Carmen Figaredo (Madrid). Oviedo, 1988. Se licenció en Bellas Artes en la Universidad Francisco de Vitoria de Madrid. Su interés por la fotografía la llevó a especializarse en el Fashion Institute of Technology y en el International Center of Photography (ICP) de Nueva York, donde posteriormente trabajó como asistente, y en el archivo de Robert Capa. En 2015 regresó a Madrid, donde actualmente reside y trabaja. Aunque la fotografía es su base, el collage ha prevalecido como su lenguaje principal

Carmen Figaredo sabe que ser «artista más que un trabajo al uso, es una manera de vivir, ya que la barrera entre lo que forma parte de tu trabajo o tu vida personal es muy difusa». Aunque se formó como fotógrafa, desde hace diez años su mundo creativo gira casi al 100% en torno al collage, construyendo nuevas imágenes a partir de imágenes ya preexistentes. De esta vida dedicada al arte, reconoce sus inconvenientes, como «la falta de límites entre lo que técnicamente sería laboral y lo personal o la incertidumbre respecto a la salida que tendrán las piezas que uno crea y la posible falta de estabilidad que eso conlleva.» Pero las ventajas, para ella, son mayores: «Ser dueño de tu tiempo, es impagable. Y es extremadamente gratificante poder dedicarse a lo que a uno verdaderamente le apasiona». La semilla de esta vocación se plantó en Oviedo. «Desde muy pequeña sentí interés por el arte y la belleza que me rodeaban. Me fascinaba su imponente Catedral, disfrutaba mucho los domingos por la mañana de poder explorarla por dentro, recorriendo cada rincón en la solemnidad del culto».

Sin embargo, la decisión de dedicarse al arte en cuerpo y alma llegó más tarde. A los 19 años, tras un año estudiando Derecho sin éxito, tomó la que considera la primera decisión crucial. «No podía más que, con el beneplácito y apoyo de mis padres, dedicarme de lleno al estudio y creación del arte. Fue la primera decisión crucial en mi vida, algo que siempre agradeceré el impulso y el apoyo a mi madre.» Tras acabar la carrera en Madrid, se especializó en fotografía en Nueva York, donde, tras varios años de experimentación, llegó a la técnica que define su obra: el collage, «recortando imágenes encontradas y manipulándolas» como medio principal de creación.

Cuando evoca su tierra natal, los recuerdos son «incontables e imborrables. Nada me transporta más a mi infancia y a esa sensación de ‘estar en casa’ que el olor a castañas asadas. Me lleva directamente a una tarde de invierno en Oviedo paseando bien abrigada por el Campo San Francisco» Y entre sus olores favoritos, destaca «el olor a salitre cuando te acercas a la costa», que precede a una de sus experiencias más vitales: «De las experiencias que más aprecio desde que tengo recuerdos, es sumergirme por completo en el Cantábrico y quedarme quieta bajo el agua, dejando que mi cuerpo se aclimate a la temperatura. Siempre tengo la sensación de estar más viva que nunca en esos momentos».

Desde la distancia, su mirada sobre Asturias es clara: «Asturias desde fuera se ve literalmente como el paraíso.» No duda en destacar «la belleza del paisaje o la calidad de vida (su gastronomía, su clima, su gente)». Pero, como asturiana, también ve lo que se puede mejorar: «Creo que sería conveniente combatir la falta de comunicaciones estables con el resto de España y el mundo. Por otro lado, es de vital importancia crear más empleo joven y en más ámbitos de los ahora existentes. Que permita a más asturianos quedarse y construir una vida estable en el Principado». Su experiencia en el extranjero le ha dado perspectiva: «Si algo me ha enseñado vivir en una ciudad como Nueva York y quizá también ahora en Madrid, es que otras culturas siempre tienen algo que aportar o algo de lo que podemos aprender. Valorar lo nuestro es fundamental, pero estar abierto a nuevas ideas que nos hagan creer puede ser muy positivo».

Sobre los obstáculos en su carrera, asume que son «los normales de cualquier profesión. A veces las cosas salen a la primera y otras a la décima, o a veces no salen. Lo importante es el recorrido». Y se define con una claridad que revela su fortaleza: «Soy una persona resiliente, no me cuesta romper trabajo que no considero bueno o no salió como esperaba y comenzar una nueva hoja en blanco».

Sus referentes artísticos son muchos, pero nombra «a Miguel Angel Campano, Joan Fontcuberta, María Dolores Pradera, Paul Auster y Paolo Sorrentino». En el plano personal, su guía fundamental fue su padre, Inocencio Figaredo. «Lo más importante que he aprendido de él es el valor del esfuerzo. En general, siempre merece la pena. Aunque a veces se pongan las cosas muy difíciles, si te esfuerzas por algo nunca será en balde». También reconoce la influencia de su abuelo materno, Sandalio Pire, «un fotógrafo aficionado» cuya pasión «tuvo mucho que ver mi vocación como artista, y desde luego, en haber escogido esa disciplina para formarme».

Este viaje la ha llevado a una relación de paz con su propio reflejo. «Empezamos a tener bastante sintonía, y no ha sido fácil. Soy, o más bien era, una persona con muchas inseguridades». Explica que «aceptarme y centrarme solo en la persona que me devuelve la mirada en el espejo, sin tener en cuenta las visiones u opiniones que los demás puedan tener de mí, ha llevado tiempo, esfuerzo y trabajo. Pero desde luego merece la pena, somos compañeras de por vida».

Respecto a la convivencia con otro artista (Hugo Fontela), «la verdad que en nuestro caso siempre ha sido muy buena en lo artístico además de en lo personal. Nuestros trabajos son muy distintos, nunca ha habido competencia o comparaciones entre nosotros. Además, ambos, encajamos mal en la idea que la gente tiene de la vida de un artista, bohemia y desordenada. Por el contrario, vamos todos los días al estudio casi en horario de oficina y la mayor parte del tiempo cada uno está trabajando en lo suyo sin hacernos apenas caso. No solemos comentar de manera constante el trabajo del otro, pero a veces esa visión externa del uno sobre el otro es muy enriquecedora».

Carmen Figaredo quiere pensar que «todas mis obras me representan, aún cuanto pertenecen a series pasadas y ya no centre mi atención en ese tema concreto. Pero, como creadora, supongo que la obra que más me representa es en la que trabajo en la actualidad. Llevo construyendo piezas grandes a partir de recortes pequeños, en contraposición a las piezas que son reproducciones fotográficas de collages más pequeños que presenté en mis últimas exposiciones individuales. Estoy comenzando una nueva serie trabajando con figuras de mujeres sacadas de revistas de los años 50-60, superponiéndolas unas sobre otras, creando una especie de columna de una manifestación. Aún no sé a dónde me va a llevar o de que habla exactamente, pero intuyo que temas como la sororidad me impulsan a seguir creando piezas en esa dirección».