Ala muerte se puede responder con violencia o con música. Hay quienes se atreven a alzar su voz frente al mal, y hay quien, como Camille Thomas (París, 1988), alza su arco para tocar con el violonchelo un grito de esperanza. Así surgió precisamente ‘ … Never give up’, el concierto para violonchelo y orquesta en tres movimientos, que Fazil Say escribió expresamente para esta chelista, y que interpretó recientemente en el Auditorio Kursaal junto a la Orquesta Sinfónica de Euskadi.

El concierto es una respuesta a los ataques terroristas sufridos en París y Estambul hace diez años. En él, el chelo se levanta como si fuera una voz humana que profundiza en la experiencia traumática que se vivió con esos ataques.

En el segundo movimiento se escucha incluso el sonido del kalashnikov. «Gracias a la música podemos no olvidar nunca lo que ocurrió, no como venganza, sino como dedicatoria a las personas que sufrieron», explica Camille Thomas, recién aterrizada en Madrid, mientras vuelve a guardar su Stradivarius en la funda.

Quien mira a través de sus ojos puede comprender que la música no entiende de límites. El límite es el cielo, dice, y el cielo tampoco tiene. Ella es la joven que tocaba en los tejados de París cuando nadie podía salir a la calle por el confinamiento durante el covid. Es la misma que inundaba de música las salas de los museos, vacías también tras el cierre de toda institución ante una pandemia mundial. Es quien respondió a la muerte en la sala Bataclan con esperanza a través de la música y es también la que ahora dialoga con la tierra, el cielo y las montañas de Montana en ‘Rendez-vous’, su nuevo álbum junto al pianista Julien Brocal, realizado en colaboración con el Tippet Rise Art Center y distribuido por Decca Records (Universal Music).

Este disco es fruto de un encuentro profundo. Camille Thomas y Brocal fueron convocados en el lugar para crear. Sin peros, sin explicaciones, sin más. «Ese es el mejor tipo de filantropía que puedes ofrecer para ayudar a los artistas: no preguntar antes del proyecto qué será, sino simplemente decir: vengan y hagan algo», reconoce la chelista. Dicen que es el país con el cielo infinito.

El Tippet Rise Art Center se encuentra en Fishtail, Montana, con el telón de fondo de las Montañas Beartooth y justo al norte del Parque Nacional Yellowstone. Ubicado en un rancho en funcionamiento de 50,6 km dedicado a ovejas y ganado, Tippet Rise ofrece residencias y presentaciones de músicos de renombre internacional durante su temporada anual de conciertos de verano, en recintos tanto interiores como exteriores, así como a través de presentaciones virtuales y otros eventos en línea. Se fundamenta en la creencia de que el arte, la música, la arquitectura y la naturaleza son intrínsecos a la experiencia humana, y que cada uno potencia a los demás.

«Es realmente increíble esa impresión de inmensidad que sientes allí. Realmente todo vino de ese lugar y de la naturaleza. Y así fue como llegué a esta idea de ‘Rendez-vous’ (encuentro en francés), porque sentí que era un encuentro de muchas, muchas maneras».

Imagen principal - Julien Brocal y Camille Thomas, en el Tippet Art Rise Center de Montana

Imagen secundaria 1 - Julien Brocal y Camille Thomas, en el Tippet Art Rise Center de Montana

Imagen secundaria 2 - Julien Brocal y Camille Thomas, en el Tippet Art Rise Center de Montana

Julien Brocal y Camille Thomas, en el Tippet Art Rise Center de Montana
Kevin Kinzley (arriba), Colin Morvan (abajo)

El primer encuentro fue entre Julien, Camille y la naturaleza. Cuando llegaron, todavía había nieve y recorrieron el parque y las esculturas de Ai Weiwei, Alexander Calder y Richard Serra. «Sentimos que es de allí de donde viene la música: de la naturaleza». Solo tuvieron tres días para hacerlo y en ese breve tiempo decidieron que el disco sería lanzado a lo largo de varios meses, e irían publicando dos piezas cada mes a través de plataformas digitales.

«Fuimos invitados tan generosamente que yo también quería devolver algo. Así que ese fue un segundo encuentro: con la audiencia». Aunque queda un último encuentro más profundo aún: entre piezas que ya existen. El disco está compuesto por obras que forman parte «del recuerdo en la mente de todos», como ‘El cisne’ de Saint-Saëns, o el ‘Ave Maria’ de Bach, pero cada una de ellas va acompañada de otra, ‘Reflection’, que es un puente hacia cada una de ellas. Son nuevas composiciones de ambos artistas, que se inspiran en diferentes influencias y épocas, y al mismo tiempo en el aura que les rodea.

Todo ello acompañado por cortometrajes musicales, creados por Martin Mirabel y Colin Morvan en medio de los vastos paisajes y esculturas monumentales de Tippet Rise, que añaden una nueva dimensión a la música. «Queríamos compartir lo que es esta pieza, esta música, esta naturaleza, también nuestra amistad. Cuando tocamos juntos, hay algo químico. No necesitamos hablar mucho; nos entendemos y, ‘puf’, surge una chispa de alguna manera. Cuando toco música clásica, siempre soy una intérprete, toco música que ya está escrita. Y adoro dar vida a estas obras maestras. Pero esta vez me encantó la idea de también crear, pero con el material de la primera pieza. Así que ese es el ‘rendezvous’ entre las dos piezas: nosotros y lo que ya existe».

