Una noche de 1905, en el estudio de Picasso en la calle Beateau-Lavoir, en el barrio de Montmatre, en París, se reunieron un grupo de artistas, bohemios y personajes de la escena cultural. Las conversaciones eran animadas y la fiesta se fue caldeando … poco a poco. Allí estaba el propio Picasso, Apollinaire, Manolo Hugué, Frank Burty Haviland o Alfred Jarry, padre de Ubú Rey, entre otros. En un momento de la velada, y tras una discusión con Manolo, Jarry sacó su revolver que cargaba siempre consigo y en señal de rebelión empezó a disparar al techo. Mezcla entre protesta, gesto teatral, provocación y humor negro, Apollinaire tuvo que quitarle el revolver antes de que hiciese daño a alguien y se lo entregó a Picasso, que lo guardó como una de sus posesiones más preciadas. Se dice que ese fue el día que el relevo de las vanguardias se produjo. El siglo XIX que Jarry había ayudado a destruir había acabado y empezaba realmente el siglo XX, con Picasso como gran gurú.
Nadie sabe qué hay de verdad en esta historia, pero ilustra a la perfección el papel de Alfred Jarry en la historia del arte y las primeras vanguardias, así como su influencia en todas las nuevas ideas estéticas que marcaron el nuevo siglo. Todo esto y más es lo que recoge la exposición ‘Ubú pintor: Alfred Jarry y las artes’, que el Museo Picasso acoge hasta el próximo 5 de abril. En total, 496 obras para ilustrar el camino de Jarry y su inmortal Ubú en el arte del siglo XX, con obras de Gaugin, Toulouse-Lautrec, Pablo Picasso, Joan Miró, Marcel Duchamp, Antonin Artaud, Georg Rouault, etc. «Ahora hablamos de ubuesco, como decimos kafkiano, sádico o dantesco. El Ubú, con su delirante y grotesca persona, atraviesa todo el siglo XX y nos llega hasta ahora. En realidad, es de más actualidad que nunca, ya que su burla a la figura del dictador parece que escenifique cómo nadie la manera en que la realidad copia a veces el arte», asegura Emmanuel Guigon, responsable del Museo Picasso.
El famoso Ubú, que nació como una caricatura que realizó el propio Jarry a los quince años a su profesor de física, quería significar el choque de cualquier autoridad, academicismo o doctrina contra la imaginación pura y la libertad de un niño. Jarry, apasionado de la cultura popular, de los artistas marginados fuera de las líneas oficiales y el canon, y de cierto primitivismo salvaje, encontró en este Rey desmesurado y dictador absurdo su venganza contra todo lo cerrado, estricto y moral de la sociedad burguesa de la época. «El creía en la unión de elementos disonantes, del monstruo, de la revolución, de pintar lo que realmente es, sin leyes físicas o imperativos científicos y Ubú es el vehículo donde mover todas sus ideas y presentarlas a los demás», asegura María González, asociada del comité científico que ha programado la exposición.
La exposición sigue un cierto orden cronológico, empezando con los inicios de Jarry como crítico de arte hasta la aparición en 1896 de Ubú en el teatro, después en espectáculos de marionetas, para acabar en su omnipresencia en la cultura popular, lo que incluye su influencia en monstruos como los Beatles. Para ello utilizan documentos, como manuscritos originales del propio Jarry, donde muestra una letra ordenada y cadenciosa, con cierto ritmo interno, hasta títeres originales de Pierre Bonnard creados para las primeras representaciones del Ubú. Además, la muestra incluye decorados, telas, cuadros, dibujos, estudios preparatorios y todo tipo de litografías, posters originales o películas inspiradas en el personaje.
Alfred Jarry es uno de los creadores más fascinantes del cambio de siglo. Inventor de la patafísica, la ciencia de las soluciones imaginadas, vivía por y para sus ideas. Excéntrico por convicción, le encantaba la bicicleta y siempre iba con su uniforme ciclista incluso en cenas o actos sociales. Otras veces, sin embargo, se transvestía o iba disfrazado de Ubú, su ominiosa creación, siempre con su pistola a cuestas, haciendo que todos a su alrededor respetasen su gestualidad y viviesen acorde a sus excesos de teatralidad. En la exposición quedan claras estas ‘manías’, así como sus gustos estéticos y su entusiasmo por artistas vilipendiados por la crítica, como Charles Filiger, creador de obras a medio camino entre estampas medievales, creaciones místicas y dibujos infantiles.
El lado más salvaje de la revolución antiburguesa
Entre los hitos de la muestra destaca el cuadro ‘Ubú Imperator’, de Max Ernst, cedido por el Centro Pompidou, donde se ve el gusto de los surrealistas por el personaje. También destaca ‘Madeleine al bosc d’amour’, de Emile Bernard, cortesía del Musée d’Orsay, junto con ‘El compositor Claude Terrasse y sus dos hijos’, de Pierre Bonnard, gran amigo y colaborador de Jarry. El propio Terrasse compuso la música de las primeras representaciones de las obras de Jarry y se pueden escuchar durante el recorrido de la muestra. Por último, destacar el óleo ‘El gran Ubú’, de Le Corbusier, o la construcción fotográfica ‘Portait d’Ubú’, de Dora Maar.
Picasso conoció la obra de Jarry en 1901 y quedó fascinado por su vitalidad y fuerza arrolladora de toda lógica fuera de la infantil. En su colección, además del revolver mítico, poseía múltiples ediciones originales de la obra completa del autor, así como manuscritos de Jarry. La exposición incluso muestra un dibujo inédito de Picasso de 1942 inspirado en Ubú. Es un dibujo realizado en lápiz de cera y tiza sobre papel con las formas triangulares míticas del personaje. «Yo lo descubrí a través del rock n’roll. En 1960 nos reuníamos en unas bodegas el domingo por la tarde para bailar y allí conocí a un chico solitario, muy extraño, que me regaló el ‘Todo Ubú’ y quedé perpleja. Lo traduje y monté para mis clases de teatro», cuenta la fotógrafa Pilar Aymerich, la primera persona que tradujo la obra de Jarry en España en 1964.
La exposición se cierra con la obra de Miró, gran admirador del Ubú, que estuvo trabajando poco antes de morir en una nueva adaptación de las piezas de Jarry para inaugurar su Fundación en Barcelona. «¡Me gustaría morir diciendo merdre!», dijo. Al final, consiguió estrenar en Mallorca con la compañía de títeres La Cleca, una adaptación con decorados y vestidos diseñados por Miró. Antes ya había ilustrado en los sesenta tres volúmenes de textos inspirados en el personaje, así como una línea escultórica. «Para Miró, como para tantos otros, fue un símbolo tanto estético como revolucionario», concluye Guigon.