Verano de 1975, en la radio suenan los éxitos de Triana, Camilo Sesto, Cecilia o el Bimbó de Georgie Dann… pero hay un estribillo que lo eclipsa todo: «Saca el whisky, cheli, para el personal, que vamos a hacer un guateque.» En un país donde el franquismo empezaba a resquebrajarse, el grupo que la popularizó llevaba un nombre que parecía anunciar lo inevitable: Desmadre 75. La cultura popular ya dejaba entrever lo que el régimen aún no se atrevía a admitir: algo estaba cambiando.

Tras casi cuarenta años de dictadura, con una censura que oprimía cualquier impulso moral o creativo, la agonía de Franco en noviembre de 1975 liberó una necesidad de aire nuevo que impregnó la sociedad entera. Arte, música y, muy especialmente, cine comenzaron a sacudirse el corsé impuesto durante décadas y a reclamar su propia libertad. El último año de Franco fue también el primero del llamado «destape».

Como recuerda Alejandro Melero, profesor de comunicación experto en cine español de la Universidad Carlos III de Madrid, «eran películas que a veces veían más de un millón de espectadores. Eran producciones baratas, rodadas con mucha rapidez porque la industria generaba muchísimo, pero que contribuían a crear discursos sobre la sexualidad en España«.

Ese despertar no surgió de la nada. A principios de los setenta, Vicente Escrivá ya había retratado la doble moral del país en Lo verde empieza en los Pirineos (1973). Igual que los personajes de José Luis López Vázquez, José Sacristán y Rafael Alonso en la película, miles de españoles cruzaban la frontera hacia Biarritz o Perpiñán para ver El último tango en París o Emmanuelle, títulos prohibidos en casa pero convertidos en ritual iniciático para muchos.

A partir de 1975 el panorama cambia de forma abrupta. En marzo de ese año, el Ministerio de Información ―del que dependía el código de censura― autorizó por primera vez el desnudo en pantalla siempre que estuviera justificado «por las exigencias del guion».

Aquella excepción se convirtió en norma y en cuestión de meses el cine pasó de no mostrar nada a mostrar todo, viniera o no a cuento. Algunos de los títulos de aquel primer destape fueron Zorrita Martínez, Sex o no sex , Virilidad a la española o Tres suecas para tres Rodríguez , en la que Tony Leblanc, Rafael Alonso y Paco Valladares dan rienda suelta a las fantasías eróticas del españolito medio.

La mayoría, explica Melero, eran comedias donde se jugaba constantemente con la represión heredada y con la comparación con otros países: «Ahí estaban las icónicas suecas, que figuraban como el objetivo sexual máximo, en contraste con la moral española».

Cartel de ‘Tres suecas para tres rodríguez’ (Pedro Lazaga, 1975).

El destape no tardó en convertirse en un fenómeno de masas. Las salas se llenaban y las productoras multiplicaban sus rodajes: comedias eróticas de bajo presupuesto, historias de enredos y celos, mujeres liberadas a medias y hombres desconcertados ante una nueva realidad sexual. Era un cine rápido y eficaz, casi de consumo inmediato, que funcionaba como válvula de escape en un país que apenas empezaba a imaginar su propia libertad.

Las grandes figuras del destape

El destape no solo transformó la pantalla: creó un nuevo star system, tan fugaz como icónico, que marcó a toda una generación. Del lado masculino, Andrés Pajares, Fernando Esteso, Mariano Ozores, Sacristán o Alfredo Landa personificaron al estereotipo del macho ibérico obsesionado con las suecas y con echar una cana al aire. «No eran galanes, eran el hombre que podía ser como tú mismo, como tu padre, como tu vecino…» explica Melero: «Y lo que veíamos es que realmente el macho ibérico era muy ridículo, que se metía en situaciones que no sabía manejar y que todo le salía mal por vivir en un país donde la represión sexual era muy dura».

Frente a ellos, en el otro extremo, los personajes femeninos del destape quedaron reducidos a objetos sexuales. Actrices como Bárbara Rey, Ágata Lys, Esperanza Roy, Susana Estrada, Josele Román y, sobre todo, Nadiuska encarnaban a chicas provocadoras y de vida alegre.

Esa representación machista e hipersexualizada de las mujeres es quizás, el aspecto más problemático del cine del destape, como subraya el experto en cine: «El cliché de que para la escena en la que hay que contestar el teléfono la mujer iba desnuda, o que siempre había una escena en la ducha estaba muy presente».

Cartel de ‘Zorrita Martínez’ (Vicente Escrivá, 1975).

Muchas de aquellas intérpretes quedaron atrapadas en un género que las cosificó, y uno de los casos más paradigmáticos fue el de María José Cantudo. En 1975 protagonizó en La Trastienda, dirigida por Jorge Grau, el primer desnudo integral del cine postfranquista.

La película contaba la historia de un triángulo amoroso entre un médico, su mujer y una enfermera. Más allá de la tensión sexual, la trama abordaba temas morales y religiosos. Pero el desnudo frontal de ‘la Cantudo’ ―apenas dos segundos en pantalla― acabó eclipsando todo lo demás.

«El público acudió en masa a ver esta película para ver ese plano y nadie se paró a pensar que era una película con gran contenido ideológico, que contenía una crítica al Opus Dei y es muy representativa ―explica Melero― de cómo la necesidad de ver sexo ocultaba todo lo que podía pasar después».

Escena de ‘La Trastienda’ (Jorge Grau, 1975).

La Trastienda recaudó 186 millones de pesetas, el triple de lo habitual en aquella época, pero María José Cantudo ―que apenas tenía 18 años cuando rodó aquella mítica escena― quedó encasillada para siempre a aquel tipo de cine, muy a su pesar.

Años después, en una entrevista con TVE en 1981, la actriz confesaba: «Lo que pasa es que este es un país de etiquetas y, como te la pongan, vas lista. A mí me han puesto esa, de sex symbol o una señora que solo puede hacer eso».

Cartel de «Virilidad a la española» dirigida por Paco Lara en 1975.

Pero, pese al evidente machismo y a la discutible calidad de muchas de estas películas, el fenómeno del destape visto desde el retrovisor también tiene aspectos reivindicables. Como recuerda Alejandro Melero, «algunos de los debates más importantes a los que se enfrentaba la sociedad española, como el divorcio, el aborto o las libertades de gais y lesbianas, se plantearon desde estas películas con audiencia masiva».

El calentón del destape se prolongaría hasta bien entrados los años ochenta, aunque ya sin censura previa ―que se eliminaría definitivamente con el Real Decreto de 1977―, anticipando la llegada de la democracia. Cincuenta años después, aquellas películas siguen siendo el mejor espejo de la decadencia de la dictadura: un país que, a través de su despertar sexual, vislumbraba por fin el amanecer tras la larga noche del franquismo.