Parece mentira, pero en algún garaje de Madrid hay dos niñas subidas a un DeLorean original, tratando de viajar en el tiempo, como si fueran el mismísimo Marty McFly. Son las hijas de Juan Carlos de Marcos (46), un fotógrafo madrileño que compró el mítico coche hace algo más de un año. “En España habrá alrededor de unos 20 ejemplares, de los cuales dos están en Madrid. Uno de ellos en mi garaje, concretamente. Aún no me lo creo”, dice, con una sonrisa que durará toda la entrevista. Fanático empedernido del cine de los 80, soñó con tener uno de estos durante su adolescencia. Sin embargo, reconoce que nunca pensó poder hacerlo realidad: “Quién me iba a decir a mí, viniendo de una familia tan humilde, que lo iba a conseguir. Es un icono, algo que todo el mundo reconoce”. Aunque no cuente con un condensador de flujo, como en la ficción, para el madrileño -y su familia- esta es una máquina del tiempo real en la que “te metes y vuelves a los ochenta. Lo sientes, lo tocas. Es un elemento real que te hace sentir la fantasía”. El 17 de septiembre de 2024, un transportista francés aparcó frente a su casa con el gigante a cuestas.
De pequeño, reconoce, sólo lo quería por la película, aunque detrás de este vehículo, le cautivó años después. “John DeLorean, el creador del coche e hijo de inmigrantes, llegó a ser el director de General Motors, la empresa más importante de automoción entonces. Su disconformidad con la gestión del sector de la automoción le llevó a embarcarse en este proyecto”, cuenta. Lo dejó todo cuando estaba en lo más alto de su carrera y encargó los primeros diseños en 1977, dos años antes de fabricar el primer prototipo: “Intentaron producirlo en Estados Unidos, pero nadie creía en un coche de acero inoxidable con puertas de alas de gaviota. Era extraño, así que tuvo que derivar la producción a Irlanda del Norte, único lugar donde se le concedió la subvención”. En Belfast, marcada por las huelgas de hambre a principios de la década, se vivió el principio del fin. “Contrataron a gente que no sabía nada de mecánica y fue un desastre. Se devolvieron un montón, no se vendían y no funcionaban bien. La gente no lo entendía”, añade Juan Carlos.

La producción sólo duró dos años, de enero de 1981 a noviembre de 1982 y se fabricaron unas 9.000 unidades. / ALBA VIGARAY

Fanático empedernido del cine de los 80, soñó con tener uno de estos durante su adolescencia. / ALBA VIGARAY
Paralelamente, el estadounidense fue investigado por tráfico de drogas en Los Ángeles y, tras ocupar todos los informativos del momento, la empresa cerró sus puertas. “Al final se demostró que era inocente, pero la producción no continuó. Sólo duró dos años, de enero de 1981 a noviembre de 1982. Se fabricaron unas 9.000 unidades en ese periodo, que viajaron a Estados Unidos para, allí, distribuirse. A día de hoy quedarán unos 6.000, la mayoría al otro lado del charco”, explica. Al mismo tiempo comenzaron a escribir el guión de Regreso al Futuro, donde la ciencia ficción y la cultura popular de la época caminaban de la mano. “Un DeLorean era perfecto. Había otras opciones, pero cuando los directores lo vieron, decidieron que sería el coche de la película. Pese a todo, la empresa no reabrió y quedó en una anécdota en el mundo del motor. Es un coche que, de no ser por el cine, quizás no conoceríamos a día de hoy”, suma.
Hasta 100.000 euros
Algunos, como el que hoy conduce por las calles de Madrid, estuvieron pintados de colores con el fin de distanciarse del original: “Todavía sigo sacando restos de color rojo cuando lo limpio. Este, en concreto, llegó a Alemania en 1996, donde estuvo parado muchos años, pues sólamente ha recorrido 30.000 kilómetros. Más tarde, en 2006, un ingeniero francés lo compró para restaurarlo en sus ratos libres. Fue a él a quien se lo compré y, si no hay contratiempos, vivirá conmigo hasta que me muera. Si mis hijas quieren conducirlo, yo seré feliz”. La idea de comprar un DeLorean llevaba rondando su cabeza casi dos décadas, aunque una mudanza y dos nacimientos retrasaron el momento de tomar la decisión: “Hace dos años me puse en serio y mi sorpresa fueron los precios, disparados. Como todo coche clásico, no han dejado de subir desde los 90. Encontré uno en un pueblo al oeste de París. Medí mi garaje, lo reformé para que cupiese y lo compré”. Recuerda que la espera fue eterna y que, en nueve años de paternidad, nunca lo ha pasado tan mal como aquella vez.

