El «partido de Dios» – traducción del árabe de Hizbulá – ha sido durante más de cuarenta años un pilar, represor para algunos, protector para otros, del frágil equilibrio del Líbano, un país donde conviven 18 comunidades etno-religiosas – musulmanes chiíes (32%), suníes (31%), cristianos (31%) o drusos (5%) – en un territorio similar al tamaño de la Región de Murcia.
Bastión de la población chií, asentada principalmente en el sur y este del país, áreas ocupadas y atacadas durante años por Israel, Hizbulá encontró en esa zona empobrecida el caldo de cultivo perfecto para fortalecerse desde su nacimiento en la década de los 80. Así, respondía a los desmanes territoriales de su vecino sionista y a la debilidad estructural del Estado postcolonial que la vio nacer – la independencia de Francia llegó en 1943 – , que no tenía las capacidades militares para hacer frente a su problemático vecino del sur, el cual penetró en su territorio en 1978, en 2000, en 2006 y en 2024.
«Israel nunca ha dejado de atacar el Líbano», dice a RTVE.es Rosa Meneses, periodista y actual subdirectora del Centro de Estudios Árabes Contemporáneos (CEARC), con sede en Madrid. «Mientras continúe haciéndolo, le dará a Hizbulá una excusa para que siga existiendo como milicia contra esa ocupación y mientras no exista un Estado fuerte con un Ejército con suficientes capacidades, el que campa a sus anchas es Israel», añade.
Así, tres décadas después de su fundación, el partido-milicia sigue siendo un actor central en la política, la seguridad y la economía informal del Líbano, el país donde los partidos políticos representan a las minorías religiosas que, a su vez, se dividen las instituciones del Estado (el presidente de Líbano debe ser maronita, el primer ministro, suní, y el presidente del Parlamento, chií).
La ofensiva sobre Gaza, detonante del último conflicto
Un engranaje sectario y políticamente complejo donde Hizbulá, que tradicionalmente se ha erigido como «único defensor de la soberanía libanesa», ha ostentado su cuota de poder, hoy en peligro tras el último conflicto armado con el Ejército hebreo en noviembre de 2024. El detonante: la ofensiva israelí sobre Gaza tras los ataques de Hamás del 7 de octubre de 2023.
Intercambio de ataques entre Israel e Hizbulá en plenas conversaciones de paz
Un día después, Hizbulá lanzaba cohetes y artillería contra posiciones israelíes a lo que el Ejército de Tel Aviv respondió con ataques aéreos, artillería y drones no solo contra posiciones de la milicia en el Líbano, sino también en Siria. Así, el conflicto se prolongó durante meses dejando 4.047 muertos en Líbano a finales de 2024, según datos del Ministerio de Salud de ese país, y 126 en el lado israelí, de acuerdo a un recuento de la agencia Reuters.
Finalmente, el acuerdo de alto el fuego llegó el 27 de noviembre de 2024, auspiciado por Estados Unidos y Francia: los combatientes de Hizbulá se retirarían al norte del río Litani – frontera natural utilizada en acuerdos de retirada previos – el ejército libanés se haría responsable del sur y el israelí se retiraría paulatinamente de ese territorio.
Sin embargo, a día de hoy, las tropas de Israel continúan en el sur de Líbano. Es más, han atacado cientos de veces lo que, aseguran, son posiciones de Hizbulá, lo que ha sido desmentido recientemente por el ejército de Beirut, responsable durante meses de «limpiar» la zona de dichos efectivos. «Es lo que dice Israel, pero lo cierto es que sigue ocupando esa zona y quiere consolidarla a modo de tapón, como está haciendo en Gaza. De hecho, al sur del río Litani está construyendo ilegalmente un muro para consolidar el control», explica Rosas Meneses.
Por su parte, desde la Fuerza Provisional de las Naciones Unidas en el Líbano (FPNUL), que verá extendido su mandato por un último año, aseguraron que los ataques aéreos israelíes constituyen claras violaciones de la resolución 1701 del Consejo de Seguridad, adoptada en 2006 con el objetivo de mantener la paz en la frontera entre Líbano e Israel. «Instamos a Israel a que cese de inmediato estos ataques y todas las violaciones de la resolución 1701. Asimismo, instamos a los actores libaneses a que se abstengan de cualquier respuesta que pueda agravar aún más la situación», apuntaron fuentes de la FPNUL en un comunicado.
El golpe más duro y, ¿definitivo?
«Se ha cumplido un año de el alto el fuego y las señales, que al principio eran buenas, ahora no lo son tanto», comenta Meneses. La investigadora se refiere a los últimos ataques israelíes selectivos, incluido el reciente asesinato del número dos del brazo armado de Hizbulá, Haizam Ali Tabatabai, mientras se encontraba en su residencia en Beirut.
«Israel no solo está aumentando sus ataques, sino que la otra señal de alarma es que el proceso de desarme de la milicia, que el Ejército libanés había presentado al Gobierno en septiembre, parece estar derrapando», apunta la subdirectora de CEARC. «Primero, por la negativa de Hizbulá a desarmarse, pero también por la propia escalada de Israel, que le da alas para mantenerse en su posición», apostilla.
