Al cangués David González Palomares no se le pone nada por delante. Si acaso, el frío. Si en julio coronó la mítica cima del Tourmalet, habitual del Tour de Francia, el pasado fin de semana recreó la denominada «pequeña Vuelta Ciclista a Asturias», disputada hace cien años y que supuso la primera edición oficiosa de esta competición, que arrancaría ya de forma oficial en 1926. Y todo ello, lo de julio y lo de ahora, con material y atuendo centenario: una bicicleta de 20 kilos de peso, con llantas de madera y frenos de corcho, con maillot y culot de lana, gorra, chichonera, guantes y gafas de época.
Su primera intención fue completar el mismo recorrido que protagonizaron en 1925 los corredores: 231 kilómetros, pero en dos etapas, con un itinerario que partía de Gijón, pasaba por localidades como Pola de Siero, Infiesto, Villaviciosa, Colunga y Oviedo, y volvía a Gijón. A la vista de la distancia, las duras condiciones climatológicas que se aventuraban y el material con el que debía avanzar, había decidido dividir el trayecto en dos días, sábado y domingo, aunque los corredores de la «pequeña Vuelta a Asturias» lo hicieron en una única jornada, mañana y tarde, el 22 de noviembre de 1925.
Pero el frío pudo con este cangués, historiador de 27 años, que está a punto de defender su tesis doctoral y que es un apasionado del recreacionismo histórico. Soportó temperaturas de hasta 2 grados: «El frío que papé fue tremendo». Así que ha dejado la segunda etapa para más adelante. Su bicicleta, que adquirió en Italia, es de los años treinta del siglo pasado, pero las diferencias con las que montaban los corredores de la «pequeña Vuelta a Asturias» son mínimas: «Casi la principal diferencia es la forma del manillar, la estética, pero al final eran bicicletas de acero iguales: el cambio era igual, las velocidades eran iguales, los frenos, o sea, la tecnología era prácticamente la misma».
Maillot tricolor
La mayor diferencia con su escalada al Tourmalet en julio fue la ropa. Entonces llevó el maillot de la selección española, la tricolor republicana. Para esta nueva aventura busco los atuendos que portaron los corredores hace cien años. Se decidió por uno de lana, que le pareció «muy interesante, porque de aquella época, los años veinte, había una moda que no había probado: un cuello alto y la abertura son unas líneas de botones en el hombro».
Claro que el frío fue tal que tuvo que pedalear «con cinco capas de ropa», y en algunas bajadas incluso con chubasquero por encima. Llevaba zapatos ciclistas, «con furaquinos, por lo que tuve que poner dos pares de calcetines. Eso fue lo que más me mató; tuve que parar dos veces a quitarme los zapatos y frotar los pies para calentarlos». El frío también desanimó a varios amigos que iban a acompañarlo en la aventura. «Viendo el mal tiempo se echaron atrás». De tal manera que pedaleó con la única compañía de su padre, que lo seguía con una furgoneta. Igual que en el Tourmalet, llevó el número 22, que hace un siglo portó un asturiano de Langreo, Nespral.
¿De dónde le viene su doble afición al recreacionismo y a la bicicleta? «El ciclismo siempre gustó mucho en casa. A mi padre le gustaba y verlo, aunque no lo practicaba. Yo empecé a correr con 15 años. En cuanto a la recreación, siempre me gusto mucho la historia, como a mi padre. Después, con 18 años, antes de empezar la carrera de Historia, me enteré de que hacían la recreación de Candamo, fui, y con el tiempo acabé siendo el máximo organizador, aunque ahora dejé la junta directiva».
El origen de la afición
Por otro lado, su investigación para un capítulo de un libro sobre la prensa deportiva asturiana (centrado en el ciclismo de 1914 a 1936) le llevó a profundizar en estas carreras históricas y, finalmente, a decidirse a comprar una bicicleta de la época y a vivir la experiencia en primera persona.
El caso es que la recreación y los hobbies empezaron a ir de la mano. «Yo hacía principalmente ciclismo y montaña, escalada y alpinismo… Siempre me gustó la historia de esos deportes, así que empecé a comprar material de montaña antiguo y a hacer montañismo de los años treinta, y con el ciclismo, lo mismo».
David González Palomares, que aunque es cangués de corazón vive a caballo entre Oviedo y un pueblo del concejo de Parres, Deu, situado muy cerca de Cangas de Onís (al otro lado del río Sella), asegura que hace todas estas cosas «por locura, porque me presta». No parará.
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