El precio del oro encadena máximos históricos y, según expertos del mercado, China es uno de los principales actores invisibles detrás de esa escalada imparable; para algunos, el protagonista más destacado. El metal precioso se ha revalorizado más de un 40% en 2025 y alcanzó en octubre los 4.380 dólares por onza, un récord absoluto ―aunque ha retrocedido en las últimas semanas―, en un contexto de creciente apetito de los bancos centrales por reforzar sus reservas con activos considerados más seguros. Pese a tratarse de una tendencia global, diversos analistas señalan con especial insistencia a Pekín: coinciden en que el gigante asiático parece estar adquiriendo volúmenes de oro muy superiores a los que declara públicamente y que esa demanda adicional, que no figura en los registros, está actuando como uno de los factores determinantes del mayor rally del oro en décadas.

Los informes independientes dibujan un panorama muy distinto al que ofrecen los comunicados oficiales del Banco Popular de China (BPC, el banco central). El baile de números, del que se hacen eco asesores de diferentes bancos de inversión internacionales, alimenta la sospecha extendida de que una parte significativa de las compras chinas no se comunica, en una estrategia destinada a blindarse frente a riesgos geopolíticos y a reducir su dependencia de la divisa y los activos estadounidenses en un momento de creciente fragmentación internacional.

El alza en los precios es en parte el reflejo deslumbrante de un mundo bronco e incierto. Acumular oro “es una forma de tener seguridad para proteger tu moneda”, cuenta Michael Haigh, responsable global de investigación de materias primas de Société Générale, por videollamada desde Londres, una de las plazas clave del mercado de este metal.

Haigh sitúa el inicio de la estrategia china tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia, uno de los principales productores de oro del mundo. Occidente decidió congelar e inmovilizar sus activos en el exterior (entre ellos, los de oro) como castigo, y muchos Gobiernos tomaron nota. “Los países a los que no les gustaría que se adoptaran medidas contra ellos han empezado a preocuparse y quieren trasladar su oro de vuelta a donde están”, apunta. La llegada del presidente estadounidense, Donald Trump, ha acelerado el proceso. “Ha habido un deseo de alejarse de los activos estadounidenses porque también se podrían confiscar”, puntualiza.

Según ha comunicado el BPC, China ha encadenado 12 meses de compras y, al cierre de octubre, su patrimonio oficial ascendía a 2.304 toneladas de oro, equivalente al 8% de sus reservas exteriores. El gigante asiático es el sexto mayor tenedor de oro del mundo, de acuerdo con el Consejo Mundial del Oro (World Gold Council, la principal organización internacional del sector).

No obstante, Bruce Ikemizu, director de la Asociación del Mercado Mayorista de Lingotes de Japón (JBMA, por sus siglas en inglés), se incluye entre los analistas que calculan que “las reservas totales del BPC son más del doble [de las declaradas]; rondan las 5.000 toneladas”. Esa cifra catapultaría a China al segundo puesto y reduciría de forma sustancial la distancia que lo separa de Estados Unidos, que al término del tercer trimestre contaba con 8.133 toneladas.

Ikemizu explica a EL PAÍS desde Tokio que el BPC lleva meses “recortando su posición en dólares e incrementando sus compras de oro”, lo que en la práctica supone una “reorganización de su cartera de reservas” para depender menos de la divisa estadounidense.

El desfase entre las cifras oficiales y los flujos reales también se refleja en las estimaciones de Société Générale. Basándose en el contraste entre las importaciones de lingotes, la producción doméstica y las reservas oficiales, el banco francés sugiere que Pekín podría haber incorporado a sus arcas hasta 250 toneladas de oro este año, aunque solamente haya informado de 25.