Sin embargo, los últimos 14 meses de campaña castrense, incluidas exitosas operaciones de los servicios de inteligencia hebreos como la de los explosivos en buscas y ‘walkie-talkies’ utilizados por miembros y simpatizantes de Hizbulá – que dejó al menos 42 muertos y cerca de 3000 heridos – el asesinato de muchos de sus comandantes clave o la infiltración en sus sistemas de comunicación, han debilitado la capacidad de mando del grupo armado libanés.
Así, Israel ha logrado lo que años de presión internacional no consiguieron: golpear de manera sostenida la estructura operativa de Hizbulá. Aunque la organización mantiene un arsenal considerable —misiles de corto y medio alcance, unidades bien entrenadas, infraestructura subterránea—, su margen de maniobra se ha reducido dramáticamente. La descentralización de sus fuerzas y efectivos, antes una fortaleza, se ha convertido en un obstáculo: células que operan sin suficiente coordinación y mandos intermedios sobrecargados.
Funeral de los líderes asesinados de Hizbulá, Hasán Nasrala y Hashem Safieddine, en el Estadio Deportivo Camille Chamoun ANWAR AMRO / AFP
Un efecto visible de esta presión es la pérdida de control sobre zonas sensibles. El aeropuerto de Beirut, donde durante años su presencia era tácita pero difusa, ya no funciona bajo su supervisión. Las fuerzas de seguridad estatales y actores internacionales han incrementado su monitoreo, lo que simboliza un retroceso del dominio informal de la milicia.
Sin embargo, estos cambios se inscriben en un contexto mucho más amplio, que combina un desgaste militar, un declive económico y un profundo hartazgo social.
Desafección creciente y crisis internas
La crisis económica iniciada en 2019 —una de las diez peores del mundo en más de un siglo, según organismos internacionales— debilitó a toda la clase política, incluido Hizbulá. La devastadora explosión del puerto de Beirut en 2020, aunque no directamente vinculada al grupo, dejó 218 muertos y 7.500 heridos, y aceleró la desconfianza hacia un sistema político en el que el grupo lleva participando desde hace décadas.
Se cumplen cinco años de la explosión que sacudió el puerto de Beirut
La base social chií, históricamente la más cohesionada, también ha sufrido el deterioro: inflación descontrolada, salarios colapsados, subsidios inestables y un sistema de servicios públicos fallido, que ni siquiera las amplias redes sociales de Hizbulá han podido compensar.
A ello se suma un cambio generacional. Jóvenes chiíes formados en universidades, expuestos a economías globalizadas y redes digitales, cuestionan silenciosamente – y a veces abiertamente – el monopolio político de la organización. Pero incluso si la milicia continuara debilitándose, nada garantiza que el Estado pueda absorber sus funciones.
El movimiento islamista ha colmado en varias partes del país el vacío dejado por unas instituciones libanesas débiles, fragmentadas y dependientes de pactos sectarios complejos que paralizan cualquier reforma. Así, funciones que debería asumir el Estado como la atención médica, las ayudas económicas, la escolarización o el control territorial son desempeñadas por Hizbulá y todo su aparato político-social.
Por otra parte, la corrupción endémica del país, el colapso financiero y la falta de confianza ciudadana limitan la capacidad del aparato estatal. «Lo ideal sería que tuviera unas instituciones fuertes y no fragmentadas en facciones y sectas; un Gobierno fuerte y un Ejército con capacidades para así poder desarmar al grupo islamista, pero esto no parece ser del interés de Israel», apunta Rosa Meneses.
Por último, la dimensión geopolítica sigue siendo crucial. Irán ha invertido durante décadas en Hizbulá como brazo estratégico frente a Israel. Mientras la rivalidad regional entre Teherán y Jerusalén siga abierta, es improbable que Irán renuncie a ese instrumento de influencia.
Iraníes caminan junto a un mural del líder supremo, Alí Jameneí, y del difunto Ruholá Jomeiní, en Teherán. ABEDIN TAHERKENAREH (EFE)
¿Un futuro sin Hizbulá? Entre la aspiración y la realidad
Los recientes acontecimientos no significan un final inminente para la organización, aunque sí marcan un punto de inflexión. El aura de invulnerabilidad que la milicia mantuvo tras sus éxitos (relativos) en la guerra de 2006 con Israel, se ha roto. Su legitimidad interna ya no es homogénea, su capacidad militar es mucho más limitada que hace una década y su presencia territorial ya no es incontestable.
Sin embargo, imaginar un Líbano sin Hizbulá requiere algo que el país no ha logrado desde su independencia en 1943: construir un Estado fuerte, inclusivo y funcional. Mientras los vacíos institucionales permanezcan, serán ocupados por milicias, clanes o potencias extranjeras.
Así, el debilitamiento de Hizbolá abre por primera vez un debate que durante años fue un tabú: ¿qué papel debe jugar el partido-milicia en el futuro del país? Su desaparición absoluta no parece cercana, pero su transformación podría estar ya en curso. La cuestión esencial es si el Líbano podrá aprovechar esta coyuntura para reconstruir instituciones creíbles o si, por el contrario, el vacío dejado por la milicia generará una nueva ola de fragmentación.
¿Puede el Líbano, país conocido como la ‘perla del Mediterráneo‘, existir sin Hizbulá? Quizá sí, pero ese futuro dependerá no tanto de su declive, como de la capacidad del Estado libanés – y de su sociedad – para recomponerse y gobernar por primera vez sin las tutelas armadas que hoy le impiden ser la joya que una vez fue.