Thomas Hirschhorn (Berna, 1957, radicado en París) es un tipo alto y delgado, vestido de riguroso negro de la chaqueta a las botas, nervioso, rápido, enérgico, que nos enseña y explica –en inglés– los cuarenta y cinco conjuntos de ‘collages’ (agrupados en unos … paneles de 2,40 x 1,60) que conforman ‘My Atlas’ (2025) en dos minutos y medio (sí, cita a Aby Warburg).

Luego nos conduce a la instalación del atrio –’Gravity, Mass and Democracy’ (2025), un trabajo sobre la gravedad y la sedimentación–, luego rápidamente a la nueva sala donde está ‘Power Tools’ (2007), la conocida y espectacular instalación que forma parte de la colección del Museo Helga de Alvear y que ha sido levemente modificada para la ocasión.

Y, finalmente, al proyecto estrella: ‘Fake it, Fake it – till you Fake it’ (2024), una macroinstalación que ocupa dos salas (las ocupa totalmente, quiero decir: es difícil transitar por ese lugar atestado de cosas, igual que sucede en ‘Power Tools’ e incluso en ‘Gravity’, ya que por el suelo andan desparramados los paquetes con su correspondiente Masa) y representa, digamos (por ejemplo) un centro de mando no tan grande como el de Houston (por ejemplo) desde cuyos centenares de ordenadores, móviles, tablets y servidores se está controlando el desarrollo de innumerables guerras y/o ‘conflictos’.

Todo en cartón

Todo (pero todo: desde los paneles de ‘My Atlas’ hasta los innumerables cables, enchufes, colillas, pantallas, teclados, latas de cerveza, mesas y sillas, de ‘Fake It’, pasando por los ‘paquetes’ numerados de ‘Gravity’) está hecho de cartón y cinta de embalar marrón. Y fotos, casi siempre provenientes de revistas de cualquier tipo, como sucede en sus famosos ‘collages’, reunidos en los paneles de esta antológica.

Hirschhorn ya nos había explicado –sucintamente– cuándo se le ocurrió la idea de desarrollar sus ‘collages’ en el espacio (paneles #3 y #4) y ahora nos habla –fugazmente– de la relación entre lo real y lo virtual mientras esquivamos a los soldados armados de tamaño natural que penden del techo bajo una nube de avatares y emoticonos agitados por unos ventiladores.

Imagen principal - En las imágenes, algunas de las propuestas de Hirschhorn en Cáceres, como 'My Atlas' o 'Gravity'

Imagen secundaria 1 - En las imágenes, algunas de las propuestas de Hirschhorn en Cáceres, como 'My Atlas' o 'Gravity'

Imagen secundaria 2 - En las imágenes, algunas de las propuestas de Hirschhorn en Cáceres, como 'My Atlas' o 'Gravity'

Papel seco.
En las imágenes, algunas de las propuestas de Hirschhorn en Cáceres, como ‘My Atlas’ o ‘Gravity’
M. Helga de Alvear

Luego, para terminar, nos lleva a un espacio que, a modo de taller/salita de estar, ha habilitado al fondo de la segunda sala. Hay un sofá y unas butacas y sillas perfectamente recubiertos de cinta de embalar marrón, un suelo de cartón, unas mesas de trabajo con útiles para el trabajo del cartón –pegamento en barra, tijeras, cinta de embalar…–, unas estanterías con revistas y unos libros. Saca uno de Spinoza. Se sienta junto a Sandra Guimarães.

«¿Alguna pregunta?». No hay ninguna (no me extraña: estamos en un cierto estado de shock), concluye pues la presentación a la prensa y cuando todos se han levantado me da por sentarme frente a él y preguntarle, en francés –o sea que esto es exclusiva de ABC Cultural, ya que nadie más entendía nada, salvo la directora–, por qué estos materiales tan humildes, y me dice que él no cree que en la obra de arte el material –cita el bronce– deba tener valor y que en esta sala/taller el público está invitado a utilizar «el vocabulario del arte».

Sandra Guimarães, la directora del Museo y, por ende, la persona que debe continuar la labor, extraordinaria, y más en España, de Helga de Alvear, ya me había puesto la mosca detrás de la oreja cuando nos descubrió –incluso mandé allí a un grupo de amigos, cosa que no suelo hacer– al maravilloso Ryan Gander (de quien le hablo a Hirschhorn), así que la sondeo sobre su proyecto y su opinión sobre la figura –el espectro, ya que fue asesinado hace más de cien años– del museo y su relación con el ciudadano, entendido este como aquel individuo que, salvo pírricas excepciones, ni sabe qué es el arte contemporáneo ni le importa lo más mínimo ignorarlo, lo cual me parece un error, como parece que se lo parece a Hirschhorn, a Guimarães y a Gander.

Y lo que me da buena espina es la estrategia de estos tres. Gander, que como se contó en aquella crónica tiene archivadores llenos de ideas para posibles obras de arte, las regalaba en papeles garabateados o las serigrafiaba en decenas de bolas de billar desperdigadas por el suelo, se refería a menudo a la figura del niño (y sus hijos aparecían en alguna obra) y organizó una búsqueda del tesoro por el centro de Cáceres.

Hirschhorn no realiza sus esculturas de cartón –sus ‘collages’ tridimensionales– de cualquier manera (aunque sí, me cuentan, a una velocidad inaudita): hay una potencia incuestionable en todo su trabajo y el material, precisamente porque está asociado al trabajo industrial, pesado, revela todas sus posibilidades expresivas latentes.

Pienso en las pantallas reventadas de ‘Fake it’, en esos trozos afilados de cristal hechos de cartón que se desparraman, en los amasijos de cables de cinta de embalar retorcida, en las estanterías repletas de móviles de cartón conectados a servidores, en los montones de colillas de cartón…

Hay un trabajo escultórico, expresionista o salvaje, quiérase o no, que es el que nos enmudece: está todo dicho porque hay una obra brutal y operativa, hay un gran artista. Y hay, como decía, una inquietante comisaria y directora que cree que las visitas guiadas de escolares están bien –y el Museo Helga de Alvear las organiza, como todos los museos de España– pero que hay artistas y estrategias que pueden conducir a la identificación del arte con la vida –el sueño de nuestros padres y primos– de forma bastante más directa y maravillosa.

Thomas Hirschhorn: 'My Atlas / Our Atlas'

Thomas Hirschhorn: ‘My Atlas / Our Atlas’

Museo Helga de Alvear. Cáceres. C/ Pizarro, 8. Comisaria: Sandra Guimarães. Hasta el 10 de mayo. Cuatro estrellas.

Por eso esto esta vez me callo y mando allí a los lectores, cosa que no suelo hacer, en lugar de elucubrar fugazmente sobre el discurso teórico de Thomas Hirschhorn.