañada Real se quedó sin luz. 4000 vecinos (entre los que un poco menos de la mitad son niños) tuvieron que sobrevivir sin electricidad en lo que muchos pensaron que sería un problema temporal. Cinco años después, no ha cambiado nada: la situación sigue siendo dramática, aunque la actualidad informativa haga que los medios miren hacia otro lado constantemente. Es por esto que tenía un miedo atroz a que ‘Ciudad sin sueño’ fuera un simple misery porn filmado por alguien que adora retorcerse en la pobreza y la tristeza. Sin embargo, y por suerte, había una joya escondida en la Cañada Real.
¡Corre, Atómica!
Lo fácil para ‘Ciudad sin sueño’ hubiera sido hacer una película pseudo-documental triste y desconsolada sobre la miseria, las familias gitanas sin futuro y cómo la sociedad les ha dado la espalda. Sin embargo, su director, Guillermo Galoe, que conoce muy bien la barriada gracias especialmente a su corto ‘Aunque es de noche’ (una precuela tonal y espiritual de este largometraje), sabe que lo más importante son las historias. Tanto las tradicionales, narradas de manera oral entre generaciones, como los dramas internos y que marcan la vida de Tonino, un adolescente obligado a descubrir una vida adulta que va más allá de la libertad (aprisionada, pero eso no lo sabe) en la que ha crecido.
Todo cambia en un lugar que se resiste al cambio. Los familiares convertidos en villanos por la defensa de un honor que de nada sirve, los amigos que desaparecen y dejan tras de sí vacío interior, los primeros amores cortados de cuajo por el miedo a la tradición, las cuatro paredes que no pueden esconder las ansias de saltar encima de un coche desvencijado. Toni no es capaz de evitar sentirse atrapado entre dos maneras de ver la vida. Por un lado, el campo y la tradición gitana, la vida en la calle, los trapicheos y el libre albedrío. Por otro, la eterna apatía desganada de la vida en la ciudad: sin emociones a flor de piel, pero también sin dolor. Acaso con otro tipo de libertad a la que está acostumbrado.
‘Ciudad sin sueño’ se niega a subrayar la herida social, pero la muestra abierta en esos paseos por la Cañada entre droga, tabaco, gritos, maldiciones, fuego y violencia. Para sus protagonistas solo se transforma en un drama en algunos diálogos que exponen la realidad que se le oculta a un Toni que sabe vivir y sobrevivir, de alguna manera, entre los complejos hilos familiares y comunitarios. Todo ello sin dejar de ser un niño entretenido con los filtros del móvil, su galga y su mejor amigo, apenas planteándose si hay algo más ahí en la vida que recoger chatarra y vivir condenado a repetir la miseria mezclada con la alegría vital de su familia. En cualquier otra película, este sería el primer acto antes de descubrir su propio camino. Aquí, nada de lo que hay fuera importa. Y es fascinante.
El váper infantil
Galoe transforma el cine social en puro western, y la Cañada en un microcosmos en el que todo el mundo busca su dosis de dignidad, incluso cuando nada queda más allá de una partida a las cartas en el bar o un generador eléctrico que funciona a patadas. Toni se convierte así en un improbable héroe que, al perderlo todo, se ve obligado a recuperarlo como única manera de seguir atado a la única vida que conoce, cual pistolero en su ocaso (cigarrillos y humo incluidos). El guion de ‘Ciudad sin sueño’ es, por basto que parezca en ocasiones, tremendamente sutil y sentimental sin necesidad de explicitar las lágrimas, las relaciones rotas o de montar escenas de drama lastimero, tan llamativas como fuera de lugar aquí.
En el fondo, la película es una colosal obra sobre la pérdida, el dolor y la identidad de un adolescente que pierde toda noción de sí mismo entre decepciones continuas, amores imposibles y dudas sobre su propia existencia. Puede que en tiempos de cine que remarca continuamente cómo debemos sentirnos con música de violines y lágrimas corriendo por las mejillas, esta visión naturalista nos sepa a poco, pero, si le das la atención que la película exige, te recompensará en cada escena, cada filtro, cada pequeña decepción, cada risa fingida, cada paso hacia una nueva vida.
‘Ciudad sin sueño’ habla del final a la fuerza de una comunidad y conversa de manera inesperada pero clara con la fabulosa ‘Madrid, Ext’. Si en aquella sinfonía urbana Cavestany se despedía a su manera del Madrid clásico, aquí es Galoe el que se resigna al inevitable final del asentamiento, obligando a sus habitantes a introducirse a la fuerza en una sociedad que elimina uno a uno cualquier elemento disruptor. No lo hace, eso sí, desde la lágrima ni desde la pena, sino desde la reflexión y el dolor de una madurez tan absurda como incomprensible. Cine con mayúsculas.
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