El caso del fiscal general es, de principio a fin, una historia de abusos de poder. A García Ortiz lo colocó el gobierno en la cúspide de la fiscalía para tener un soldado obediente a los mandos de una institución clave del Estado cuando salió del cargo Dolores Delgado, que había sido ministra de justicia.
La fiscalía puede depender más o menos del partido en el poder según la elección del fiscal general. Los hubo que fueron un martirio para quienes lo habían elegido, pero García Ortiz fue otra cosa. Siempre tuvo esos gestos ampulosos del lacayo, desde el principio. Un adulador del presidente que, investido de un poder inmenso, empezó a comportarse como el encargado de supermercado más papista que el Papa.
Ignoro si el criminal interés de García Ortiz por «ganar el relato» revelando información reservada de un ciudadano venía espoleado por órdenes de Moncloa o él mismo, adivinando las necesidades del jefe, delinquió por iniciativa propia para complacerlo. De una forma o de otra, ahí hay abuso de poder.
Abuso del PSOE, que canibaliza una institución que debiera ser neutral y apolítica para filtrar desde allí la comunicación secreta de un ciudadano, y también abuso de poder del fiscal general, que desde su superioridad jerárquica ordenó a sus subordinados que colaborasen con él en su delito.
TE PUEDE INTERESAR
El Colegio de la Abogacía ante el juicio a Álvaro García Ortiz: «Pedimos cárcel por sus actos»
Beatriz Parera
No se saca en mitad de la noche a un señor del fútbol ni se pone a la Fiscalía de Madrid a redactar una nota de prensa con información ilegalmente obtenida sin ejercer el poder de manera despótica. Hay que imaginarse, en esos mensajes que García Ortiz borró al ser imputado, el tono. El apresuramiento.
El abuso adquirió proporciones obscenas después, durante el proceso. Desde que empezó la investigación judicial a García Ortiz, el PSOE denigró la labor del instructor, los ministros dijeron que el fiscal era víctima del sabotaje de un poder judicial antidemocrático, y caldearon los ánimos por si había condena.
TE PUEDE INTERESAR
El Supremo condena al fiscal general a dos años de inhabilitación por revelar secretos
Beatriz Parera Ana Belén Ramos
Los enemigos del gobierno eran los jueces por la sencilla razón de que el gobierno no puede hacer con ellos lo mismo que con la Fiscalía General, el CIS o Televisión Española. Ya les gustaría un Poder Judicial tan lameculos. Por no serlo, eran enemigos declarados. Para quien abusa de poder, no hay traición mayor que la existencia de un contrapoder independiente.
Machacaron con el axioma de que el fiscal es inocente con las intervenciones de tertulianos y periodistas tan obedientes como el fiscal. Convirtieron en un falso clamor la idea brotada de los despachos de Ferraz: el fiscal estaba en este lío por haber dicho la verdad, por haber desmontado un bulo.
Cuando el fiscal se negó a dimitir de su cargo, el abuso de poder adquirió un tono obsceno. La decisión de García Ortiz de mantenerse introducía una anomalía, pues nadie podía cesarlo, dado que la prerrogativa de suspender fiscales la tenía el acusado. Se pudo ver este abuso escenificado cuando, el primer día del juicio, sus subordinados lo despidieron con aplausos y ovaciones.
TE PUEDE INTERESAR
El fallo del Supremo da a Ayuso una victoria política y blinda su autoridad dentro del PP
Ignacio S. Calleja Ana Belén Ramos
La fiscalía, que hubiera tenido que fiscalizar, iba a actuar como defensa en defensa de su jefe. Los fiscales que no se plegaban a las órdenes de García Ortiz, como Almudena Lastra, eran avergonzados públicamente. Los periodistas obedientes deslizaban sospechas sobre la implicación de los disidentes en el delito.
Mientras pasaban las jornadas y los testigos, la maquinaria de propaganda del PSOE levantó varios trampantojos: primero, que había quedado totalmente probado que el fiscal era inocente; segundo, consecuencia de lo primero, que si el Tribunal Supremo condenaba estaría prevaricando y «haciendo política».
Es decir: acusaban al Tribunal Supremo de hacer lo que ellos mismos estaban haciendo con la fiscalía. Llegué a oír en la televisión pública que es Díaz Ayuso la que manda en las conciencias de los magistrados. Decían, por tanto, que los magistrados del Supremo son como García Ortiz.
TE PUEDE INTERESAR
De «golpismo judicial» a los «jueces de la horca»: la furibunda reacción contra la condena al fiscal
Alejandro Requeijo
La comunicación del fallo por cinco votos a dos llegó el 20 de noviembre, aniversario de la muerte de Franco, lo que proporcionó una excusa pueril, bobísima, para tachar de franquista al Tribunal. Los tertulianos orgánicos empezaron a repetir, como por ciencia infusa, la palabra «golpe».
No es una palabra mal elegida. Para los tiranuelos y sus lacayos, la existencia de contrapoderes es un golpe. Tanto los periódicos que han informado de las trapacerías del PSOE como los jueces que instruyen y juzgan a partir de estas revelaciones actúan, según el gobierno y su coro, como golpistas.
*Si no ves correctamente el módulo de suscripción, haz clic aquí
Cuando llaman golpista a alguien, lo que están diciendo en realidad es que no pueden imponer sobre él su voluntad. Es golpista todo lo que queda independiente de los deseos del gobierno. Y la condena del fiscal, que es una condena a los abusos de poder del sanchismo, será la excusa que necesitaban para el asalto final.
Vamos a ver en las próximas semanas movimientos muy peligrosos por parte de ese poder tan incómodo con lo que queda fuera de sus zarpas.
El caso del fiscal general es, de principio a fin, una historia de abusos de poder. A García Ortiz lo colocó el gobierno en la cúspide de la fiscalía para tener un soldado obediente a los mandos de una institución clave del Estado cuando salió del cargo Dolores Delgado, que había sido ministra de justicia.