Esa brecha anual encaja en una dinámica china que la entidad francesa observa desde la invasión rusa de Ucrania. Su análisis, basado en las exportaciones de oro de Reino Unido ―uno de los termómetros más fiables del movimiento físico de los lingotes―, indica que China ha añadido más de 1.080 toneladas de oro a sus arcas desde mediados de 2022. No lo ha hecho a través de compras puntuales, sino de una acumulación constante y sostenida. Según sus cálculos, Pekín adquiere una media de 33 toneladas mensuales en los periodos de actividad, un ritmo suficientemente moderado para no desestabilizar un mercado extremadamente sensible a grandes operaciones. A ese ritmo, el país necesitaría casi una década para que el oro alcanzara en torno al 20% de sus reservas internacionales, incluso si mantuviera un volumen estable de las compras.

Las cifras oficiales confirman en cualquier caso que China ha reforzado de forma sostenida sus reservas de oro desde el estallido de la guerra. El BPC retomó las compras del metal a finales de 2022 tras tres años sin movimientos: añadió 62 toneladas en noviembre y diciembre y, con ello, rebasó por primera vez el umbral de las 2.000 toneladas. La tendencia se aceleró en 2023 con la adquisición de 225 toneladas, que convirtieron a Pekín en el mayor comprador individual entre los bancos centrales. En 2024, sin embargo, el ritmo se moderó: declaró 44 toneladas (casi todas entre enero y abril, antes de una pausa que duró siete meses) y cerró el año en 2.280 toneladas, equivalentes al 5% de sus activos extranjeros.

“Lo llamativo este año es que China, pese a los precios en cotas récord, sigue declarando sus compras. Hubo periodos en los que no informó de cambios en sus reservas, pero esta vez sí, aunque sea solo una tonelada. El mensaje para la población es claro: comprar oro es una buena idea”, enfatiza por teléfono Adrian Ash, director de investigación de la plataforma BullionVault, con sede en Londres. Para él, conocer la cifra exacta de lo que los bancos centrales están comprando es “en última instancia imposible de saber”, salvo que estos lo comuniquen.

A la subida de precios también contribuye el tradicional interés entre los inversores por hallar un cobijo en tiempos volátiles. Con la rentabilidad en máximos, bullen los mercados de Shanghái, Nueva York y Londres, mientras las minas se encuentran a pleno rendimiento, y las prospecciones dan frutos. China, que es el máximo productor global de oro, con cerca del 10% global, anunció la semana pasada el descubrimiento de un yacimiento aurífero con reservas de más de 1.400 toneladas, el mayor desde 1949, según los medios estatales.

Lamentablemente, razona Ash, todo esto es el reverso oscuro de un escenario geopolítico de “miedo y desconfianza” entre países. Recuerda que Rusia, según se ha documentado, ha pagado el suministro de drones kamikaze de Irán con lingotes de oro; y viaja más atrás, a la obsesión del dictador libio, Muamar el Gadafi, por acumular toneladas: “Es un activo muy útil en tiempos de crisis civil”, dice. Por eso, cuando observa que bancos centrales de países tan diversos como India o Polonia —que compra oro de forma masiva desde 2022— están acumulando reservas, concluye que no es una buena señal para la estabilidad global.

“Estamos en un mundo multipolar”, resume el japonés Ikemizu. Si antes Estados Unidos era el país fuerte en lo militar y en lo económico, ahora numerosos Gobiernos han dejado de seguir su estela. El dólar sigue siendo la moneda más poderosa, pero se opta por otros refugios. “¿En qué vas a confiar?“, se pregunta Ikemizu. ¿En el rublo ruso? ¿En el euro o el yen japonés, que son de algún modo parte de ese mundo occidental?. “La única moneda en la que pueden confiar ahora es el oro”. No recuerda haber visto una efervescencia igual en sus 39 años en el sector.

Los analistas insisten en que no se trata de una burbuja. Haigh, de Société Générale, augura que aún romperá la barrera de los 5.000 dólares, en una escalada sostenida a largo plazo. Cree que los bancos centrales, con China en cabeza, evitarán comprar de golpe, para no sobrecalentar el mercado y disparar aún más los precios. Irán a poquitos, comprarán durante años. “Se trata de una tendencia generalizada de la gente por diversificar”, concluye Haigh. “Vivimos en un mundo diferente, ¿no?”.