La intervención arquitectónica ganadora de la convocatoria pública que ha hecho el Gobierno del Valle de los Caídos, tiene como objetivo restar grandeza a la construcción franquista, aunque se queda a medias respecto a la forma de hacerlo
El mausoleo más polémico de nuestro país será por fin “resignificado”, que es la palabra elegida por el gobierno actual para describir el gesto arquitectónico con el que se borrará la ignominia megalómana de un dictador. El nuevo diseño arquitectónico tiene bastantes puntos a favor, pero también algunos en contra. Lo primero que se hizo fue sacar a Francisco Franco y a Jose Antonio Primo de Rivera de esta inmensa gruta excavada en la roca granítica de Guadarrama. Lo segundo, buscar adecuar el presente a una nueva forma de mirar el pasado; reescribir la historia para que el pensamiento futuro se alinee con la Ley de Memoria Democrática, decretada en la anterior legislatura (2022).
Para ello, el Valle de los Caídos ha pasado a denominarse Memorial de Cuelgamuros, nombre original del valle cercano a El Escorial. El proyecto ganador, titulado La base y la cruz, da algunas pistas sobre cuáles son los ejes de esta renovación, aunque señala la principal limitación: la cruz de 152,4 metros, que es la más grande del mundo y visible desde casi cualquier paraje de la sierra madrileña. A nivel arquitectónico, resulta un gigantesco artificio que contamina visualmente el paisaje de manera brutal y resta presencia a la bellísima naturaleza del valle, que podría ser restituida con su desaparición. Pero esto no se contemplaba en las bases del concurso.
Entre las condiciones del Ministerio de Vivienda que se encargó de la convocatoria, a las órdenes de Iraquí Carnicero y con David Chipperfield en el jurado, estaba la necesidad de romper el eje vertical del proyecto arquitectónico anterior y restar importancia a la cruz. Como buena construcción fascista, la grandeza del lugar pasaba por el acceso mediante una serie de escalinatas que elevaban al visitante hacia el gran tótem. En lugar de eliminar el símbolo religioso –que también lo era de poder político– el Gobierno ha decidido mitigar la importancia del mismo desde el principio. Una solución intermedia que el estudio ganador Pereda-Pérez Arquitectos, realizará cegando al visitante.
La gran explanada frontal de la basílica, con sus plataformas y escalinatas sucesivas, será cubierta por una inmensa techumbre. En los espacios cubiertos resultantes se llevarán a cabo iniciativas educativas y expositivas que sirvan para explicar el pasado franquista. En el proyecto ganador se incluyen incluso una serie de temáticas expositivas –España Enfrentada, Cómo se hizo o Memoria Histórica y Democrática– que probablemente sean sólo ejemplos orientativos. En cuanto a los materiales elegidos, para las nuevas construcciones se usará el granito que resulte de aquellas zonas que sean eliminadas.
El elemento más interesante de esta remodelación es un gran círculo que se sitúa en la zona de acceso principal de la basílica. Una apertura al cielo al final del recorrido expositivo que se juega con las columnatas semicirculares de la superficie y en cuyo centro debería aparecer la cruz de manera impresionante. Sin embargo, en el suelo se colocará una obra de arte monumental, por lo que el espectador no podrá acceder al espacio y tener una perspectiva magnífica de la cruz, que aparecería enmarcada en el círculo.
La polémica, cuando se presentó el proyecto –que tiene un premio de 65.000 euros y la adjudicación del contrato–, surgió de la ausencia de los elementos esculturales de Juan de Ávalos en la maqueta presentada. Sin embargo, las obras del arquitecto y artista seguirán presentes en el complejo. Como decimos, la resignificación, aunque masiva por su escala y voluntad de anular la grandeza del monumento, es bastante limitada en cuanto a la destrucción de elementos preexistentes.
Aunque la idea inicial del proyecto era honrar con esta obra a los “mártires” y “caídos de la santa cruzada” del bando Nacional, con los años –se tardó casi 20 en terminar, en lugar de los 5 iniciales, por la dificultad de la construcción y la falta de recursos económicos–, el régimen decidió que todas las víctimas de la guerra, indistintamente del lado por el que lucharon, fueran honradas allí. Esta es una de las fricciones más importantes con las que se encuentra el actual mausoleo, ya que muchos familiares de fallecidos en el bando del Frente Popular exigen la extracción de sus restos. Desde hace varios años se desarrollan labores de análisis en el osario para determinar la identidad de los cuerpos allí depositados.
Cuelgamuros tiene otros puntos de conflicto. El complejo arquitectónico, que pertenece a Patrimonio Nacional y donde ejercen los monjes benedictinos su labor espiritual –quienes, por cierto, se niegan a abandonar la abadía–, ha sido objeto de polémicas sobre su conservación y renovación, planteándose incluso la demolición total. Los marginales partidarios de dejar las cosas como están exigen a la Comunidad de Madrid una protección patrimonial para que el enclave no pueda ser modificado. La Puerta del Sol, por su parte, siempre ha declarado que no podría hacerlo aunque quisiera, ya que no es competente, aunque sí ha otorgado protección a uno de sus edificios –la escolanía– como BIC.
Para quienes tengan curiosidad por la historia del Valle de Cuelgamuros, el programa de debate de RTVE La Clave, dirigida por José Luis Balbín, dedicó en 1983 un episodio a este monumento. En él participaron desde la subdirectora de la sección femenina del franquismo hasta un represaliado del régimen, un falangista que fue procurador en las Cortes de Fanco y también Gregorio Peces-Barba del Brío. Este último, padre del otro Gregorio Peces-Barba y que fue preso político en Cuelgamuros –el franquismo conmutaba penas de cárcel por participar en la construcción del mausoleo–, mantuvo una postura muy interesante en la emisión.
Entre muchas cosas muy interesantes, dejó dicho que estar al aire libre en la sierra, donde podía incluso recibir la visita de su familia, era mejor que pasar la pena en una celda oscura. También hizo una declaración que puede ser pertinente rescatar: “Yo no soy partidario de destruir jamás un monumento. Jamás. Un monumento es un testimonio de la historia y los testimonios de la historia deben quedar ahí siempre. Este monumento puede ser el que efectivamente nos haya servido a los vencidos, que no tenemos ningún espíritu revanchista ni lo hemos tenido nunca, para educar a las generaciones futuras y decirles que no vuelvan jamás a entrar en una nueva guerra civil. Que no vuelva a haber una guerra civil entre los españoles”.