Pese a que su vida fue relativamente breve, nadie puede negar que Frida Kahlo aprovechó su tiempo como nadie tanto en lo personal como en lo profesional. La biografía alrededor de la vida de esta excepcional pintora es extensísima, pero siempre lo mejor es acudir a los documentos originales para poder conocerla de primera mano, Suzanne Barbezat es la responsable de una obra excepcional que nos permite mejor a la artista porque contiene sus propias palabras, las más íntimas, las dirigidas a aquellas personas a las que amó. «Frida Kahlo. Cartas de amor», publicado por Blume, es una oportunidad única para adentrarnos en la intimidad de la artista a través de sus propias palabras, de sus sentimientos más privados.

El punto de partida de esta obra es la investigación realizada por Barbezat mientras trabajaba en una obra sobre Frida y su casa. La consulta del archivo personal de nuestra protagonista hizo que aflorara importante documentación, como una carta escrita a Diego Rivera cuando la pareja ya estaba divorciada y donde ella mostraba su pesar por la distancia, hasta el punto de asegurar que el mundo había perdido su color. A partir de aquí empezó una búsqueda por colecciones públicas y privadas, saliendo a la luz una biografía mucho más personal e intensa de Frida Kahlo y su circunstancia.

El recorrido empieza con la aparición de Alejandro Gómez Arias, el que fuera primer novio de Frida cuando ambos se conocieron en la Escuela Nacional Preparatoria de México. Si bien en la primera misiva ella usaba un tono formal, en las siguientes es evidente el afecto que siente hacia él. Alejandro estaba con Frida cuando sufrieron un accidente: el autobús en el que viajaban fue arrasado por un tranvía. Las heridas que sufrió Frida le cambiaron la vida y, durante un tiempo, tuvo que permanecer encamada. Escribir cartas a Alejandro fue su salvavidas, como demuestra esta del 10 de agosto de 1923: «Recibí tu cartita a las siete de la noche de ayer cuando menos esperaba que alguien se acordara de mí, y menos que nadie Don Alejandro, pero por fortuna estaba equivocada. No sabes cómo me encantó que me tuvieras la confianza de una verdadera amiga y que me hablaras como nunca me habías hablado, pues aunque me dices con una poca de ironía que soy tan superior y estoy tan lejos de ti, yo de esos renglones tomo el fondo y no lo que otras tomarían…»

Frida no era tímida con Alejandro y se presentaba en las cartas como Friducha o chamaca. En diciembre de 1924, la relación ya era especial, como podemos leer a continuación en este fragmento: «Desde que te vi te amé. ¿Qué dice usted? Como probablemente van a ser varios los días que no nos vamos a ver, te voy a suplicar que no te vayas a olvidar de tu mujercita linda, ¿eh?…»

La que mantuvo con Diego Rivera fue una relación que con el paso del tiempo se ha convertido en mítica, aunque no estuvo exenta de todo tipo de problemas. La pareja se casó en 1929, compartiendo pinceles y compromiso político, pero las cosas no salieron bien. Diego le fue infiel con su hermana pequeña, Cristina, lo que destrozó a Frida que se marchó de casa. Se divorciaron, pero volvieron a casarse. Él permaneció a su lado hasta el final. ¿Cómo eran las cartas que se enviaban? Veamos una de junio de 1940, meses antes del segundo enlace. Escribía Frida que «Cada cosa tuya me hace pensar en ti y sufro horrorosamente, sobre todo las cosas que tú más quieres, el tresor, la máscara de trompuda, y muchas otras, pero ahora no hay más que hacerme fuerte. Estoy contenta de haber podido ayudarte hasta donde me alcanzaron las fuerzas, aunque ¡no tuve el honor de haber hecho tanto por ti como la señorita Irene Bohus y la señora Goddard! Según tus declaraciones a la prensa ellas fueron las heroínas y las únicas merecedoras de todo tu agradecimiento. No pienses que te lo digo por celos personales ni de gloria». En la misma misiva, hacia el final, incluía un ruego, casi una súplica a Diego Rivera al afirmar que «lo único que te pido es que no me engañes en nada, ya no hay razón, escríbeme cada vez que puedas, procura no trabajar demasiado ahora que comiences el fresco, cuídate muchísimo tus ojitos, no vivas solito para que haya alguien que te cuide, hagas lo que hagas, pase lo que pase, siempre te adorará tu Frida».

El pintor catalán Josep Bartolí mantuvo una intensa relación con Frida Kahlo, como demuestra el epistolario que mantuvieron y que el artista conservó hasta su muerte en 1995. Bartolí luchó junto a la República durante la Guerra Civil y al acabar esta, una vez en suelo francés, acabó en un campo de internamiento como miles de refugiados. Frida estuvo enamorada de Bartolí, como podemos leer en esta carta de agosto de 1946: «Bartolí, anoche sentí como si muchas alas me acariciaran toda, como si en la yema de tus dedos hubiera bocas que me besaran la piel. Los átomos de mi cuerpo son los tuyos y vibran juntos para querernos. Quiero vivir y ser fuerte para amarte con toda la ternura que tú mereces, para entregarte todo lo que de bueno haya en mí, y que sientas que no estás solo. Cerca o lejos, quiero que te sientas acompañado de mí, que vivas intensamente conmigo, pero sin que mi amor te estorbe para nada en tu trabajo ni en tus planes, que forme yo parte tan íntima en tu vida, que yo sea tú mismo, que si te cuido, nunca será exigiéndote nada, sino dejándote vivir libre, porque en todas tus acciones estará mi aprobación completa. Te quiero como eres, me enamora tu voz, todo lo que dices, lo que haces, lo que proyectas. Siento que te quise siempre, desde que naciste, y antes, cuando te concibieron. Y a veces siento que me naciste a mí».

Diego Rivera aireó algunas de las aventuras que tuvo Frida con mujeres, mientas que se mostraba celoso cuando eran con otros hombres. Entre las que hizo públicas, aunque cabría hablar de flirteo, está la que habría mantenido con la pintora estadounidense Georgia O’Keeffe. Frida tenía veinte años menos que ella, pero contaban con muchos puntos en común: las dos vivían matrimonios complejos con maridos mayores que tenían protagonismo en el muy machista mundo del arte en el que ellas trataban de hacerse un hueco. Cuando Frida Kahlo se enteró que su amiga había sido ingresada en un hospital por culpa de sus problemas mentales. La mexicana, en un perfecto inglés, le envío una carta en la que le aseguró que «me gustaría contarte todo lo que me ha pasado desde la última vez que nos vimos, pero casi todo es triste y ahora mismo no necesitas saber cosas tristes. Después de todo, no debería quejarme porque he sido muy feliz en muchos aspectos. (…) Pensé mucho en ti y nunca olvido tus maravillosas manos y el color de tus ojos. Te veré luego».

Todo este material es imprescindible para conocer mejor a Frida Kahlo, para saber por qué era una pintora que necesitaba amar y ser amada.