Siempre tuve un deseo ardiente de compartir la música por el amor que le tengo y el bien que me hace

Cuando Camille habla, es la honestidad la que se cuela en sus palabras, también en su interpretación. La chelista comprende la música desde la libertad absoluta sin perder al mismo tiempo la esencia de cada una de las piezas originales. Esa libertad se puede alcanzar a través del trabajo y el estudio de las obras, pero hay otros que nacen con ella. Camille parece que es del segundo equipo. De ahí que la joven haya podido hacer ‘Gnossienne No. 3’ de Satie y responder con una reflexión que se inspira en las armonías y el espíritu de una canción que marcó su adolescencia: ‘No Surprises’, de Radiohead.

«Siempre me ha encantado la música de Radiohead, Coldplay… No creo que exista música clásica o música pop. Creo que existe la música en general. Y la buena música, que no es una cuestión de gusto, sino de si te toca o no. Y puede ser diferente para cada persona. Pero la música de Radiohead, por ejemplo, es muy conmovedora y te hace sentir algo. Siempre soñé con hacer algo así. Libertad. Libertad total». La libertad se alcanza también porque la naturaleza ayuda. «El lugar fue clave y, si no hubiéramos logrado nada, habría estado bien también. Sin presión. Sin necesidad de resultados. Creo que eso nos permitió crear completamente en libertad. Y seguir nuestros sueños».

No es fácil ser libre en la música clásica cuando hay una fina línea que separa la improvisación del delirio. No es sencillo custodiar tajantemente la tradición y al mismo tiempo ser tan valiente como para atreverse a improvisar a través de una obra de Bach. Es necesario coraje y al mismo tiempo prudencia. «Aprendí, creo, como todos los artistas, a escucharme a mí misma. Me di cuenta de que cuando hago algo siendo 100% yo, cuando le digo al sello discográfico: ‘solo voy a hacer lo que quiero hacer’ (incluso cuando es mi completa responsabilidad, y recuerdo alguna decisión donde me dijeron ‘es tu elección’), funciona. Es real, es sincero, y el público lo siente. Aprendí a no tener miedo, a confiar en lo que soy. Mi querido profesor siempre trató de hacer que cada uno de sus alumnos fuera lo que realmente era, pero en una mejor versión, porque estás aprendiendo, pero sin intentar que seas como él. Desde el principio me dio esta idea de libertad».

Límites

¿La música entonces entiende de límites? «Espero que no. De lo contrario estaría muerta desde hace mucho. Pero sería demasiado ingenuo decir que no hay límites. La música clásica, como el ballet o estas formas puras, son puras en el sentido de que no tienes nada que te salve: no hay micrófonos, no hay muchas personas, estás muy desnudo. Es puro en ese sentido. Un bailarín, si falla un paso difícil y cae, todos lo ven. Para eso necesitas dedicar tu vida para ser lo suficientemente bueno. El límite sería la pereza. No hay forma de engañar. Cuando tocas un concierto no puedes hacer trampa. Tienes que practicar todo el tiempo. Es una dedicación de por vida».

Thomas ha asegurado en más de una ocasión que hay pocas certezas en su vida, aunque una sí que es absoluta: la música. Lo dicen sus palabras, su música y su vida. «Nunca estoy cansada si es para hablar de música», decía entre risas tras aterrizar después de un largo vuelo que culminó al anochecer. Ella en sí es la música. «Siempre supe a dónde ir con la música. Aunque en realidad no se trata de saber, es algo más interno. Pero siempre tuve… En realidad no sé bien por qué», confiesa, aunque rectifica tajantemente en una milésima de segundo: «No, sí sé por qué», asegura convencida.

Y continúa con firmeza: «Siempre tuve un deseo ardiente de compartir la música. No sabía a dónde ir. Nunca pensé que sería solista. No era la mejor de mi clase y no ganaba concursos cuando otros sí. Pero siempre seguí practicando. Realmente quería dar conciertos y crear música, crear álbumes. Así que nunca dejé de practicar. Nunca me rendí. Y creo que este deseo de compartir, simplemente eso, venía del amor que tengo por la música y del bien que me hace. Siento que debo compartirlo». Camille Thomas encarna todo aquello que predica porque su vida no ha sido más que un continuo paso de la música por ella y, al mismo tiempo, una mera transmisora de esta.

A la artista le fascina la vida, el ser humano… la existencia. Siempre ha tratado de indagar qué hay detrás de cada sentimiento humano a través de la música. Puede que la música no resuelva un conflicto, pero tiene el poder de unir lo distante, enderezar lo torcido y conmover el corazón más frío. «Creo que cada nota no es solo una nota o un sonido, sino que tiene un significado. Realmente lo siento. La manera en que toco no siempre es consciente, porque es como contar una historia sin palabras. Cuando toco, tengo que ser la música, ser uno con ella. El violonchelo y yo somos uno, somos el sonido. No quiero ser pretenciosa, pero ese es el objetivo. No se trata de tocar para entretener o tocar solo cosas bonitas. Cada nota significa algo», explica. De ahí que en ‘Never give up’ se escuchen los disparos y al violonchelo llorar ante el dolor del mal tras los atentados, y al mismo tiempo los pájaros, los sonidos del agua, como signo de esperanza… «La Naturaleza», dice. De nuevo, la Naturaleza.