Siempre hay un propósito de fusión en el modo de afrontar Isaki Lacuesta el género documental, que aquí firma esta película junto a la también documentalista Elena Molina. Por lo general, su trabajo en el documental lo vincula a la música, al … arte, al cine, a lo étnico, a la propia ficción…, pero siempre buscándole un apellido al mero nombre propio del género. Y ‘Flores para Antonio’ es un documental que podría apellidarse elegíaco, reverencial, afectivo o, en cierto modo, sacramental, purificador.
Se trata, sí, de una película de Elena Molina e Isaki Lacuesta, pero se trata aún más de una película de Alba Flores, actriz, cantante que se prohibió cantar y la hija de Antonio Flores, que murió cuando ella tenía ocho años y busca ella ahora, treinta años después, ese lingotazo catártico de conocer, entender y compadecer la propia historia de su familia de ‘faraones’. El resultado, a película vista, es un muy emocionante conjuro que nos permite la entrada a un territorio muy profundo del sentimiento y de la necesidad de taponar un vacío inmenso como un abismo. Lo confiesa ella apenas empezada la película: «Era una niña y estaba un poco enfadada con él cuando se murió».
El apellido Flores, en cierto modo, un universo en nuestro lugar y en nuestro último siglo, despliega su memoria y su álbum familiar ante la cámara de Lacuesta y Molina, y es Alba, última o penúltima remesa de Flores, la que traza un camino emocional y sensible al recorrido de esta sentida historia, que admite dos aspiraciones: un concierto homenaje a Antonio que prepara su viuda, Ana Villa, y en el que tendría que esforzarse en cantar ella, Alba, la que dejó de cantar, y la segunda aspiración es convertirse en película, algo que vemos sobre la marcha.
Entrar en el universo Flores significa darse de bruces con aquella descripción que de Lola Flores hizo José María Pemán, ‘un torbellino de colores’, un colmo de potencia, arte y talento a cuyo alrededor bailaba el mundo; pero también significa entrar a una especie de santuario familiar en el que todos sus miembros tienen en sus genes, en su expediente de vida, una cuenta pendiente con la eternidad: no se es un Flores sin llevar tatuada la simiente de los faraones.
Luz y oscuridad
Alba pilota esta nave, pero sus tías, Lolita y Rosario, le mueven la mano al timón y le cuentan, le descubren y le muestran (es decir, nos lo hacen a todos) el camino maravilloso y tortuoso de la familia, de los grandes momentos y también de la oscuridad absoluta que han atravesado. Hay mucho material de archivo privado, fotografías y película Súper 8 familiar, y hay sobre todo mucho material sensible que sitúa y engrandece la figura de Antonio, el hijo predilecto, el purísimo poeta, el artista autodestructivo y el niño huérfano que no aguantó ni dos semanas con su madre muerta.
Aunque está llena de tristezas y melancolías, no es una película triste ni lo hubiera consentido el espíritu alegre y en perpetuo revuelo de los Flores incluso ante los golpes de la fatalidad, impreso siempre en el rostro de ellas, Lolita o Rosario, con esa afligida alegría tan cercana a lo lloroso como a lo jocoso. La conducción de la historia, enfocada a la misteriosa grandeza de Antonio, su genio y su demonio, y a la catarsis de su hija Alba, ‘la flor que siempre quise en mi jardín’, a su búsqueda y su encuentro, obtiene sus frutos de inmediato: se sigue con un gran interés, con una curiosidad que se transforma en fervor y con la continua digestión de ese nudo en la garganta al trabajar o presentar las imágenes solo con materiales nobles. Hay momentos, y en alguno de ellos sale al canto la voz educada (por Silvia Pérez Cruz) de Alba, que impresionan, y hay otros en los que lo cotidiano de la vida de padres, hijos, abuelos…, aparece en la pantalla con un pellizco de nostalgia, que viene a ser una melancolía alegre y placentera.
Y el modo en que se hace sentir ‘Flores para Antonio’, tan sumergida en la emoción y la delicadeza, es una auténtica sorpresa para los modos con los que habitualmente envasa su cine Isaki Lacuesta, siempre algo reacio a dejarse ‘envenenar’ por sentimientos que podrían parecer convencionales. Aunque lo cierto es que el término convencional no existe en el universo de los Flores, pues lo amplifican de una verdad, de una legitimidad, que lo convierten en extraordinario.