El mito originario es un naufragio. Juan Uslé (Santander, 1954) recuerda la pérdida del carguero Elorrio embarrancado y destrozado en las bravas aguas de su ciudad natal. Ese barco venía de Nueva York, que terminaría siendo el destino de un niño que leyó aquella … noticia en un áspero periódico.
Precisamente la bellísima exposición del MNCARS comienza con un cuadro titulado ‘1960’, la fecha del trágico suceso, que condensa, o localiza, el imaginario de este extraordinario pintor que, como contó en una estupenda conversación con Estrella de Diego tras el confinamiento, disfrutaba muchísimo en la escuela con un libro de geografía sobre el que en algunas mañanas hasta se quedaba dormido.
Ahí, en un espacio de sueños, comienza a desplegarse o a navegar una pintura que me atrevo a calificar como ‘heterotópica’, algo que ejemplifica la imagen del barco en la montaña. En una seminal conferencia sobre ‘los espacios otros’, Foucault advierte que la nave es la heterotopía por excelencia: «Las civilizaciones sin barcos son como los niños cuyos padres no tendrían una gran cama sobre la cual se pudiera jugar; sus sueños entonces se secan, el espionaje reemplaza la aventura y la horrible fealdad de los policías, la belleza soleada de los corsarios».
Sublime contrapunto
En verdad, Uslé lleva cuatro décadas embarcado, tras encontrar a Nemo en un sueño y poder convertir la nostalgia del Cantábrico en otra perspectiva compuesta desde Williamsburg. El impecable montaje de los cuadros en Madrid tiene el prodigioso contrapunto de las ‘punctualizaciones’ (utilizo a consciencia este término barthesiano) fotográficas, que se han instalado en una sala pintada de blanco y chocolate como una expansión de una instantánea de la infancia del artista con sus padres y su hermano con tabletas del dulce manjar. En los años que estudiaba en Valencia y vivía en un piso alquilado con Vicky Civera, ya disfrutaban revelando fotos e intentando encontrar «algo de magia».
Desde hace años, atrapa «pequeños detalles de existencia humana», ya sea un calcetín o una luz intensa por debajo de una cortina. También el suelo del estudio termina por parecer una pintura ‘a lo Pollock’, y, cuando la mirada está agitada estéticamente, en cada rincón puede estar aquel «buen dios» que citó Warburg.
Juan Uslé busca en las ‘Peintures celibataires’ escapar de la inercia burocratizante, componiendo sin buscar la identidad, jugando a ser diferente, mientras que en la monumental serie ‘Soñé que revelabas’ rehace una y otra vez el mismo cuadro con el resultado de que nunca son iguales. ‘Diferencia y repetición’ en inversión del título del revelador libro de Deleuze. El negro más intenso puede modularse en azules acuáticos, la pincelada que es un latido ofrece una sensación de musicalidad, de recóndita armonía.



‘Manchas’ en el expediente.
En las imágenes,de arriba abajo, ‘Manthis’ (1999); detalle de ‘Amapola (1991); y ‘Ojos de Fallujah’ (2004)
ABC
Aunque Uslé tenga presente el sentido trágico de la existencia, en su estética encuentro una impresionante serenidad, especialmente en sus obras de pequeño formato, con ese título de ‘Namasté’, muestra oriental de respeto y reverencia: «Honro lo divino que hay en ti». No puede extrañar entonces que, al meditar sobre su proceso, remita en ocasiones a ‘lo mántrico’, esto es, invita, con la mayor elegancia imaginable, a concentrarse siendo eso, en nuestra aceleración epocal, sumamente difícil.
Ángel Calvo Ulloa, el comisario, subraya que el mar y el río Cubas están siempre presentes en la pintura de Uslé como un territorio concreto y a la vez mítico, ancla de la nostalgia y rememoración de la infancia. Nemo se convierte para el pintor en una figura que le permite tomar distancia, asumiendo ‘la metoikesis’, convirtiendo la pintura en un ejercicio que paradójicamente hace superficial lo profundo.
No me resisto a sugerir, en una clave psicoanalítica, que las revelaciones oníricas de Uslé responden no solamente a la condensación y al desplazamiento, sino que acaso sean un juego del ‘fort-da’, aquel infantil y repetitivo gesto de lanzar un carrete y luego gozar recuperándolo tirando del hilo. La confesión que el pintor hace de que su mar tiene algo de placenta maternal acaso permita asociar el pulso pictórico y el cardiograma fotográfico con la aporía de un cordón umbilical que necesariamente se tuvo que cortar para poder establecer vínculos imaginarios.
Exigencia de silencio
Llevábamos muchos años sin vernos y, recorriendo la maravillosa muestra en las salas de Nouvel, no parábamos de hablar, cuando la hermosura de lo expuesto pedía recogimiento y silencio. Juan Uslé, cordial y brillante, deslizó en varios momentos la palabra ‘fantasmas’ sin que esto tuviera algo que ver con el miedo. Al contrario: aludía a un retorno de aquello que ni siquiera hemos reprimido, a esas obsesiones que surgen cuando pintar es casi un trance.
En la secuencia hipnótica de fotos, con pequeños cuadros que ‘punctualizan’ en la mitad blanca del espacio, me hizo reparar en una pared de ladrillos que es la que contempla diariamente por las ventanas de su estudio. Cada uno de los ladrillos parece diferente en tamaño, textura y color, un feliz ‘horizonte’ que está hermanado con los sueños y las revelaciones de Uslé.
Las fascinantes obras de este creador hacen que me entregue a la ensoñación del velo, como si encontrara ahí la posibilidad temporal de esconderme o incluso de desaparecer. Vila-Matas, en un textito titulado ‘La gloria solitaria’, recupera la idea de Agamben de que el poeta celebra su triunfo en el no-reconocimiento, «como el niño que reconoce temblando el genius loci desde su escondite». Uslé insiste en escapar del niño dogmático de la «abstracción», consciente de que su imaginario está «contaminado», dejando que fluyan diferencias que surgen de lo vivencialmente concreto.
El saludo nepalí ‘namasté’ da la bienvenida a lo mejor y diverso dentro de nosotros, una enseñanza que no deja de materializar, con enorme sutileza, este artista que, como dijera Jerry Saltz, «pinta sobre mojado».

Juan Uslé: ‘Ese barco en la montaña’
Museo Reina Sofía. Madrid. C/ Santa Isabel, 52. Comisario: Ángel Calvo Ulloa. Hasta el 20 de abril. Cinco estrellas.
Poética del espacio en la que lo acuático y lo aéreo riman, latencia de pulsos sensuales, cordialidad de un cromatismo que intensifica la vida, revelaciones en instantáneas, atención poética a lo imprevisto. Navegar es necesario. Hagamos una diferenciación con respecto a la famosa sentencia transmitida por Plutarco: vivir también.