Marilyn Manson es la prueba viva de que los tentáculos de la cancelación no asfixian a todos por igual. Tras varios de los años más turbios para su imagen pública, Brian Hugh Warner regresa con su banda a los escenarios en la gira de su nuevo trabajo One Assassination Under God – Chapter 1, un disco que le ha devuelto la corona del metal de masas y que marca su nueva etapa como parte del roster de la discográfica independiente Nuclear Beast, hogar de proyectos como Slayer o Sepultura. Este cambio de ruta tendría su explicación en las calabazas recibidas en 2021 por parte de su sello Loma Vista solo unas horas después de que su ex pareja, la actriz Evan Rachel Wood, interpusiera una denuncia acusándole de agresor sexual. A esta querella, que se zanjó con la retirada de una demanda por difamación interpuesta por Manson y una indemnización de 327 000 dólares a Wood, se sumaron los testimonios de otras cuatro mujeres que denunciaban abusos emocionales y físicos por parte del artista, rumores sobre sus supuestas obsesiones pedófilas y una sentencia a servicio comunitario de 20 horas por escupir a una videógrafa.

En pleno 2025, cuesta imaginar conseguir salir indemne de semejante tormenta reputacional. Sin embargo, al artífice de The Beautiful People le han bastado tres años para convencer a la sociedad de que todo se reducía a una «campaña orquestada» para dañar su imagen. No hay más que ver los sold outs en cuestión de horas que acumulan varios de los espectáculos de un tour que confirma el regreso de un Manson ahora absuelto de todo pecado capital a la primera fila del star system. Solo en Brighton parecen no comprar este renacer de las cenizas: su concierto de arranque de gira en la localidad británica fue cancelado ante la presión de activistas que sostenían que el espectáculo contravenía los «valores de la ciudad».

Un gira con veto a la prensa española

Será este viernes 28 de noviembre cuando Marilyn Manson regrese a Madrid tras siete años sin pisar la capital. El concierto, que se celebrará en el Palacio de Vistalegre y contará con los californianos Dead Posey como teloneros, llega acompañado de una polémica que afecta exclusivamente a los medios de comunicación: la negativa del artista a permitir la presencia de redactores y fotógrafos acreditados en sus shows españoles. Ni entrevistas, ni foso, ni cobertura al uso. Un blindaje comunicativo que, paradójicamente, contradice la necesidad de visibilidad de alguien que se encuentra todavía en un proceso de rehabilitación pública.

La respuesta del gremio no ha tardado en llegar: la asociación Periodistas Asociados de Música (PAM) ha calificado públicamente esta restricción como un ataque directo al derecho a informar y al trabajo de los profesionales de la cultura, los mismos a quienes su distribuidora no dudó en recurrir para anunciar y promocionar estos bolos. Desde luego, no parece una decisión trivial, especialmente teniendo en cuenta el constante tira y afloja de Manson con la prensa en los últimos años y su evidente intención de controlar el relato en su regreso a los focos.

El nuevo Manson: autoconciencia, victimismo y su mejor disco en años

Con tipín, mandíbula marcada y el mismo aura de veinte años atrás, el Manson de la era Ozempic poco se parece al que nos mostraban los medios en 2019: entrado en carnes, con papada incipiente y una silueta acorde a un hombre en sus cincuenta y pico. Pero como ya sabemos, en esto del rock la figura pesa tanto como el genio, y el cantante ha regresado convertido en una especie de ave fénix, con horas de gimnasio en sus pantorrillas y una agenda de redención. Y es que según su colega Zoltan Bathory, miembro de Five Finger Death Punch, el artista llevaría siete años recuperado de sus adicciones. Justo aquí es donde entra One Assassination Under God – Chapter 1, un disco con el que Manson intenta algo que nunca había necesitado antes: caer en gracia y demostrar que no es tan malo como lo pintan. Con la estructura emocional de un acusado preparando su alegato final, el duodécimo álbum de su carrera se sostiene sobre letras autorreferenciales que abordan temas como la traición, el desgaste personal o la violencia social. Versos tan reveladores y no exentos de cierto victimismo como «Es hora de vencer a los matones y lavarme la diana de la espalda» muestran a un Manson introspectivo y dolido, pero también a alguien plenamente consciente de qué narrativa le favorece más en estos tiempos.

El responsable del empaque sonoro del álbum es Tyler Bates, guitarrista de la banda y productor de varios de sus discos, que opera aquí casi como restaurador de todo un patrimonio. Bates parece entender mejor que nadie que Manson no puede volver a publicar el mismo disco de hace treinta años, pero sí sacar uno que recuerde a ese sonido que lo catapultó al estrellato a mediados de los 90. Y en ese sentido, este trabajo hace sonar la tecla correcta, ofreciendo todo lo que cualquier fan suyo esperaría: guitarras ásperas, melodías que enganchan, atmósferas industriales, letras autorreferenciales y pocos o ningún tema de relleno. Pero al margen de lo estrictamente musical, el primer capítulo de este asesinato ocupa también un lugar simbólico en su intento de volver a conectar con la parroquia que lo adoraba en tiempos de la MTV y atraer, a su vez, a una generación más joven que lo conoce más por los escándalos que por sus himnos. Una carta que Manson juega con destreza y que le ha venido al pelo para no caer en la hoguera del olvido.

Un setlist para nostálgicos sin rastro de su última era

Entre las pocas visitas de la banda a nuestro país y con entradas que muchas veces superan el valor de la cesta de la compra mensual -las de este concierto oscilan entre los 62 y 680 euros-, es lógico que quienes deciden gastarse los cuartos esperen escuchar en directo los hits que llevan décadas deseando ver sobre el escenario. Y aquí, Marilyn Manson se acerca más a la lógica de las estrellas del pop que a proyectos más afines como Nine Inch Nails, cuyos conciertos son siempre un misterio. De hecho, el setlist que circula por la red apunta a que el proyecto de Warner optará una vez más por un repertorio democrático y complaciente, diseñado para reconciliar al público tanto con la figura como con el mito, y asegurarse de que nadie se vaya a casa sin escuchar la versión metalera del Sweet Dreams de Eurythmics.

Así, durante el aquelarre de este viernes en Madrid sonarán estrenos y reliquias. Salvo posibles sorpresas, la columna vertebral del set la componen canciones de su nuevo trabajo (Nod If You Understand, Raise the Red Flag, As Sick as the Secrets Within), pero también temas emblemáticos de Antichrist Superstar, como The Beautiful People, Angel With the Scabbed Wings o Tourniquet, y los grandes éxitos Great Big White World o The Dope Show incluidos en su disco de glam rock, el redondo Mechanical Animals. Si bien hay álbumes muy representados, aparecen de forma residual otros que han sido cruciales en la creación de su última identidad: el Holy Wood apenas asoma y no hay ni rastro -por suerte para muchos- del tedioso The Pale Emperor o de sus más recientes Heaven Upside Down y We Are Chaos, los tres discos publicados por su exsello Loma Vista. ¿Casualidad? No parece.

Pero más allá del repertorio, este concierto servirá para comprobar hasta qué punto puede imponerse todavía un icono abrasado por sus propias contradicciones. Para descubrir con nuestros propios ojos si queda algo de aquella rockstar que cargó contra el sueño americano a golpe de imaginería satánica, o si solo es un superviviente más de la cultura de la cancelación tratando de recuperar su trono disfrazado del pájaro de fuego. Aun en ese caso, ya sería suficiente para estar atentos.