De tienda de vestidos de novia a centro cultural feminista. Que el coqueto edificio de la bilbaína calle Askao 9 haya pasado desde hace dos … años de ser Novias Mary & Laura Batán a La Sinsorga posee un indudable simbolismo. Hoy no se pueden comprar modelitos para casarse de blanco, sino asistir a una presentación de libros, apuntarse a talleres «para no hablar como un machirulo», aprender mecánica y electricidad, degustar una lasaña o hacer una ruta para conocer por qué las trabajadoras sexuales de la ciudad se pusieron en huelga en 1977.
Sus artífices, las periodistas Andrea Momoitio e Irantzu Varela, supieron pronto cómo bautizar el proyecto. Era fácil que las tacharan de sinsorgas (insustanciales, de poca formalidad) cuando decían que habían alquilado un centenario edificio de cuatro plantas en el Casco Viejo. Las obras de reforma iban a durar unos pocos meses, pero se extendieron durante año y medio. El proceso ha quedado plasmado en un documental presentado en Zinebi y que además llega a las salas este viernes.
‘Llámame Sinsorga’ captura la lenta transformación del local, una pesadilla que todo aquel que haya afrontado obras en su casa conoce. Pero es que, además, Momoitio y Varela decidieron que todas las trabajadoras de diferentes gremios que intervinieran tendrían que ser mujeres, un propósito que fue imposible de cumplir. Las directoras Marta Gómez y Paula Iglesias alternan las conversaciones de las dos periodistas, que afrontan con humor los desánimos y dificultades, con interludios musicales del grupo de Aranzazu Calleja Ez Amour Ezta Toujours e imágenes de una maqueta de la tienda, como si fuera una casita de muñecas desarmándose.

La productora Sara Blanco, Andrea Momoitio, fundadora de La Sinsorga, y las directoras Paula Iglesias y Marta Gómez.
Jordi Alemany

«La película tenía que tener un poco de azúcar y un poco de sal. Mezclar el drama y los obstáculos con el humor y el carisma de las protagonistas», apunta Marta Gómez. Al igual que la reforma, el documental también se propuso emplear exclusivamente mano de obra femenina. Y tampoco fue posible. «La premisa de la película era: ¿se puede hacer una obra solo con mujeres? No. Lejos de hacer espóilers, lo importante es por qué no se puede y que eso provoque un debate en otros sectores diferentes al cinematográfico y al de la construcción», explica la directora.
‘Llámame Sinsorga’ se construyó, al igual que el local, dejándose llevar muchas veces por el azar y la improvisación. Un día llegaban los azulejos equivocados y no se podía rodar, otro las medidas antiincendios retrasaban los avances. A veces, los operarios hombres trataban con condescendencia a la arquitecta y a las ideólogas del proyecto. Si había que picar un trocito de mármol se lo cargaban entero, si utilizaban una plataforma elevadora dañaban una valiosa lámpara heredada de los antiguos propietarios. El filme contempla con respeto y se interesa por las operarias que acometieron el grueso de la obra, que en la vida real no trabajan haciendo chapuzas, sino montando exposiciones en el Guggenheim y construyendo decorados cinematográficos.

Yulia en plena faena en La Sinsorga.

«La idea de hacer la obra solo con mujeres surge porque una buena amiga mía, Paz Carbajosa, es mecánica y ha vivido un infierno. No encontraba talleres dónde hacer prácticas y los clientes desconfían de una mujer mecánica», lamenta Andrea Momoitio. «La mayoría de mujeres que encontramos y que trabajaron en la construcción nos dijeron que ya lo habían dejado. Su carrera profesional había sido muy complicada y en cuanto tuvieron oportunidad se dedicaron a otra cosa».
Así, una fontanera cuenta en el documental cómo un cliente cerró la puerta de la casa y le espetó: «No te dejo salir hasta que tomes un cafecito connmigo». De ‘Llámame Sinsorga’ también se desprende el choque cultural con unos oficios que empiezan a ser poco habituales. «Me sorprende que se viva la fontanería como algo vocacional, en mi cabeza tiene que ver con otro tipo de profesiones», reconoce Momoitio. «En la generación de mis aitas había mucha gente dedicada a estos empleos pero en la mía ya no. Y es curioso, porque es un ámbito con mucho trabajo. En redes veo ‘reels’ de mujeres haciendo apaños, pero es para dejar su hogar más bonito».

Irantzu Varela y Andrea Momoitio en La Sinsorga.
Maite Bartolomé

– ¿Y ahora que La Sinsorga lleva dos años funcionando?
– Hasta hace poco creía que la película se iba a estrenar antes que el local. El nivel de endeudamiento que tuvimos que asumir provoca que haya habido meses en que pensé en cerrar. Por suerte, cada vez va mejor. Hacía falta un espacio así, no porque no hubiera sitios para promover la cultura y el pensamiento feminista, sino porque es un lugar donde pasan muchas cosas a la vez, las barras de bar quitan mucho las vergüenzas. El riesgo de que el espacio desaparezca es real porque el alquiler es caro y hay que pagar muchos sueldos. Si desaparece, al menos quedará la película.