Algunos, como el que hoy conduce por las calles de Madrid, estuvieron pintados de colores con el fin de distanciarse del original. / ALBA VIGARAY

Su precio hoy en día, señala, puede oscilar entre los 25.000 y los 100.000 euros, dependiendo del estado en el que se encuentre. / ALBA VIGARAY
Fue enviado en una grúa que él mismo había contratado por internet y, después de toda la noche en vela, el coche llegó a primera hora de la mañana. “Los transportistas no hablaban español y dejaron de responderme a las tres de la madrugada. Yo estaba de los nervios”, dice. De Marcos lo compara con la paternidad, pues se trata de un modelo que necesita “mucho mantenimiento”. Su precio hoy en día, señala, puede oscilar entre los 25.000 y los 100.000 euros, dependiendo del estado en el que se encuentre: “Es un coche que tiene 44 años, el abanico es enorme. Los que quedan en funcionamiento están mejor conservados que antes”. Su rareza hace que pocos mecánicos se atrevan a repararlo. Únicamente los talleres especializados en coches clásicos, todos fuera de la capital debido a las restricciones, han operado en él. “Sin embargo, en internet se venden todo por separado. Como dejó de fabricarse de forma abrupta, hay mucho exceso de repuesto ya creado. Incluso empresas, en Reino Unido y Holanda, especializadas en venta de piezas de DeLorean”, reconoce.
Este vehículo circula en Madrid con la etiqueta histórica desde el pasado mes de mayo y tras el cambio de normativa de coches históricos, que permite moverlo 96 días al año: “Se estableció para que la gente no condujera un coche de más de 35 años todos los días por el centro”. En estos meses, Juan Carlos ha participado en bodas, videoclips, anuncios y eventos con él como protagonista, permitiéndole mantener el sueño más vivo que nunca: “No quiero dedicarme a alquilarlo únicamente, pero me viene bien para mantener sus gastos”. Cada vez que abre las puertas de su garaje y pone el motor en marcha, cientos de miradas se clavan sobre él. “La gente lo toca y me preguntan por el condensador de flujo. Voy hacia el centro y es una locura. El coche de al lado te pita, te para, las motos se cruzan… Hay que tener cuidado, porque un DeLorean es muy bajito, pero mide dos metros de ancho y cuatro y medio de largo. Es un tanque muy poco manipulable en la carretera”, asegura. El fotógrafo lo saca a la calle cada semana, aunque rara vez se aleja de él. Es su bien más preciado.

Únicamente los talleres especializados en coches clásicos, todos fuera de la capital debido a las restricciones, han operado en él. / ALBA VIGARAY

Este vehículo circula en Madrid con la etiqueta histórica desde el pasado mes de mayo, que permite moverlo 96 días al año. / ALBA VIGARAY
DeLorean Club España
“La gente alucina, no se lo cree. Un señor de 60 años se me puso a llorar en la puerta del coche hace unos días. Me dijo que jamás pensó que vería este coche en persona, así que le subí y dimos un paseo. Es brutal tener la capacidad de cambiar el estado de ánimo de una persona. Hay quien va por la calle con el móvil y, tras levantar la vista y ver el coche de Marty McFly, empiezan a sonreír. Seguramente irán a casa o a la oficina y lo comentarán”, sostiene. En su garaje también hay un Ford Focus que, desde hace tiempo, ocupa un lugar secundario en la familia: “Con él jamás me ha parado la policía, pero con el DeLorean ya van unas cuantas veces, aunque todas son para ver el coche. Se generan situaciones cómicas con ellos. Y en la ITV también. Siempre me piden fotos”. Todo lo que tiene de emblemático lo tiene de peculiar para quien va al volante. Con una dirección “corta” y una dirección asistida “inexistente”, de Marcos va siempre pendiente de todo el que le rodea por la falta de visión: “Es cómodo para hacer kilómetros, como ir en un sofá”.
Juan Carlos forma parte del DeLorean Club España, una agrupación que reúne a todos los propietarios de este coche en el país una vez al año. “Es más un club social que otra cosa. Somos 18 y hay gente muy variopinta”, dice. Para entrar, plantea tres condiciones: tener un DeLorean, ser fanático de la década de los 80 y estar “un poco loco”. “La última persona en sumarse a la asociación deberá organizar la concentración del año siguiente, así que la última fue en Madrid y yo estuve al cargo. Vinieron 11 vehículos a la capital, algunos desde Mallorca o Tenerife incluso. Es la primera vez que se juntan tantos en nuestro país”. Durante un fin de semana, condujeron por el centro de Madrid de noche, recorrieron los pueblos de la Sierra Norte y dieron dos vueltas al circuito del Jarama, en San Sebastián de los Reyes. “Fue impresionante. Somos un grupo de locos que, al juntarnos, parecemos un poco más cuerdos. Ya nos juntamos como un grupo de amigos. El año que viene iremos a Mallorca y será alucinante embarcar unos cuantos de estos en un ferry”, concluye.