Durante años, el Golfo de Suez fue considerado un “rift fallido”: una fractura tectónica que había dejado de abrirse hacía millones de años, tras intentar en el pasado dar forma a un nuevo océano. Pero un reciente estudio, publicado en 2025 en la revista Geophysical Research Letters, demuestra que esa suposición ya no es válida. La fractura que separa las placas africana y arábiga sigue activándose, aunque muy lentamente.
Evidencias de una actividad persistente
El equipo liderado por el geólogo David Fernández‑Blanco analizó alrededor de 300 kilómetros del rift, atendiendo al relieve, cursos de ríos, fallas geológicas y antiguas terrazas costeras. Entre los hallazgos, destacan arrecifes de coral fósiles, formados cuando el nivel del mar era alto, que hoy se elevan hasta 18 – 18,5 metros sobre el nivel actual del Golfo. Ese levantamiento solo puede explicarse por deformaciones de la corteza terrestre provocadas por actividad tectónica.
Además, se identificaron patrones de drenaje fluvial inusuales, como tramos de ríos con desniveles repentinos o “escalones” en zonas de fallas, que no se explican por erosión natural, sino por desplazamientos del terreno. Junto con estos datos topográficos y geomorfológicos, los investigadores observaron escarpes elevados y deformaciones recientes de la corteza, lo que señala fallas activas.
Una separación lenta pero continua
Las tasas de expansión actuales no son demasiado elevadas: entre 0,26 y 0,55 milímetros por año. Puede parecer un movimiento casi imperceptible, menos que el crecimiento de una uña, pero en términos geológicos son significativas. Indican que el rift no está muerto, simplemente se ha ralentizado.
Más allá de reescribir parte de la historia tectónica de la zona, estos hallazgos tienen implicaciones prácticas. La persistente actividad tectónica implica que la región no es tan estable como se creía. Con el tiempo, la acumulación de tensión podría desencadenar sismos moderados o fuertes, especialmente si fallas antiguas se reactivan.
Por otro lado, el descubrimiento abre la puerta a reconsiderar otros rifts “inactivos” alrededor del mundo: muchos podrían estar simplemente en un estado de actividad débil, pero suficiente como para modificar lentamente la geografía y la estabilidad de esas zonas.
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