Hay descubrimientos que rompen los esquemas en silencio, con apenas un puñado de fósiles. Eso es exactamente lo que acaba de ocurrir en Etiopía. Lo que parecía un pie más de Lucy resultó ser algo completamente distinto: una especie humana desconocida que caminaba sobre dos piernas hace 3,5 millones de años. Un vecino inesperado que reabre un capítulo que dábamos por cerrado. Y que nos obliga a reescribir quiénes fuimos.
Un pie diminuto que cambia 50 años de certezas
© Dale Omori – The Cleveland Museum of Natural History.
Todo comenzó en el yacimiento de Woranso-Mille, donde hace años aparecieron ocho pequeños huesos del pie: falanges, articulaciones y fragmentos que, en apariencia, encajaban con el linaje de Lucy (Australopithecus afarensis). Pero los nuevos análisis publicados en Nature revelaron algo que nadie esperaba. Las proporciones, la morfología del dedo gordo y la estructura de las articulaciones no coincidían con afarensis.
Pertenecían a otra especie: Australopithecus deyiremeda, un homínido bípedo que coexistió, caminó y probablemente compartió paisaje con Lucy hace unos 3,5 millones de años.
Ese simple detalle, casi escondido en ocho huesos, derriba una de las ideas más arraigadas en paleoantropología: la de que Lucy era la única especie humana de su tiempo, el tronco común del que partían todas las ramas posteriores.
Un nuevo homínido: bípedo, pero aún ligado a los árboles
Lo extraordinario de A. deyiremeda no es solo que caminara erguido. Es cómo lo hacía. Los investigadores detectaron dos rasgos clave:
- Era bípedo competente, como Lucy, gracias a un dedo gordo alineado y falanges adaptadas a soportar peso.
- Pero aún conservaba capacidades arborícolas, con anatomías que permitían agarrar y trepar ramas con facilidad.
Es un híbrido evolutivo. Un “primo” que ya caminaba de forma eficiente en la sabana, pero que seguía refugiándose en los árboles cuando convenía. Un perfil ecológico que lo separa claramente de afarensis, más adaptado a ambientes abiertos.
La combinación sugiere un reparto natural del territorio: Lucy dominando los espacios más secos y abiertos; deyiremeda ocupando zonas más boscosas y mixtas. Dos modos de vida distintos. Dos caminos evolutivos simultáneos.
Convivencia sin conflicto: un Plioceno más poblado de lo que imaginábamos
La pregunta ahora es inevitable: ¿Cómo convivieron estas dos especies humanas tan parecidas?
Los paleoantropólogos plantean dos hipótesis igualmente fascinantes:
- Coexistencia estricta, cada una ocupando su propio nicho ecológico.
- Hibridación ocasional, aunque por ahora no hay pruebas genéticas que lo confirmen.
Lo que sí está claro es que no se exterminaron entre ellas. No hubo sustitución violenta. Este no es un escenario como el de neandertales y sapiens. Es otra cosa: una convivencia larga, estable y silenciosa en un mismo paisaje africano.
El hallazgo abre una nueva pregunta inquietante: si había al menos dos especies humanas caminando erguidas hace 3,5 millones de años… ¿cuántas más nos faltan por descubrir?
El árbol evolutivo humano deja de ser una escalera
© Yohannes Haile-Selassie.
Durante décadas imaginamos la evolución humana como un dibujo sencillo: una figura encorvada que avanza hacia otra más erguida, paso a paso, sin desvíos. Pero el descubrimiento de A. deyiremeda confirma lo que muchos intuían:
la evolución nunca fue una escalera. Fue un matorral. Un conjunto de ramas paralelas, especies solapadas y linajes que se cruzan, se separan o desaparecen sin dejar rastro.
Lucy ya no está sola en el escenario del Plioceno. Tenía compañía. Tenía un vecino que también caminaba sobre dos piernas. Un primo evolutivo cuyo linaje, por ahora, parece no haber dejado descendientes.
Y eso significa algo más profundo: nuestro origen no fue lineal ni simple. Fue un experimento prolongado de formas humanas que coexistieron sin que ninguna supiera que estaba inaugurando una historia que, millones de años después, aún estamos intentando entender.
Una nueva bifurcación en el pasado: todo vuelve a reescribirse
El hallazgo de Woranso-Mille nos recuerda algo esencial: basta un hueso del tamaño de una uña para derribar una teoría aceptada durante medio siglo. Y demuestra que aún sabemos muy poco sobre los primeros capítulos de nuestra historia.
Como resume Jorge Alcalde, “La evolución humana no fue una escalera ordenada, sino un matorral lleno de caminos que se bifurcan, se cruzan o simplemente coexisten”.
Quizá ese sea el mayor legado de Australopithecus deyiremeda: recordarnos que nuestra historia es más compleja, más diversa y más impredecible de lo que jamás imaginamos. Y que, en paleoantropología, cada pequeño hueso es una bomba de relojería esperando reescribirlo todo.